10 Noviembre 2021
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En un tiempo de pasiones tristes, durante el cual el desánimo y el enojo produjeron una sensible baja en la participación electoral de las últimas Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO), la campaña hacia el 14 de noviembre viene a confirmar algo a lo que solo falta ponerle un número.
Aunque resulta probable la recuperación de algunos puntos porcentuales, la derrota del peronismo es segura. El golpe de gracia o el fondo de donde solo queda emerger. Ese número -en cantidad de votos y de bancas- con el cual el oficialismo debe enfrentar el final de un ciclo que se está agotando.
Los gobernadores se encierran en sus provincias para que la desaprobación no se los lleve puestos. La oposición juega a la espera de un nuevo turno en 2023. La vicepresidenta, Cristina Fernández, escribe cartas para que algo empiece a funcionar. El gobernador, Juan Manzur, desde su rol de jefe de Gabinete pide que obre un milagro. Y el presidente, Alberto Fernández, se convierte en el blanco al cual todos apuntan.
En el contexto de una economía estancada, de alta inflación y de salarios lejos de los precios, nadie quiere salir a escena ante una sociedad agotada.
Se trata de hacer lo mínimo indispensable, para no enfrentar un electorado irritado al cual tientan -al igual que sucede en otros países- a buscar una salida por derecha.
En el capítulo tucumano, casi todos los protagonistas supieron aprovechar la ventaja institucional de las PASO para estirar sus fronteras y para asegurarse victorias.
La oposición mira hacia Buenos Aires y aprende que un triunfo requiere de la unidad más allá de las internas y de las tensiones. Un triunfo que pareciera estar a tiro de un Bussi. O de dos.
En definitiva, estamos en una campaña en “modo avión”, debido a un Gobierno en fuga hacia adelante, que no logra hacer síntesis, y a una oposición que hace lo obvio: esperar el final del juego.
Si el mundo pertenece a los que se atreven, la Argentina parece condenada a no ser de nadie.
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