La elección obliga al PJ a aferrarse al acople

La elección obliga al PJ a aferrarse al acople

La elección obliga al PJ a aferrarse al acople

La primera observación de la elección refiere que la oposición quedó a dos puntos de conquistar el poder, pero un análisis más profundo sobre las cifras revela también que el oficialismo podría perder la hegemonía en la Legislatura si los números se repitieran dentro de dos años. En ciertas circunstancias, como ya veremos. Cuando el peronismo lo advierta, la primera reacción, en función de sus intereses territoriales, será asegurarse de que en Tucumán no haya reforma electoral de cara al 23. Será así para aferrarse al acople como la tabla de salvación para mantener su mayoría en la Cámara; de lo que deriva que a la Constitución provincial no se va a tocar. Nada de una posible reforma, menos que menos retocar el capítulo sobre las bases del régimen electoral. ¿Por qué? Digamos antes de brindar una explicación que hoy el oficialismo, con el régimen de colectoras, suma alrededor de 33 parlamentarios sobre un total de 49.

Ahora bien, con una sola boleta por partido o por coalición -como se puede interpretar que es lo que ocurrió el 14-, la proyección de los resultados finales arroja un dato inquietante para el oficialismo: la Legislatura quedaría integrada por 22 referentes del PJ, por 21 de Juntos por el Cambio, por cuatro de FR, uno del Frente Amplio y uno del FIT-U. O sea, el oficialismo se convertiría sólo en la primera minoría, un condimento institucional que le añade dificultades políticas para gobernar. La probable alternativa resulta inquietante para un justicialismo que se acostumbró a tener amplia mayoría en la Cámara.

Al margen, para los que sientan curiosidad por saber cómo surgen estos números, cabe decir que derivan de aplicar el sistema D’Hont en cada sección electoral. Se verá entonces que por la Capital hubieran sido electos -reiterando, si fuesen listas únicas- nueve dirigentes de JxC, seis del PJ, dos de FR, uno del Frente Amplio y uno del FIT-U; por el Este siete del PJ, cuatro de JxC y uno por FR; mientras que por el Oeste aparecen nueve del PJ, ocho de JxC y uno de FR.

O sea, esta proyección de la votación en el ámbito parlamentario es un elemento que anticipa que el oficialismo defenderá a capa y espada el acople, un sistema que le garantiza una masiva movilización de dirigentes, de punteros y de simpatizantes. En 2019, vaya por caso, el Frente Justicialista por Tucumán tuvo 49 colectoras que respaldaron la fórmula gubernamental. Para el peronismo este esquema es sinónimo de unidad política aún en esa dispersión electoral.

¿Verá estas proyecciones la oposición como para encarar un plan a largo plazo para explotar a favor el sistema de acople o para atenuar la fortaleza del peronismo con este esquema? ¿Planteos por inconstitucionalidad?

En ese marco se podría entender que en el oficialismo haya preocupación por restañar rápidamente las heridas de la interna, las que se hicieron visibles en las cifras, para avanzar en un proceso de recuperación de la unidad de los compañeros. En esa línea iría la frase de que se acabó el manzurismo y el jaldismo en el PJ; porque el resultado alteró los nervios, y no sólo por los dos puntitos de diferencia con la oposición, sino porque quedó demostrado que si el arco opositor se junta puede pelear cabeza a cabeza por la gobernación.

Como se vio, y atendiendo a los cálculos matemáticos -un mero juego especulativo-, el oficialismo podría perder el manejo de la Cámara aun ganando el Ejecutivo. Claro, eso sólo puede pasar sin la existencia de los acoples que alteran las realidades electorales y afectan los niveles de representatividad de los elegidos; y sin que se verifique la unidad de la oposición. He aquí, entonces, un par de situaciones a atender: mientras que en el Gobierno se asustaron por los resultados e inmediatamente salieron a gestionar la unidad, en la oposición aumentó la expectativa por la posibilidad de ser gobierno en 2023, aunque agrietándose internamente al día siguiente de tremenda performance electoral.

En Juntos por el Cambio salieron a cuestionarse entre sí y a promover candidaturas a gobernador para dentro de dos años. Un apresuramiento que muestra que los intereses individuales y sectoriales se pusieron por encima de las posibilidades del conjunto.

En 2019, inmediatamente después de haber ganado los comicios provinciales, Osvaldo Jaldo salió a decir que no habría reforma de la Carta Magna, lo que era una forma de señalar anticipadamente que Juan Manzur no tendría la chance de la re-reelección, y que el turno institucional que se venía era el suyo. Fue el inicio de la grieta política de la sociedad, el comienzo de las hostilidades y de la división del oficialismo, que concluyó en una interna abierta que fue una verdadera carnicería en el PJ, tal como lo definió un peronista del interior.

