
Día de la Soberanía Nacional: Rosas sigue generando furibundas pasiones
Se cumplen 176 años de la batalla de la Vuelta de Obligado, una victoria pírrica de la armada anglo-francesa que a la larga se convirtió en triunfo estratégico para la Confederación Argentina. Fue un éxito político de Juan Manuel de Rosas y San Martín lo reconoció obsequiándole su célebre sable corvo. Pero nada modificó la grieta entre unitarios y federales, una división que perduró en el tiempo.

En Tucumán fue muy fuerte la mirada liberal anti-rosista
Facundo Nanni
Doctor en Historia. Integrante de la Junta de Estudios Históricos de Tucumán-Conicet/UNT
La llegada del feriado que evoca la Batalla de la Vuelta de Obligado -20 de noviembre de 1845- nos invita a abordar un tema crucial: la figura de Juan Manuel de Rosas y las pasiones cambiantes a su alrededor. Tanto entre sus contemporáneos como en las discusiones que se perpetuaron tras su muerte, las grietas en torno a su valoración fueron un constante vaivén. No en vano, Jorge Luis Borges en su fantástico “Diálogo de muertos”, imaginó una provocadora conversación de ultratumba entre Facundo Quiroga, retratado como un valiente caudillo del interior, y un menos virtuoso Juan Manuel de Rosas. Este último, en el relato ficcional, le contesta al riojano una frase maravillosa sobre el amor y el odio hacia los líderes: el halago de la posteridad no vale mucho más que el contemporáneo, que no vale nada y que se logra con unas cuantas divisas. La poderosa confesión ficticia del caudillo de Buenos Aires hacia su par del interior era al mismo tiempo una confesión literaria del anti-rosismo de Borges, que en cambio valoraba a los gauchos, y la estética del siglo XIX.
Precisamente el péndulo entre una percepción de Rosas como “tirano”, en contraposición a su calificación como “Restaurador del Orden”, serpenteó en función de distintos proyectos de país, sujeto al tratamiento por parte de academias con tradiciones variadas. La forma de materializar estas visiones o imágenes se plasmaron en variados resultados académicos (libros, conferencias), pero también en monumentos y otras medidas gubernamentales como el decreto 1584/2020 que estableció el feriado nacional. En este caso se trató de una nueva reivindicación a su figura, reconociendo a la fecha como Día de la Soberanía Nacional. Es que precisamente los sucesos de 1845 fortalecieron al polémico encargado de las relaciones exteriores. La estrategia de las cadenas contra el avance anglo-francés simbolizó un freno a la política expansiva de estos dos países industrializados.
A favor y en contra
Los hombres y mujeres que se anoticiaron de la batalla podían rememorar antiguos roces con las potencias, como las invasiones inglesas de 1806-1807, y más frescas en sus retinas las tensiones con la Francia de Luis Felipe de Orleans durante el bloqueo del puerto de Buenos Aires en 1838. Aún cuando los bombardeos del General Lucio Mansilla y del teniente coronel Juan Bautista Thorne fueron audaces, la victoria en la Vuelta de Obligado fue para Francia e Inglaterra. Sin embargo, el triunfo costó caro a las poderosas naciones de la Europa Occidental, que perdieron vidas y material bélico, y pronto reconocerían que la navegación del río Paraná debía respetar las leyes de la Confederación Argentina. Victoria pírrica para Francia e Inglaterra o triunfo estratégico del rosismo, si se prefiere.
Precisamente los argumentos de soberanía, añadiendo la anécdota del famoso sable corvo de San Martín para agradecer a Rosas, fueron razones esgrimidas tanto por quienes vivieron en carne propia la experiencia del rosismo como para las generaciones posteriores. Hasta aquí las posibles razones para sostener su legado.
El problema es que contrastan con un número grande de razones para cuestionar las políticas del rosismo. En las antípodas del relato glorioso, la violencia y crueldad frente a los múltiples adversarios (unitarios, generación romántica de 1837, federales disidentes) fue y es todavía la principal piedra angular para anular o matizar las anteriores proezas. Las fuerzas de choque del rosismo, la Sociedad Popular Restauradora, con fuerte presencia de su esposa Encarnación Ezcurra, y aún más subrepticia la Mazorca, han perpetrado formas atroces de control de la opinión, particularmente entre 1838 y 1845, como lo han mostrado las investigaciones especializadas.
