La disputa de los extremos
La disputa de los extremos

El 15 de noviembre todo estalla por los aires si la oposición vuelve a revolcar al Frente de Todos a nivel nacional. Anhelo o posible realidad; entre esos extremos discurren los análisis de café respecto de lo que puede suceder si el escenario electoral empeora para el oficialismo en los comicios de noviembre. Todas las encuestas, las que se muestran y las que llegan interesadas sólo a ojos privilegiados, son altamente negativas y no le permiten al Gobierno tener expectativas de mejorar la performance nacional de septiembre. Las cifras desalientan cualquier atisbo de entusiasmo y suman pesimismo. Palabras como bronca, tristeza, enojo, pero sobre todo desilusión, se revelan como sensaciones principales en la ciudadanía respecto de la gestión nacional.

Los datos permiten extrapolar que en este país se perdió la alegría. Todo se convierte en un combo altamente negativo que le impide a los integrantes del Frente de Todos esperar que la sociedad modifique el voto y les vuelva a dar una señal de confianza. Si bien desde el poder central avanzan con todas las medidas posibles para revertir las cifras, o por lo menos para atenuar la diferencia -para no perder completamente el control de las cámaras en el Congreso-, lo que exponen los muestreos es que difícilmente en este poco tiempo que le queda cualquier iniciativa resulte exitosa en términos de cambiar la percepción social y la realidad general.

A la ciudadanía le preocupa más que nada la situación económica, la desocupación y la inflación descontrolada. No hace falta que relevamientos de consultoras privadas lo precisen como para que las autoridades obren en consecuencia; aunque las mediciones están sobre los escritorios de los funcionarios, porque así se entienden, por ejemplo, la política de control de precios para frenar la inflación o el anuncio de que es intención gubernamental convertir los subsidios sociales en puestos de trabajo. Parecen iniciativas desesperadas para cambiar la voluntad del electorado más que políticas a largo plazo, más allá del 14 de noviembre.

Sólo eso, porque si los resultados son similares o peores para el oficialismo la coalición entrará a crujir. ¡Si se culparon y echaron funcionarios con las primarias, cabe imaginar qué puede venir! Alguien tendrá que organizar el desorden, como señaló un veterano compañero recordando palabras del líder del peronismo. Si se acomoda un poco mejor en el resultado final de noviembre, la coalición gobernante recibirá algo de oxígeno para seguir gestionando, pero en un clima de tensión interna, como viene ocurriendo. O se ordenan o serán dos años de agonía hasta que en el 23 la oposición los desplace.

Ordenarse, a la luz de lo que aconteció alrededor del 17 de octubre, significa terminar de dirimir quién será el que, precisamente, organice todo el desorden y obtenga el reconocimiento como nuevo conductor del espacio. Porque lo que quedó claro es que Alberto Fernández no puede liderar ni siquiera siendo presidente del país ni del PJ y que no sólo es un mandatario de transición sino también una persona puesta para que sólo se junten los extremos y escondan sus diferencias internas al solo efecto de llegar al poder. Lo hicieron en 2019, pero la pandemia y el país se les vino encima.

Y, además, no cumplieron con aquello de que el justicialismo resuelve sus propias internas en elecciones generales, nacionales o provinciales. Eso sucedió, por ejemplo, en las PASO en Tucumán, donde se enfrentaron por el liderazgo del peronismo Manzur y Jaldo; ambos respetaron ese rasgo muy peronista de dirimir sus cuitas haciendo participar de la resolución del conflicto al resto de la ciudadanía. Sin embargo, por la crisis que azotó al Gobierno nacional como consecuencia del resultado de las primarias y por los reacomodamientos en el gabinete, en la provincia todo se dio vuelta en cuestión de horas en el oficialismo: ganaron los que perdieron y sucumbieron ante el adversario los que triunfaron.

En el ámbito nacional no ocurrió lo mismo porque en la coalición las distintas miradas de sus integrantes sobre cómo gobernar -hasta ideológicas- no chocaron en una interna para dirimir quién manda y quién no; al contrario, repitieron la experiencia del 19 e hicieron listas juntando a los diferentes. Así les fue. Todo estalló el 13, y con la carta de Cristina culpando a su elegido para la presidencia, peor.

¿Qué pasará el 15 de noviembre en el Frente de Todos? Se supone que todo puede volar por los aires ante un eventual fracaso electoral: desorden, desorganización, anarquía, desgobierno; pero en el oficialismo, no en el país, si bien pagará las consecuencias. Entonces, obligadamente, la coalición gobernante va a tener que resolver su propia interna, la movimientista por decirlo de alguna forma, y determinar otra forma de conducción, a la antigua usanza del PJ, más vertical y menos colegiada como la que hoy se expone desnivelada en cuanto a las acciones que posee cada miembro de la sociedad. ¿En una versión moderna de la lucha de los sesenta-setenta? Cuidado. La experiencia de juntarse todos para llegar al poder desnuda más debilidades de gestión que fortalezas, como lo revelan los muestreos; e indicarían que el peronismo va camino a tener que elegir a un conductor definitivo, un exponente de un lado o del otro del movimiento.

Una nueva derrota electoral en noviembre podría acelerar este proceso, que ya está en ciernes por cierto; se observó en las celebraciones por la lealtad, donde los “extremos” tradicionales no se juntaron y cada uno dijo lo suyo, y en contra del otro; y con la aparición de un actor nuevo en el peronismo e inexistente en la concepción movimientista del siglo pasado: los dirigentes y las organizaciones sociales. Un factor político clave a la hora de mirar la posible futura pelea interna entre los compañeros; donde terciarán gobernadores, la dirigencia de la CGT, los intendentes bonaerenses, los camporistas y los cristinistas. Y si se quiere, hasta el Papa indirectamente. Es sabido en qué lado estará Manzur. Él prácticamente le juró lealtad a Alberto y a lo que parecía representar en el peronismo; pero el Presidente desilusionó a los que apostaban a la conformación del albertismo como expresión interna para enfrentar al kirchnerismo, el ala dura. Ahora bien, si entre los compañeros se vislumbra lo que irremediablemente debe sobrevenir para que el peronismo se revitalice de cara al 23, ¿qué rol elegirá jugar Manzur en ese escenario? ¿Estará del lado de los que tienen que organizar el desorden? Porque para los que creen que una derrota en noviembre y una debacle en el 23 marcaría el inicio del fin del peronismo -el sueño de los antiperonistas, por cierto-, es obligatoria la interna en el Frente de Todos en los próximos dos años. Sea cual sea el resultado de las generales del próximo mes.

La pregunta que se hacen muchos -los manzuristas tucumanos en especial- es si el jefe de Gabinete participará de ese proceso interno, si querrá jugar como referente de un lado del espacio y si se animará a esa batalla ideológica y sectorial. Por de pronto se puso en la otra vereda de La Cámpora respecto del arreglo del FMI, ya que mientras los muchachos “K” remarcaron que se oponen a un acuerdo; él sostenía que un acuerdo positivo con el FMI es una prioridad nacional que involucra a todos los sectores de la sociedad argentina. En ese marco refirió algo llamativo: “esto tiene consenso dentro del Frente de Todos”. ¿Se quedará Manzur en Buenos Aires sea cual sea el resultado? La alternativa es participar de la reorganización y redistribución de fuerzas en el peronismo a nivel nacional de manera refundacional o regresar a Tucumán para elegir un sucesor y enfrentarse nuevamente con el vicegobernador. Destino nacional, o provincial. ¿Cuál?

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