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Basta de triples fechas de Eliminatorias. De tres partidos en una semana. Es cierto que la pandemia complicó todos los calendarios. Pero con cuatro Copas América en siete años y Eliminatorias imposibles de dieciocho fechas, por momentos, uno tiende a creer que, los clubes europeos dueños de los pases de los jugadores terminarán enojándose finalmente en serio y formando su propia FIFA. Más aún si Gianni Infantino, que mañana lunes se reunirá aquí con Claudio “Chiqui” Tapia, impone su proyecto de Mundiales cada dos años. ¿Terminarán separándose de la FIFA los dueños millonarios de los clubes más grandes para concretar esa Superliga rebelde que ya quisieron concretar meses atrás y solo frenaron por las protestas de los hinchas? Tanto abuso y codicia está colocando al fútbol en un escenario peligroso.

Es cierto, desde esta parte del mundo, tal vez debería alegrarnos la posibilidad de Mundiales más seguidos, para tener más cerca a Lionel Messi, Rodrigo De Paul, Emiliano “Dibu” Martínez y a una selección que compite por retornar a los primeros planos. Pero suena ilusorio pensar que los clubes cederán tan fácilmente a jugadores que compran por casi cien millones de euros y les pagan salarios notables para dejar que se vayan a sus selecciones así como así. Tres fechas en setiembre, tres en octubre, Copa América. El PSG no dice nada porque es de Qatar y tiene intereses propios como sede del próximo Mundial y su necesidad de buena relación con la FIFA. Pero Sudamérica está lejos y cada viaje, sabemos, implica un desgaste que impacta finalmente en los jugadores. Suena hasta fastidioso pensar en los intereses de los magnates estadounidenses, rusos, chinos y árabes dueños de los clubes. Pero también suena ingenuo ignorarlos.

Porque, además, en el medio de todo, están los jugadores. “Las grandes estrellas se lesionarán, se lesionarán y se lesionarán”. El arquero belga de Real Madrid, Thibaut Courtois lo repitió de ese modo para que a nadie le queden dudas. De nada sirve explicar que semejante ritmo de competencia afecta inevitablemente el rendimiento. La selección argentina bajó mucho su nivel en el último partido de la serie, el ajustado triunfo 1-0 contra Perú. El DT Lionel Scaloni hizo poco recambio y las piernas denunciaron cansancio. La selección “administró” más que jugó ese partido. Y Perú no empató porque falló un penal, una jugada que incluyó otra burla infantil de jugadores argentinos, en este caso Cristian “Cuti” Romero y Nicolás Otamendi, ambos con ridículo salto casi coreografiado contra el autor del disparo fallido (Yoshimar Yotun). ¿Podrá intervenir alguien para frenar actitudes que se están convirtiendo en tendencia? ¿La AFA, el DT o el propio capitán Leo Messi, que ya lo hizo una vez cuando frenó las burlas contra Brasil en el Maracaná segundos después de haber ganado la Copa América? Es notable el vínculo que se ha creado entre los hinchas y la selección. Y puede entenderse (no compartirse) que los hinchas quieran burlarse del rival. Pero no los jugadores.

La confirmación del “Dibu”, de Romero para parar al equipo más adelante, de Leandro Paredes en el quite y distribución y de Lautaro Martínez goleador son buenas noticias para la selección. El triunfo contra Uruguay fue el punto más alto. Es cierto que hacía tiempo que no se veía a la selección mantener tan buen juego y por tantos minutos. Pero también es cierto que, visto lo que sucedió luego con Uruguay ante Brasil (la goleada 4-1 de la verdeamarilla), algunos podrían tal vez moderar eso de que Argentina ya no tiene rivales en la región y de que la selección ya está inclusive claramente por encima de Brasil y ahora solo tiene que mirar competitivamente hacia Europa. Uruguay desnudó tan poco juego que Brasil se pareció el otro día al de México 70, tal fue el baile que le impuso a la pobre selección celeste. Es bueno el entusiasmo, pero habrá que estar atento a no tentarse con la serie invicta, el “olé” rápido de la tribuna y la comparación liviana con otras selecciones más poderosas. Sería como cantar victoria cuando el partido está apenas comenzado.

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