Tucumán y el debate
Para Tucumán, la represión hacia las fuerzas de la Liga o Coalición del Norte que fracasó en su enfrentamiento a Rosas, y concretamente la brutalidad contra Marco Avellaneda -cuya cabeza se exhibió en la plaza Independencia-, alimentaron las manifestaciones locales de anti-rosismo. En investigaciones anteriores he abordado el tema de la memoria en torno a Avellaneda, mostrando de qué manera los estudios pioneros de Paul Groussac, Lizondo Borda y Juan B. Terán fueron creando una heroización y un ícono anti-rosista alrededor del joven amigo de Alberdi, proceso que se materializaría con fuerza en 1941, durante el Centenario de dichos acontecimientos. Cabe destacar, que el crudo momento vivido tras el triunfo rosista en la Batalla de Famaillá contrasta con otros años de mayor tolerancia durante los gobiernos de Alejandro Heredia y en cierta medida en el gobierno de Celedonio Gutiérrez, pretendiendo una “conciliación de partidos”, entre unitarios y federales. Aún cuando hubo momentos de feliz convivencia entre unitarios y federales, y aún cuando ciertos rasgos del gobierno federal de Heredia fueron destacados por la historiografía tucumana, resultaba difícil no reconocer la violencia del rosismo en nuestras tierras en los años 1840-1841.
La valoración cambiante frente al gobernador de Buenos Aires fue un clivaje notable que corrió paralelo a la profesionalización de la práctica histórica en Tucumán y en todo el país, dando lugar a las más variadas lecturas del fenómeno. El debate no ocurría solamente en cenáculos académicos. Hasta hace algunos años, en la intimidad de los hogares se discutían fervorosamente virtudes y defectos del federalismo rosista, y las familias solían remarcar su tradición unitaria o federal, costumbre hoy en desuso, reemplazada en la actualidad por otros clivajes. Hacia finales del siglo XIX importantes historiadores como Adolfo Saldías y Ernesto Quesada aportaron nuevos enfoques, matizando versiones heredadas sobre el período 1829-1852.
RICARDO ROJAS. El intelectual tucumano rescataba algunos rasgos “auténticos” del rosismo.
Ricardo Rojas, intelectual nacido en Tucumán, de familia santiagueña, sostenía en “La Restauración Nacionalista” que el rosismo y sus seguidores tenían algo de auténtico y autóctono, aunque advertía la violencia política y la demora en la organización constitucional de la República. En aquella provincia de Santiago que formaba parte de las raíces de Rojas, posteriormente en la década de 1960 el historiador Alen Lascano, de filiación radical, desarrollaría también una defensa del rosismo y de su vínculo estrecho con el caudillo Juan Felipe Ibarra. En Tucumán hubo esporádicas expresiones de la disciplina histórica a favor de la controversial figura, pero en términos generales fue fuerte el liberalismo anti-rosista de autores como Groussac, Terán y Borda, quienes encontraban en la Batalla de Caseros un punto de quiebre histórico.
Cuando Alberdi le dio la mano y al final lo comparó con un lord
Fabián Soberón
Escritor. Docente de la escuela de Cine-documentalista-
crítico literario
Hacia el final de “Mi vida privada” (autobiografía), Juan Bautista Alberdi cuenta que siente cerca el peligro de la muerte, ya que conoce casos de persecuciones a intelectuales y políticos que han osado diferir con Juan Manuel de Rosas. Y que por eso piensa que Rosas puede eliminarlo. Alberdi teme por su vida y por eso decide huir. La presurosa fuga y su recuerdo conforman un episodio central en el laberinto sinuoso que dibuja su relación con Rosas. Esta secuencia cinematográfica de su autobiografía configura el primer eslabón de una serie de episodios que jalonan las relaciones entre él y Rosas. Este es, para mí, un momento clave de su vida y del país: ocurre en 1838.
COMO UN CONFUSO ESPEJO. Así podía mirarse Alberdi en Rosas, el antiguo y feroz enemigo.
Alberdi acusó a Rosas de tirano en diversos escritos: entre otros, en el famoso “Fragmento preliminar al estudio del Derecho” y en “La República Argentina treinta y siete años después de su Revolución de Mayo”. Como otros miembros de su generación, Alberdi repudió el despotismo de Rosas. Pero a diferencia de ellos, vio en él una figura que no debe eliminarse. De alguna forma, entendió que Rosas es un producto de su pueblo, que Rosas es la imagen del país, que no podría existir sin las condiciones que presenta la Argentina: “como todos los hombres notables, el desarrollo extraordinario de su carácter supone el de la sociedad a la que pertenece.
Rosas y la República Argentina son dos entidades que se suponen mutuamente: él es lo que es porque es argentino; su elevación supone la de su país; el temple de su voluntad, la firmeza de su genio, la energía de su inteligencia, no son rasgos suyos sino del pueblo. La idea de un Rosas boliviano o ecuatoriano es un absurdo. Solo el Plata podía dar por hoy un hombre que haya hecho lo que Rosas”.
Esto escribe Alberdi en 1847. A diez años de su rápida huida, se ha modificado, parcialmente, su imagen del tirano. Rosas no es el culpable de todo lo que se le acusa. No es el único responsable del mal. Es un reflejo del país, un fenómeno argentino. Aquí, en este ensayo, se anticipa el vuelco final. Aquí, Alberdi prefigura la visión diferente, especular, que tendrá de Rosas después de conocerlo en Inglaterra. Diez años más adelante, Rosas no será una mera pared sino un espejo en el cual podrá encontrar un tenue reflejo de sí mismo.
