¿Quién dijo que todo está perdido, Tucumán?

¿Quién dijo que todo está perdido, Tucumán?

Los herrumbrados engranajes de la institucionalidad tucumana se sacudieron algo del óxido que suele paralizarlos y la suerte del ex juez Francisco Pisa quedó echada. El proceso no ha terminado; se abre ahora una etapa de apelaciones, cuya trama dependerá de los fundamentos del fallo. Mientras ese ovillo continúa desenrendándose, el mensaje se irradia en numerosas direcciones. Al heterogéneo Jurado de Enjuiciamiento le salió una conveniente decisión unánime, en sintonía con el clamor de justicia compartido por la opinión pública y la familia de Paola Tacacho. La absolución de Pisa fue quedándose sin condiciones de posibilidad a medida que se reconfiguraba el tablero político y crecía la presión social. El resultado electoral del domingo, al borde del empate entre oficialismo y oposición, precipitó la última ficha del dominó.

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El padrinazgo que había protegido a Pisa en el primer momento se diluyó a 1.300 kilómetros. Juan Manzur hizo mutis por el foro -públicamente, se entiende- durante los últimos y cruciales días, abocado a la gestión en un Gobierno nacional que se propone despertar de la siesta y retomar la iniciativa. Qué lejos parece febrero, cuando el propio Manzur le había aceptado la renuncia a Pisa sin inmutarse por el costo político que estaba pagando. En ese tobogán arrastró a la ministra de Gobierno, Carolina Vargas Aignasse, que avaló con su firma el decreto e intentó dar una explicación que oscureció todo y no aclaró nada. Por eso la destitución de Pisa deja tan mal parados a Manzur y a Vargas Aignasse, quienes podrán invocar jurisprudencias para ponerse a salvo pero, a ojos de la sociedad, quedaron desnudos en su condición de protectores de un juez, cuanto menos, incompetente.

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Para la corporación judicial la destitución de un miembro del foro es una pésima noticia. La jubilación con el 82% es el postre en la carrera de sus señorías, una ambrosía suculenta y exclusiva de la que nadie quiere privarse. La cuestión en este frente no es Pisa ni las simpatías cosechadas entre sus antiguos pares, sino el día después. Otro juez, Orlando Stoyanoff, atraviesa un proceso similar. Stoyanoff no es Pisa ni los casos que protagonizaron guardan relación. Es más, a Stoyanoff no se lo está juzgando por lo que hace puertas adentro de Tribunales, sino por su compartimiento afuera. En Palacio siguen con mucha atención este proceso y el murmullo generalizado, nervioso e incómodo, apunta a lo que viene. A si, finalmente, esos engranajes institucionales comienzan a funcionar con otro dinamismo y el Poder Legislativo se ocupa de seguir con lupa al servicio de Justicia. Nada más temido en Tribunales que un efecto cascada, traducido en la multiplicación de jurados de enjuiciamiento a medida que se detecten irregularidades en el comportamiento de los magistrados. Hasta aquí los anticuerpos que protegen a la corporación judicial vienen funcionando con altísimos grados de efectividad. La aparición de una cepa institucionalista puede hacer tambalear este status quo. La pregunta es si Pandora ya cerró la caja; en tal caso a la ciudadanía -como lo hizo en el caso Tacacho- le toca apurar a Pandora para que deje la caja de Tribunales abierta y luego ensaye un silencioso paso al costado.

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El mensaje es idéntico en Muñecas y avenida Sarmiento. De reiterarse en 2023 resultados similares a los del domingo pasado tendremos en el futuro una Legislatura mucho más plural, más allá de quién ocupe el despacho de la Presidencia. Soplan otros vientos en Tucumán, imposible saber en qué dirección lo harán durante el larguísimo año que asoma a la vuelta de la esquina. Tan largo que el Mundial se jugará recién en noviembre-diciembre. Pero mientras tanto la inquietud ciudadana no es una sensación, sino una realidad traducida en las urnas. El Tucumán que viene se adivina, al menos, diferente, y la destitución de Pisa no puede dejar de leerse por fuera de este clima de época. Los legisladores suelen afinar el olfato y por estos días perciben que la vara de la exigencia se elevó considerablemente. Era hora. Entre las enseñanzas que dejó la elección se entreteje un mandato: ya nadie podrá hacer la plancha.

