

CRÓNICA
LA OTRA GUERRA
LEILA GUERRIERO
(Anagrama – Barcelona)
En un volumen breve, la autora cuenta la historia del cementerio argentino en las islas Malvinas.
La historia es compleja y empieza en 1982, en plena guerra, y el primer personaje real del sinuoso y oscuro recorrido es un soldado inglés: Geoffrey Cardozo. Cardozo recibe el encargo del gobierno británico de dar sepultura a los argentinos caídos en combate. La tarea de Cardozo es pulcra y meditada, a pesar de la urgencia de la hora. No todos los vivos piensan lo mismo. Guerriero da cuenta de esa diversidad de opiniones.
El oficial Geoffrey Cardozo cumple el encargo luego de que el gobierno militar argentino se niegue a traer a los soldados por una cuestión semántica y política: Gran Bretaña sostiene que los soldados argentinos deben ser repatriados y eso implica pensar que las islas son inglesas. El gobierno de Galtieri no informa a los familiares del trabajo de Geoffrey Cardozo y tampoco comunica el lugar en el que fue construido el cementerio. Durante 30 años madres, padres, hermanos y hermanas no conocen la localización de las tumbas. Dice Guerriero: “en los aniversarios de la guerra los medios argentinos comenzaron a publicar imágenes de ese sitio de pulcritud vascular, una geometría perfecta sacrificada por el viento a las que muchos creían un espacio simbólico, vacío”. Y agrega: “Durante ese tiempo el oficial inglés Geoffrey Cardozo conservó una copia de su informe, convencido de que el Estado argentino lo había dado a conocer a los familiares. Pero en 2008 supo que no: que los familiares ni siquiera sabían de su existencia”.
Conflictos
El Equipo Argentino de Antropología Forense es contratado para indagar en los restos de los soldados con el objetivo de identificar a los muertos. Inmediatamente empiezan los conflictos: las agrupaciones de ex combatientes y algunos familiares se oponen al trabajo de excavación. Un grupo habla de “desaparecidos” y genera resistencia entre los familiares. Otro interpreta que el proceso de identificación implica el objetivo final de traer los restos al país y se niega a colaborar. El proyecto se vuelve engorroso y choca con insólitos obstáculos ideológicos.
Guerriero construye un relato ágil y rítmico al incluir la palabra de Geoffrey Cardozo, las opiniones de los miembros del Equipo Argentino de Antropología Forense, los testimonios de familiares y veteranos. El trabajo del Equipo fue arduo y a medida que iban saliendo los resultados de la investigación, los familiares fueron recibiendo las noticias.
Historia oscura y densa
El libro da cuenta de la vida de los familiares, aquellos que peregrinaron durante décadas buscando información sobre los soldados muertos: “María Fernanda se casó, tuvo hijos, se divorció, intentó suicidarse varias veces. En 2003 dio con un cabo que había estado con su hermano y que le contó cómo había muerto… El 30 de noviembre de 2007 mezcló rivotril, cereza y k-otrina, un veneno para cucarachas. La mezcla no la mató pero la mandó a una clínica psiquiátrica…”
Las historias se entrelazan; Guerriero, hábil narradora de no ficción, arma una trama como si se tratara de un thriller truculento, una historia oscura y densa como aquellas que inventa un escritor sospechoso aunque, en este caso, se trata de un conjunto de historias reales vividas por personas reales que sufrieron la peor pena que se pueda padecer: el cercenamiento de la esperanza, la caída del amor en un pozo triste y sin fondo. Guerriero nos muestra la miseria de un Estado que se equivocó y describe cómo algunas personas pudieron recuperar el rincón secreto en el que habían sido enterrados sus soldados después de haber supuesto durante décadas que el cuerpo había sido pulverizado por una bomba, que había sido abandonado en el océano o que había sido enterrado en una fosa común, olvidada y desarmada por el viento.
¿Por qué?
Adriana, hermana de un soldado muerto, sostiene luego de haber visto el cementerio: “A mí me podés decir que tiene petróleo, lo que quieras, pero lo que pensé fue: ¿Por esta mierda Gustavo se murió?” Un tiempo antes de que su hermano partiera a las islas, su marido le regala un grabador. Ella graba una conversación que mantiene con Gustavo en el regimiento. Allí él se queja del maltrato de los superiores, de que no les dan los regalos de los familiares. “No sabe que meses después una bomba lo exterminará en el Atlántico Sur, que su hermana pasará 35 años sin saber dónde está enterrado, 25 sin saber cómo murió”.
La otra guerra narra la guerra íntima y tenaz que vivieron muchas personas hasta alcanzar las tumbas que guardan, en la soledad helada, los restos de combatientes que no merecían morir en la inhóspita superficie de las Malvinas, esas islas que fueron el pretexto del patriotismo insólito de unos pocos militares mesiánicos.
© LA GACETA
Fabián Soberón







