El peronismo busca un líder
El peronismo busca un líder

“En la Argentina, el 17 de octubre (de 1945) iba a transformar el panorama nacional y marcar el comienzo de una era que aún no ha llegado al ocaso. Una clase social entera se sacudiría el manto que la había hecho invisible hasta entonces y, al mismo tiempo, la sociedad argentina, siempre susceptible a padecer divisiones, encontraría una nueva dicotomía derivada de la actitud individual hacia Juan Domingo Perón”. Perón, Joseph A. Page, 1984.

Hace 76 años surgía un líder político en el país. Un coronel, que unos días antes había cumplido 50 años, frente a una masiva concentración en plaza de Mayo hablaba del renacimiento de una conciencia de los trabajadores. Alumbraba el peronismo. Sin embargo, el antiperonismo nació antes -como dijo Félix Luna-, según recuerda Samuel Amaral en “Peronismo y democracia” al señalar que dirigentes radicales como Amadeo Sabattini rechazaron la oferta del militar para ser candidatos presidenciales. Page también recuerda que en esa jornada de 1945 el almirante Vernengo Lima pretendió detener “la avalancha peronista” con la presencia de tropas en Campo de Mayo, para encabezar una revuelta. Fracasó. Aunque era miércoles ese día de octubre -no era el tercer domingo del mes, como hoy-, Juan Domingo Perón manifestó su deseo de abrazar a los trabajadores “como abrazaría a mi madre”. Ese 17 de octubre fue el día de la lealtad.

Bajo su liderazgo en vida, el justicialismo no perdió elección alguna, incluso aún estando proscripto. Luego, desde el 83 a la fecha, bajo otros liderazgos, ganó y perdió. Triunfó con Menem desde un extremo de la concepción movimientista y se impuso con Kirchner y con Cristina desde el otro extremo ideológico. En cada ocasión estaba claro quiénes eran los líderes temporales. Hoy, en este 17 de octubre, ¿quién lidera al peronismo? ¿A quién le ofrendan lealtad contemporánea los compañeros? O la pregunta que ya debería estar inquietando a los justicialistas, ¿quién los liderará para llevarlos al triunfo de nuevo? Basta observar los desacuerdos para organizar la celebración de la principal fecha del calendario peronista para descubrir el nivel de desorientación que existe en el PJ en cuanto a definir un líder único, a la vieja usanza. Un emergente.

Sólo hay meros conductores, jefes de parcelas, dirigentes que simpatizan por tal o cual referente, de una esquina u otra el movimiento, que se han unido con la excusa de acceder al poder pero que producto de sus diferencias han concluido en un desgobierno. La derrota en las PASO es una muestra del pecado cometido por los peronistas en materia de conducción. El justicialismo es una comunidad desorganizada que está pagando un precio por no haber resuelto el tema del liderazgo antes de conquistar el poder. Ese será el principal drama interno a resolver después de la elección del 14 de noviembre, si es que se ratifica el resultado de las primarias, porque la gobernabilidad estará atada a la definición de quién conduzca el espacio y desde qué lugar del movimiento. Los relevamientos que se conocen públicamente o los que se mantienen a resguardo de la luz pública apuntan que la derrota del oficialismo a nivel nacional puede ser mayor que la del 12 de septiembre, especialmente en Buenos Aires, el territorio que hegemoniza Cristina.

Algunos dicen que un 65% de los consultados quieren que pierda el oficialismo porque hay fastidio, bronca, desilusión y descreimiento en el Gobierno nacional, otros señalan que el oficialismo conserva una adhesión de un poco más del 30% del electorado y que la oposición concentra un apoyo de más del 50%. Apuntan que los problemas económicos están incidiendo sobremanera en el malhumor social, que la inflación y la desocupación van de la mano en materia de principales inquietudes.

Un combo altamente negativo para que el oficialismo tenga esperanzas. No revertirlos, pero sí mejorarlos; dice optimista un compañero capitalino. En ese intento, desde el poder central están haciendo todo lo que está al alcance para mejorar la performance, pasando desde los cambios de gabinete hasta pagar viajes de egresados. El peronismo no se entregará fácil, menos siendo Gobierno, hará lo posible hasta bordeando la legalidad para atraer adhesiones. Incluso repensar sus orígenes como expresión política y social de los trabajadores. El Papa se los recordó cuando pidió más trabajo y menos subsidios. Alberto Fernández recogió el guante, pero debería recordar que mejor que decir es hacer.