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La calidad institucional es un activo implícito en cada reclamo de la sociedad. Cada conquista relacionada con el trabajo, la seguridad o la justicia mejora el marco de referencia, lo torna más sólido y creíble. Por consiguiente, las movidas en el sentido inverso esmerilan los engranajes y la rueda se paraliza. En ese intríngulis quedó atrapado el intendente Germán Alfaro, cuya renuncia a la banca de senador implica un riesgo político cuya profundidad se conocerá con el tiempo. Teniendo en cuenta la volatilidad de los electorados y la escasa memoria que se detecta en el cuarto oscuro, bien puede apostar Alfaro a que en 2023 todo esto haya quedado en el olvido. Prefiere pagar todos los costos ahora, con la elección calentita, para acomodar los tantos en los tiempos por venir. Por supuesto que la decisión de cederle el escaño a su esposa Beatriz Ávila estaba tomada desde antes del domingo y en ese sentido lo incuestionable es que la candidatura testimonial de Alfaro defraudó a sus votantes. “Escándalo”, titularon el martes los medios nacionales -y no los cercanos al Gobierno-, pero son reacciones que estaban dentro de los cálculos. Ya no se habla del tema en la prensa nacional.

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Conviene destacar un aspecto en este capítulo. El espacio político al que pertenece Alfaro se reivindica como bastión de los valores republicanos. El respeto a las instituciones representa, justamente, uno de esos activos irrenunciables. Se entiende entonces que algunos aliados electorales le hayan reprochado al Intendente una movida reñida con el respeto a las instituciones. Fue el caso de la diputada electa Paula Omodeo, quien sintió que no podía quedarse callada y salió del intríngulis por la vía republicana. Ese acto de honestidad intelectual le está valiendo a Omodeo una dura bienvenida a la arena política, y no sólo por la contundente respuesta del funcionario Fredy Toscano -que es la voz de Alfaro-. Es cierto que el acceso de Omodeo al Congreso estuvo atado a la conformación del frente opositor, y que solo por su cuenta difícilmente el flamante partido CREO habría obtenido esos números, pero esto no habilita compromisos ni pactos de silencio cuando hay convicciones de por medio. Veremos cómo sigue esta historia.

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Roberto Sánchez hizo exactamente lo contrario: evitó el intríngulis con una prolijidad institucional de la que puede enorgullecerse. Tan cierto como que la conformación del Concejo Deliberante de Concepción no tiene nada que ver con la dinámica de los ediles capitalinos. Pero esto es algo que Alfaro y Sánchez conocían; si algo no pueden alegar es sorpresa. Quienes frecuentan al Intendente concepcionense resaltan, entre sus virtudes, lo metódico y apegado a las reglas que es. Casi un obsesivo que no tolera el desorden. Por eso marchará a la Cámara de Diputados tranquilo, dejando la casa en manos de Alejandro Molinuevo. Los laureles que se calzó el domingo, feliz referencia a las glorias deportivas que supo capturar, se convirtieron en una metáfora acertada. Sánchez es quien mejor parado quedó al cabo de la vibrante jornada electoral. A partir de esa performance, alimenta el sueño radical de sentar a un correligionario en la poltrona de Lucas Córdoba por primera vez desde los tiempos de don Lázaro Barbieri. Para transitar desde lo onírico al mundo de la realpolitik Sánchez afronta dos años de lo más exigentes. Para empezar se la pasará viajando a Buenos Aires, con todo lo positivo y lo negativo que eso representa en un período de construcción como el que se le viene. En la columna del haber Sánchez ofrece un capital que les faltó a candidaturas como la de José Cano o Silvia Elías de Pérez: una gestión exitosa. Y la de Concepción lo es.

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Tal vez la mejor noticia es que un tema habitualmente relegado en la agenda tucumana, como el de la calidad institucional, hoy sea titular destacado. Es un paso adelante gigantesco por su doble efecto: el palpable en las lágrimas de la familia Tacacho y el futuro de Francisco Pisa, y el simbólico que se proyecta sobre la vida de la provincia. Si los engranajes funcionan aceitados es ganancia pura para la sociedad en su conjunto. Quedó demostrado que la participación ciudadana es esencial en ese sentido. Que los motores se mueven en la dirección correcta cuando se terminan la complicidad y el silencio.

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