Si Manzur no se hubiera ido al gabinete nacional tras la crisis de septiembre, el oficialismo tucumano hoy estaría fracturado.

Haciendo un paralelismo se puede deslizar que el lanzamiento de la candidatura a gobernador de Roberto Sánchez, sin siquiera haber asumido como diputado, podría derivar en la repetición de la experiencia interna del oficialismo. Los apuros por fijar posiciones en forma pública con dos años de anticipación pueden traer dolores de cabeza; más cuando el estudio de los números de la votación exponen que si la oposición va unida puede alterar la composición de la futura Legislatura. Y con un poco más de esfuerzo, hasta acceder al poder. Mucho puede pasar hasta el 23.

En esa dirección es que el Gobierno está acelerando el proceso para justificar aquello de que todos unidos triunfaremos, porque visualizó lo que advierten las planillas del domingo en términos de disputa por los espacios de poder. A esos el PJ los pelea mejor con el régimen de acople, razón por la cual para el peronismo es un sistema intocable.

En contraposición, la oposición debería evaluar cómo fortalecerse de cara a lo que se le viene, porque si bien el oficialismo puede mostrar que hoy está más preocupado por reunir la tropa bajo una única conducción, también está observando de reojo lo que hacen sus adversarios. En ese sentido, nada mejor para luchar más fácilmente por la continuidad en el poder que la oposición se fragmente en dos o en tres fórmulas gubernamentales. Lo que, precisamente, comenzaron a alimentar desde el mismo lunes pasado. Después sobrevendrán las reiteradas acusaciones entre todos los opositores, referidas a quiénes son los verdaderos funcionales a los intereses del Frente de Todos.

En el Gobierno, si bien quieren reacomodarse rápido internamente por los números que despertaron temores, también deberán apuntar a la gestión, ya que seis de cada 10 tucumanos les dijeron que no el domingo. Fue un plebiscito desfavorable para la administración peronista, al margen de que se le hayan fugado casi 80.000 votos entre las primarias y las generales.

Recomponerse frente a la ciudadanía es la misión que quedó en manos de Jaldo. ¿Hasta el 23? Eso depende de si Manzur se queda hasta entonces en la Casa Rosada. Si es así, el tranqueño tendrá dos años para demostrar no sólo que está en condiciones de ser el próximo candidato a gobernador del oficialismo sino que, además, puede marcar un punto de inflexión respecto del manejo de la cosa pública. Hacer la diferencia.

Será una tarea cuesta arriba, porque deberá atacar la inseguridad, la desocupación y la pobreza. Y por ahora con un gabinete que no es el suyo. Por sobre todo deberá demostrar que el peronismo, bajo su conducción, es capaz de mejorar la calidad institucional de la provincia. Algunos ya ponen la destitución del juez Pisa en ese capítulo como una muestra de lo que se puede esperar bajo su administración. ¿Se impulsarán normas de acceso a la información pública? Sería una forma de diferenciarse de Manzur.

De un Manzur al que Jaldo necesita en Buenos Aires favoreciendo con recursos a la provincia desde la Jefatura de Gobierno. Ramón “Palito” Ortega fue el mimado de Gustavo Beliz y de Domingo Cavallo durante su gobierno (1991-1995), Alperovich supo aprovechar la mano que le tendió el kirchnerismo; ahora Jaldo tiene sus chances con su socio instalado en el poder central. Igualmente, el vicegobernador en ejercicio del PE deberá dejar su marca en la gestión, demostrar que tiene temple y condiciones para gobernar; un sueño que viene alimentando desde hace varios lustros. Indirectamente ya llegó, está probando el sillón de Lucas Córdoba, pero no es el legítimo dueño, es el reemplazante institucional.

¿Tiene márgenes para demostrar que no es un mero administrador de la gestión de Manzur y que sí tiene libertad para resolver, por ejemplo, cambios en el gabinete e imponer a su propia gente de confianza? Se comenta que en el banco de suplentes del jaldismo muchos ya están precalentando fuerte para entrar a la cancha.

La concreción de esta posibilidad está sujeta a si Manzur y Jaldo ya han sellado un acuerdo a futuro determinando sus ámbitos de acción, uno en el plano nacional y el otro en el plano local. Que el sanitarista haya dicho que Jaldo es el gobernador y que el tranqueño afirmara que no hay más manzurismo ni jaldismo en el peronismo parece ir en la línea de la existencia de un pacto secreto entre ambos. Sin embargo, que el mismo domingo, en el Salón Blanco, algunos hayan deslizado en un cántico la postulación de Pablo Yedlin a gobernador, abre otra puerta. ¿Apresuramiento de grupo o bendición de Manzur? Si Yedlin se corre en algún momento, Manzur ingresa al Senado por ser suplente.

En fin, si oficialismo y oposición proyectan los resultados del domingo hacia 2023 podrán visualizar posibles escenarios y fijar sus cursos de acción.

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