El riesgo político

La Argentina está entrando en una zona de riesgo financiero y económico. Las elecciones pasaron y si bien permitieron en parte mejorar el resultado de las PASO, el oficialismo ha decidido sostenerse arriba de la ola en base a un relato de que perder es también ganar. Aún más, los principales alfiles del presidente Alberto Fernández están tratando de montar el operativo reelección, con el fin de evitar un mayor desgaste de una gestión que todavía no encuentra el rumbo, en medio de un país que cada vez es menos creíble en el mercado global. Una clara muestra es el aumento del riesgo país, medido por la banca JP Morgan, que ayer ubicó el caso argentino por encima de los 1.800 puntos básicos. Son muy pocos los países que deben pagar semejante sobretasa en el mercado para acceder al crédito. El incremento de ese indicador no hace más que confirmar que la Argentina tiene vedada esa posibilidad en la medida que se resista a adoptar un plan económico plurianual consistente y que llegue a un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional por la deuda que el país mantiene aún con ese organismo. En buen romance, el almacenero ya no está dispuesto a fiarle porque el historial de ese cliente ha sido de constantes incumplimientos y, encima, tiene un calendario de vencimientos de deuda que arrancan en diciembre y que se extenderán hasta marzo. ¿Cómo hará el país para saldar esos compromisos? Es la gran pregunta que se hace el mercado, ya que si hay algo que no le sobra al Banco Central son reservas netas, es decir, dólares constantes y sonantes que puedan mantener la reputación financiera del país, aunque sea de manera precaria. “Si bien el resultado electoral aumentó el optimismo de cara al 2023 y definió un nuevo mapa político dentro del Congreso con un poder repartido entre las distintas fuerzas políticas, la incertidumbre política y económica no se disipó”, advierte un diagnóstico formulado por Portfolio Personal. La Casa Rosada quiere evitar una cesación de pagos que profundice aún más el problema, en medio de una ingeniería permanente para sostener los cepos cambiarios de tal manera que no se sigan escapando los dólares.

Al Gobierno nacional le siguen faltando los dólares y también credibilidad. El llamado a un consenso para avanzar con medidas que tiendan a estabilizar la situación del país parece naufragar, precisamente porque el relato se está imponiendo sobre la realidad. Ni siquiera el jefe de Gabinete Juan Manzur puede avanzar en la convocatoria a distintos sectores para buscar aquellos consensos, porque todavía no se sabe qué sucederá con la deuda y con el FMI. Cuentan que, en su último viaje a Estados Unidos, el gobernador tucumano en uso de licencia dio algunas señales políticas de acompañamiento a la gestión de Joe Biden (como el caso de El Salvador), como una manera de congraciarse con uno de los países con poder de decisión en el bureau del FMI y en busca de un acuerdo. Eso no basta. El organismo está pidiendo medidas que le garanticen de qué manera la Argentina cumplirá con sus compromisos hacia el futuro, más allá de Alberto Fernández, del Frente de Todos y hasta de Juntos por el Cambio. En un estudio nacional realizado por Zuban Córdoba y Asociados, el 70% de los argentinos que participaron del sondeo contestaron que los políticos deben llegar a un acuerdo nacional sobre los grandes temas. La gente, nuevamente parece estar más adelantada que sus dirigentes; resta saber si esos dirigentes lograrán estar a la altura, advierte el diagnóstico de la consultora cordobesa.

“El extremismo a ambos lados de la grieta coincide en su intransigencia. Quizás sea hora de que la política se pregunte hasta cuándo va a seguir permitiendo que esos núcleos duros empantanen todas las discusiones”, explican los consultores. El escepticismo social es cada vez mayor al observar la conducta que tienen no tan solo los dirigentes oficialistas (que siguen construyendo el relato de una fábula), sino también de los opositores que, al otro día de haber realizado una de las mejores elecciones que se recuerde, comenzaron a ponerle tonalidad a un mapa que la ola amarilla seguía tapando los espacios celestes del oficialismo. Hay algunas imágenes que trascendieron en los últimos días que muestran que el radicalismo quiere más protagonismo y que ha colocado su característico color rojo sobre distritos pintados de amarillos.

Frente a esta diáspora nacional, ¿cómo está la situación en Tucumán? El oficialismo, por ahora, trata de mostrarse unidos. Hace esfuerzos mayúsculos para disimular viejas heridas y enderezar el rumbo de una gestión que se reinscribió desde aquel 20 de septiembre en el que Manzur se fue a la Nación con final incierto. Osvaldo Jaldo ha asumido la conducción de la provincia y, en los próximos días, comenzará a darle su propia impronta a la administración provincial. Naturalmente, todas sus decisiones son consultadas con Manzur. En la oposición, en tanto, hay varios dirigentes que ya mostraron sus intenciones de luchar por la gobernación en 2023. De hecho, las elecciones de este año han sido precisamente una suerte de calentamiento de motores para la próxima carrera. Lo malo de esta prematura pelea por la conducción del arco opositor es que se ponga en riesgo un resultado que estuvo muy cerca de arrebatarle el poder real a la Casa de Gobierno. Las internas siempre asoman triunfantes, por encima de la construcción colectiva. Todo esto demuestra que la política no sólo sigue en deuda con los organismos de crédito, sino también con la sociedad que le demanda consensos interpartidarios, gestos altruistas y acciones concretas.

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