Un episodio de reconciliación
En 1857, Alberdi se encuentra en Inglaterra con Rosas. Después de años de enfrentamientos, de décadas de reconocerse en las letras de los periódicos, Alberdi habla, en una noche imborrable, con el temible bárbaro de Buenos Aires. Y sobre ese encuentro memorable, Alberdi escribe una crónica. Alberdi es un hombre maduro, el hombre que ha vivido la mitad de su vida fuera del país y Rosas ya no es el aguerrido tirano, el caudillo poderoso. Rosas es el débil farmer, el pobre y olvidado granjero que vive al lado de las gallinas y de unos pocos caballos en la solitaria tierra inglesa.
El encuentro entre Alberdi y Rosas ocurre en 1857, en Inglaterra, y es el otro momento clave en la historia de este laberinto. Podría decir que se trata de un episodio de reconciliación. Como una anticipación de Roberto Arlt, Alberdi escribe una crónica de su encuentro, una especie de aguafuerte londinense: “al ver su figura toda le hallé menos culpable a él que a Buenos Aires por su dominación”. La crónica “Rosas (en el destierro)” fue publicada bajo el apartado “Dos entrevistas históricas”. Esta crónica casi olvidada es el modelo estético y secreto (anticipatorio) de la novela “El farmer”, del escritor argentino Andrés Rivera. Se trata de un modelo desplazado ya que en la crónica de 1857 tenemos el punto de vista de Alberdi y en la novela de Rivera se revela el yo conjetural de un Rosas más literario. Anoto algo que no ha sido destacado: la prosa de Rivera parece imitar la sintaxis y la cadencia narrativa de Alberdi.
En la crónica de Alberdi de 1857, el viejo y olvidado farmer es un confuso espejo para el tucumano. Ambos hombres, agotados por el fárrago inútil de la vida, han viajado, han perseguido, a su manera, la república ideal y han perdido frente a sus oponentes. De alguna forma, se parecen. Dicho de otro modo: tienen más elementos en común que diferencias. Y Alberdi se apiada de Rosas. Hay una compasión, una pasión compartida: “al verle le hallé más viejo de lo que creía, y se lo dije. Me observó que no era para menos, pues tenía sesenta y un años”. Y unas líneas más abajo afirma: “no es ordinario. Está bien en sociedad. Tiene la fácil y suelta expedición de un hombre acostumbrado a ver desde lo alto el mundo. Y, sin embargo, no es fanfarrón ni arrogante, tal vez por eso mismo, como sucede con los lores de Inglaterra: las más suaves y amables gentes del país”. Alberdi compara a Rosas con un lord. Dice que Rosas se comporta como un amable lord inglés. ¿Dónde ha quedado la ruda imagen del bárbaro, la terrible estampa del tirano cruel? Y agrega al final: “después de Balcarce ningún porteño me ha tratado en Europa mejor que Rosas...”
¿Qué ha sucedido en esa reunión? ¿Piensa Alberdi de Rosas lo mismo que antes, en su romántica juventud? ¿Los años han apaciguado el árido rostro salvaje? ¿Qué ha sucedido con el brazo de hierro del hombre más temido por los unitarios? ¿Sólo la reunión con Rosas ha modificado esa imagen? Evidentemente, Rosas ya no es el único autor del mal. Rosas ya no “hace el mal sin pasión”. Rosas es un hombre amable, un caballero, un lord, un campesino agudo y locuaz, alguien que habla inglés con las damas -aunque no lo haga del todo bien-, alguien con quien Alberdi comparte algunos puntos de vista.
La despedida
Alberdi fue funcionario, fue legislador por Tucumán. En algunos escritos parece repudiar el rol del intelectual. Y en otras páginas valora ese rol en la vida política. Rosas es un hombre de acción, un caudillo, una fiera, podríamos decir, en el imaginario de ciertos opositores. Pero es un hombre que ha escrito un diccionario de lengua indígena y que habla inglés mejor que Mitre. Mitre no habla inglés. El traductor de “La Divina Comedia”, el gran erudito, no maneja el inglés. Y Rosas escribe un diccionario y habla con las damas la lengua del imperio. Considerando los matices, ambos van a morir despreciados. Ambos serán la cifra futura, el orgullo irredento, de sucesivas generaciones. En eso también se parecen. Y por los matices y las contradicciones, son dos modelos en la historia política argentina.
Quiero quedarme con dos escenas: una despedida y una espera. Alberdi no escribió la despedida pero sobrevuela en el humo de la historia, está suspendida en el aire. En 1857 Rosas y Alberdi se dan la mano. Sin furia, sin rencor, se dan la mano y se despiden. Alberdi sigue su camino, su exilio interminable. Rosas, sentado en el patio de tierra, con la solitaria compañía de un caballo desgarbado, espera la muerte. Pienso que estas escenas resumen y proponen, de alguna forma, dos modelos en la historia política argentina.







