¿Es normal que nos cueste dejar de usar el barbijo?

Así y todo hay personas que tienen miedo de salir. Cuándo pedir ayuda Se flexibilizaron las medidas sanitarias.

Lucía Lozano
Por Lucía Lozano 04 Octubre 2021

Karina Lobo no ha vuelto a subirse a unos tacos después de un año y medio de teletrabajo. “Cuando vuelva a la oficina optaré por las chatitas; no cambio más esta comodidad. Tampoco quiero ropa que me ajuste”, sostiene.

“No sé cómo voy a hacer para sacarme el pijama o el jogging; es lo mejor que me pasó por la pandemia”, opina Orlando Campos, especialista el Recursos Humanos, que trabaja en forma remota.

“Me cuesta dejar de ponerme alcohol en gel todo el tiempo en las manos”, confiesa Ale Rous. “Llevar alcohol a todos lados, caminar lejos de las demás personas en la calle y no compartir más el mate… creo que nunca dejaré esos hábitos”, cuenta María Pujol.

“Limpiar con lavandina todo lo que compro en el super y en el almancén: ya no cambiaré esa costumbre que adquirí”, apunta Lucía Sobrevilla. Soledad Valenzuela se niega a volver a salir a la calle sin barbijo o dejar de usar constantemente desfinfectante. Lucía Vallejo Trejo tampoco volverá a compartir un mate. “Análisis retrospectivo: es un foco de contagio, con o sin pandemia”, resume.

El google Meet, ver series sin parar, despertarse más tarde gracias al home office, no preocuparse por el maquillaje y la ropa cómoda se suman a la lista. La crisis sanitaria por el coronavirus nos ha traído un montón de hábitos nuevos que seguramente nos costará abandonar.

Después de un año y medio con barbijo y con reuniones en burbuja, ahora toca cambiar el chip, al menos en los espacios al aire libre. Sin embargo, no son pocos los que se niegan a sacarse el tapaboca. Incluso hay personas que no quieren salir de la burbuja o que siguen encerradas en sus casas como en plena cuarentena de 2020.

¿Es normal que nos cueste abandonar los hábitos que nos impuso la pandemia? ¿Cuándo deberíamos empezar a preocuparnos?

“El anuncio del relajamiento de las medidas sanitarias en distintos lugares del país fue recibido con alivio por algunos. Otros, en cambio, prefieren prolongar el uso de mascarillas. Dejarlas resulta complejo en un escenario de incertidumbre”, explica la psicóloga Paola Brito, presidenta de la ONG Psicologías Sin Fronteras y docente de la Facultad de Psicología de la UNT.

Según los expertos, dos semanas son suficientes para que una persona adquiera un hábito. Aunque al principio nos costó, con el pasar de los días y el avance del virus, salir con barbijo a a la calle se volvió tan indispensable como salir con las llaves.

Tal vez por eso no sorprende que todavía haya muchas personas en las peatonales y en las calles usando el tapaboca. “Es totalmente normal que algunos todavía quieran circular con el barbijo, que no quieran estar en lugares encerrados o que prefieran mantener solo contacto con su burbuja de familiares y amigos. El camino de recuperación no es el mismo para todas las personas. Además, está esa cuestión de que no tenemos certeza de cuándo terminará la pandemia o si habrá nuevas olas y nuevas cepas del virus; la pandemia aún sigue entre nosotros aunque haya gente que le guste decir que se terminó”, señaló la especialista.

“Es normal estar desesperados por salir y encontrarse con amigos y familiares, y hacer como si nada hubiera pasado. Como así también es natural que haya gente que todavía quiera cuidarse. Lo que no es normal ni esperable son los extremos: una persona que se obsesiona, que no se permite hacer nada, que está encerrada en su casa con barbijo y usando alcohol en gel constantemente es alguien que necesita ayuda”, remarca.

La pandemia ha despertado en algunas personas lo que se conoce como el síndrome de la cabaña. Hay quienes a pesar de las flexibilizaciones y de la vacunación, aún siguen con este miedo a salir de sus casas.

“La adaptación a una nueva etapa de la pandemia se presenta como un desafío real para muchos. Sin barbijos en las calles, reuniones sociales sin límites de personas e incluso eventos masivos pueden generar ansiedad y angustia por esta nueva exposición. El síndrome de la cabaña tiene que ver con las reacciones físicas y emocionales a partir de un evento disruptivo no traumático, como la pandemia, que vino a interrumpir la cotidianeidad y nos obligó a quedarnos en casa”, explica.

La cabaña se relaciona con el hecho de sentirse más seguro adentro que afuera y es algo hasta natural, dice Brito. “Salir implica dejar la certeza y esto genera miedo en algunas personas a pesar de que ya se avanzó con la vacunación, lo cual supone la disminución de la posibilidad de contagio”, remarca.

Según la profesional, lo primero que hay que hacer es respetar a los familiares o amigos que piensan distinto; tanto al que quiere retomar su vida habitual como al que quiere seguir teniendo todos los cuidados posibles. En cuanto a los que no quieren dejar la cabaña, el consejo de Brito es que se permitan algunas salidas, entrar en contacto con por lo menos una o dos personas. “Salir de la cabaña, de ese supuesto ambiente tan seguro, implica también crecer, hacerse responsables y autónomos. Nada nos garantiza que no nos vamos a enfermar ni morir, ni adentro ni afuera. No podemos quedarnos siempre encerrados”, remarca.

¿Cuándo hay que preocuparse? “Cuando uno ya no puede hacerle frente a una salida a la calle”, explica Brito. Entre los síntomas en el plano cognitivo son recurrentes los pensamientos catastróficos vinculados a lo que se encuentra más allá de los límites del hogar. Hay personas que experimentan síntomas físicos y mentales después de haber ido a hacer una simple compra. Por ejemplo, dolor de cabeza, agotamiento extremo, mareos o sensación de falta de aire.

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