Supremacías: homofobia de ayer, populismo de hoy

Supremacías: homofobia de ayer, populismo de hoy

Por Hugo E. Grimaldi

Cristina Fernández de Kirchner. @CFKArgentina Cristina Fernández de Kirchner. @CFKArgentina
19 Octubre 2021

No se trata de “amargar” a nadie, ni tampoco el propósito es “poner nerviosos” a los lectores como acaba de diagnosticar Cristina Fernández que hace el periodismo que no le complace, pero bien vale comenzar con una referencia a los tiempos cuando el machismo ancestral hacía de las suyas en la convivencia entre los argentinos. Por entonces, había una fórmula infalible, sobre todo entre los hombres, disparada para desacreditar al otro cuando se recibía una acusación que escuchaba el grupo de convivencia: “¿y vos que sos puto?”, se le retrucaba al inculpador como justificación comparativa para justificar que el otro era peor.

En este episodio muy común en muchas décadas, la degradación estaba a flor de piel, no existía más argumento que la agresión por contrataque y era obvio que la respuesta llevaba implícita siempre cortar la discusión sin dar explicaciones ni hacerse cargo de nada. No había quién osara opinar (ni mucho menos defender) porque en aquella sociedad ése era un escalón más que humillante. Hoy, parece que la historia vuelve a repetirse, pero ahora en tiempos de una igualdad cada vez más retórica, ya que los malos y defectuosos siempre son los demás, los que piensan diferente y también quienes hicieron un homenaje a sus muertos.   

En este clima vandálico, de insultos y de ninguneo hacia los opositores, Sergio Massa parece haber primereado a sus socios del Frente de Todos para hablar de acuerdos con la oposición, un viejo caramelo que el peronismo suele ofrecer cuando se vé acorralado. El titular de la Cámara de Diputados parece que siente que la llegada de Juan Luis Manzur al gobierno nacional le quita espacio dentro de un Frente de Todos que se desgaja aceleradamente.

Desde el resto de sus socios, más preocupados por las lanzas que vuelan de un lado al otro de las trincheras, no hubo todavía reacciones internas contra él porque los actos por el 17 de octubre fueron un concierto de desgajamientos que van a dejar secuela. La fractura ha quedado expuesta. Parece insólito, pero fruto de su debilidad, el peronismo quiere acordar con la oposición para que los demás le ayuden a arreglar el desaguisado que profundizó el kirchnerismo en sus dos años de gobierno. La oposición, intuyendo una celada, prefirió correrse por ahora, aun sabiendo que el fondo de la cuestión es que todo va a terminar cuando vuelvan a endosársele las culpas.

A tantos años de distancia de aquella práctica homofóbica que el tiempo fue diluyendo, la militancia kirchnerista más radicalizada de hoy elige otros improperios más sutiles para negar con la palabra lo que Massa quiere reunir alrededor de una mesa. Los insultos a Mauricio Macri del habitualmente medido Martín Insaurralde, hoy Jefe de Gabinete bonaerense impuesto a Axel Kicillof por Cristina Fernández, le pegaron al tigrense por debajo de la línea de flotación.

En el fondo, la sensación es que las agresiones que hace el kirchnerismo hoy llevan la misma carga de envilecimiento hacia la oposición (dirigentes y votantes) que aquellas modalidades sexistas de invertir la carga de la prueba y colgar sambenitos para sacarse el sayo de encima: “nosotros somos superiores, ustedes son los disminuidos y por eso tenemos derechos, entre ellos el de no tener que explicar nada”, parecen decir quienes se han encolumnado detrás de la ideología del populismo del siglo XXI.

Son los mismos (por suerte muy pocos en esta caso puntual) que decidieron ejercer esa supremacía pasando el último domingo por encima de las piedras que se dejaron en la Plaza de Mayo en homenaje a las víctimas de Covid para arrancar las fotos de los fallecidos y también algunas leyendas nada amables para el Gobierno. No les pesa porque, como aquellos de la anécdota, se sienten amparados por cierto beneplácito de su grupo de pertenencia. De hecho, no hubo casi dirigentes del Gobierno que condenaran la barbaridad que acometieron no más de cuatro o cinco personas de su palo que eligieron agredir con los peores argumentos, para defenderse de lo que consideraron un ataque político. Más bien, hubo quienes se ocuparon de señalar que la responsabilidad de lo sucedido por supuesto no fue del kirchnerismo organizador de la marcha sino de la Policía de la Ciudad, otra bajeza que, de paso, sirve para castigar al Jefe de Gobierno porteño.

“No saben lo que hacen”, dice Jesús en el Evangelio. Sin hacer comparaciones de hechos o de personas, a este episodio de la Plaza de Mayo le cabe la cita ya que los responsables del sacrilegio han actuado a partir de tener la cabeza quemada ideológicamente. No pueden razonar y sólo repiten los clichés de los nuevos tiempos, tan discriminadores como aquella denigrante respuesta sobre una supuesta homosexualidad que sólo servía para bajar a cualquier interlocutor a los infiernos de la época.

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