Hablar de trabajadores, unir a la CGT y gobernadores y arreglar con el FMI parecen ser conceptos alimentados desde un extremo del movimiento, en el que se ubica claramente a Manzur. Cuando el Gobierno pierda otra vez los comicios -como se vaticina y hasta lo creen sin reconocerlo en público los propios peronistas-, ¿quién o quiénes serán los culpables? O en todo caso, ¿estallará la disputa interna por dirimir un nuevo y definitivo liderazgo en el peronismo como el primer paso para garantizar la gobernabilidad y luego pensar en la sucesión? Porque uno de los principales problemas del Frente de Todos es que no ha resuelto en qué extremo del movimiento está, qué proyecto de país propone. La coalición es un rejunte de voluntades con diferentes miradas; y no de simples matices sino abiertamente contrapuestas. Carece de un líder que imponga su propuesta. Es su talón de Aquiles. Cristina puede tener una mayoría de acciones, pero no les es simpática a todos los socios, que aunque molestos no se animan a enfrentarla. Si hay derrota en noviembre habrá que ver si es que tras el obligado reparto de culpas se reacomodan los espacios de poder interno en el oficialismo.

¿Qué papel le puede caber a Manzur en ese posible proceso poselectoral? El resultado final de la elección, tanto nacional como provincial, dirá algo. En su provincia no puede perder y, si es posible, debería ganar con mayor diferencia que en las PASO. El examen le marcará el futuro. Lo han puesto para cambiarle la cara al Gobierno y mejorar las cifras de las primarias, paradójicamente para mostrar que sí se puede. Bronce u ocaso. Por lo menos ha concentrado la atención política, para bien o para mal, y hace más que el propio Presidente desde lo institucional en modo campaña electoral. Arriesgó, y si la apuesta le sale más o menos bien puede codearse en el tablero de la sucesión presidencial, pero también en la pelea que parece inevitable en el oficialismo: la disputa por definir un nuevo liderazgo.

Alberto, con una imagen en baja, es más presidente de transición que nunca y con fecha de vencimiento: 2023. Su sometimiento a Cristina, por agradecimiento o devoción, lo puso en un plano de debilidad irrecuperable; no puede aspirar a conducir al peronismo. Ni su designación como presidente del PJ lo fortaleció. Curiosamente, para eso debería hacer un cambio radical. No ha sabido, no quiso o no pudo construir poder desde su puesto; quedó marcado como el hombre inventado. Mató las esperanzas de los que soñaban con el albertismo, con una posible independencia de la vicepresidenta; su inacción en esa línea habilita a otros a intentar ocupar un espacio que parece vacante en la coalición: la de la aparición de un nuevo líder. Paso necesario para encauzar la gestión, porque en los hechos, la sociedad política exitosa de 2019 debilitó con sus diferencias al Gobierno traduciéndose en una tremenda derrota electoral; algo raro en la historia del peronismo ejerciendo el poder. Una explicación es que sobran jefes de facciones y que falta el líder que aglutine, dirija, ordene y encauce la gestión. Alguien con una visión que los guíe.

Lo mismo pasa en la oposición, donde también se da esa puja por encabezar el espacio de cara al 23. La diferencia es que los peronistas deberán hacerlo estando en el poder, gobernando, por lo que esa lucha puede concluir en una debacle a futuro. Si Manzur incursiona en esa pelea interna para instalarse en los planos nacionales, ¿qué pasará en Tucumán con la sucesión? O bien, qué pasará con el manzurismo y los manzuristas fanáticos. En la provincia, a diferencia del Gobierno nacional, el PJ ganó las internas abiertas pese a la fractura. Aquí, luego de las PASO, sorpresivamente se unieron; allí curiosamente se acusaron entre ellos; aquí la reflotada sociedad política -incomprensible aún para algunos- permite pensar en que se puede llegar en unidad al 23 para continuar en el poder; en la Nación la eventual disputa por un nuevo y unipersonal liderazgo puede desembocar en la pérdida del Gobierno.

En el oficialismo local ya se mencionan posibles duplas gubernamentales. Ese proceso dependerá de cómo le vaya a Manzur en la jefatura de Gabinete, y si es que quiere retornar a Tucumán. Si no regresa, Jaldo puede soñar con seguir en la Casa de Gobierno, aunque sabiendo que deberá consensuar con el mandatario hasta para avanzar con eventuales cambios en el gabinete provincial. En ese marco se comenta que la relación del tranqueño es tensa con unos cuantos ministros y que ya hay nombres en danza para reemplazarlos. A otros se los está observando como funcionarios que no funcionan, como supo decir Cristina.

Sin embargo, si Manzur se reinstala en un año, como sugirió Pablo Yedlin, crecerán las acciones de los manzuristas que quieren ser bendecidos para la sucesión. Como deslizó un conocedor del ambiente oficialista, el diputado nacional desnuda su anhelo al sugerir que Manzur estará de regreso en 2022. Y también el de muchos otros simpatizantes del médico sanitarista. Hoy, 17 de octubre, ¿leales a quién? Líder peronista se busca, como aquel coronel.

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