Manzur, el “Doctor Milagro”

Manzur, el “Doctor Milagro”

Manzur, el “Doctor Milagro”

“Los hechos son sagrados, la opinión es libre”, sostiene uno de los mantras más antiguos del periodismo occidental.

Sin embargo, el español Miguel Ángel Bastenier, maestro de periodistas, relativizaba esta ley y afirmaba que “ni los hechos son tan sagrados, ni las opiniones tan libres”.

“La objetividad no existe, ya lo sabemos, y tampoco hace ninguna falta; con la honradez es más que suficiente”, decía Bastenier, y recordaba al filósofo español, José Bergamín: “El relato es siempre subjetivo porque somos sujetos, para que fuera objetivo tendríamos que ser objetos”.

“Pero que no se espante nadie -les advertía Bastenier a sus alumnos-, si no tenemos al ídolo de la objetividad con nosotros, contamos con una deidad perfecta como sustituto: la honradez”.

Como sea, serán los hechos los que finalmente construyan la historia y, como sabemos, no existen dos versiones idénticas sobre un mismo hecho, incluso si los observadores comparten y coinciden en tiempo y espacio.

El prestigioso periodista estadounidense Bill Kovach, jefe de la sede en Washington del New York Times durante 18 años y luego editor del Atlanta Journal, donde ganó dos premios Pulitzer, inmortalizó en los 60 otro de los mantras de la profesión: “El periodismo es la primera versión de la historia”.

Como Bastenier, Kovach también estaba obsesionado con la honestidad en la construcción de la información. Incluso fundó el “Committee of Concerned Journalists” (Comité de Periodistas Preocupados), cuyo propósito era fomentar y aumentar la calidad del periodismo.

Entonces, conscientes de que a los hechos los construyen observadores subjetivos, influenciados por numerosos factores, intereses y hasta instintos primarios, nos queda ese antídoto al que Bastenier ubicaba a la altura de deidad, la honradez, la sinceridad.

Único en el mundo

“Dato mata relato” sería la versión política, más actual, de aquel mantra periodístico “los hechos son sagrados, la opinión es libre”.

Se entiende por “relato” al análisis errado de la realidad, y por “dato” a lo que está basado en estadísticas, en números, y que en un contexto político pretende refutar al relato.

El gobernador en uso de licencia, Juan Manzur, ahora jefe de Gabinete de Ministros, es uno de los mejores ejemplos de cómo puede construirse una imagen a fuerza de relatos.

El discurso de Manzur está disociado de la realidad; sus palabras transitan por un carril y los hechos vienen por otro, a contramano.

Y el único antídoto con que cuenta la sociedad para desmenuzar este relato, como decía Bastenier, es la honestidad intelectual, la honradez periodística, uno de los pilares fundamentales de la democracia efectiva.

En su primer anuncio, a poco de hacerse cargo de la Jefatura, prácticamente decretó el fin de la pandemia del coronavirus, el cual iría dándose por etapas -como está ocurriendo- día tras día hasta llegar, estimamos, a las elecciones del 14 de noviembre, con la casi totalidad de la normalidad restituida.

Nos recuerda a los tucumanos, casi como un deja vú, lo que ocurrió a partir de 2003 cuando Manzur asumió como ministro de Salud de la provincia.

Tucumán estaba en el foco de las noticias internacionales por los escandalosos índices de mortalidad infantil que mostraba la provincia. Las imágenes de niños famélicos recorrían el mundo, literalmente.

Según las estadísticas provinciales, en 2002 habían fallecido 24,3 menores de cinco años por cada 1.000 nacidos vivos.

En 2006 esa cifra se redujo a 13,5.

Recordamos también que incluso el entonces ministro de Salud de la Nación, Ginés González García, había afirmado que no conocía “experiencia más rotunda en el mundo, donde se haya bajado a la mitad los índices de mortalidad infantil en cuatro años”.

Y González García seguiría sin conocer algo parecido a nivel planetario, porque lo que Manzur cambió fue el relato, no la realidad.

Modificó la forma en que se medía la mortalidad infantil. Los bebés más comprometidos, que pesaban menos de un kilo al nacer y que morían en las primeras horas de vida, pasaron a ser “defunciones fetales”, por lo que ya no figuraban en las listas de mortalidad infantil.

Este cambio contradijo las reglas sanitarias internacionales, incluida la Organización Mundial de la Salud (OMS), según las cuales esos chicos debían ser considerados “nacidos vivos” y, por lo tanto, si morían, tenían que ser parte de la mortalidad infantil.

Excepto en Tucumán. Manzur ya hacía milagros, y empezaba a convertirse en el “Doctor Milagro”.

Según la OMS se considera mortalidad infantil a los decesos que ocurren entre el nacimiento de un bebé y el primer año de vida (0 a 364 días) e incluye tres componentes según el momento de defunción: neonatal precoz o temprana (0 a 6 días), neonatal tardía (7 a 27 días) y posneonatal (28 días a 11 meses y 29 días).

Salvo en Tucumán, estos tres grupos conforman lo que se llama “mortalidad infantil”. Luego se denomina “mortalidad de la niñez” a los fallecimientos comprendidos dentro de los primeros cinco años de vida.

Aunque muchos sintetizan como “mortalidad infantil” a los decesos de entre cero y cinco años.

Luz sobre las penumbras

“El periodismo es sólo una aproximación; ni reflejo, ni acta notarial, sino interpretación honrada y falible, que no aspira a la cuadratura del círculo, como tampoco a dar lecciones al ciudadano. Sólo pretende ser un útil de conocimiento que ayude a comprender y decidir. Eso es en lo que yo creo”, explicaba el autor de “El blanco móvil”, manual de lectura obligada para todo periodista.

El Indec, otra vez, echó luz el jueves sobre la penumbra del relato manzurista.

Recordemos que para el gobernador de licencia, el principal argumento para justificar el deterioro de todas las estadísticas provinciales durante su primer mandato, fue Mauricio Macri.

Casi de manual, Manzur cargó sobre el ex presidente todas las culpas por el aumento de la inseguridad, el desempleo, la pobreza, la casi nula obra pública, la falta de inversiones y el innegable deterioro de la infraestructura básica de la provincia.

Durante su segundo mandato, que ya transita por la mitad, al “ah pero Macri...” se le sumó la pandemia.

Durante el segundo semestre de 2016 el Indec volvió a publicar estadísticas, luego de ocho años de haber estado intervenido por Cristina Fernández, entre 2007 y 2015.

De los 32 aglomerados urbanos más importantes del país, 24 tenían mayores índices de pobreza que el Gran Tucumán, que era del 27%, menor incluso que el promedio nacional (30,3%).

Sólo había menos pobres e indigentes que en Tucumán en ocho ciudades: CABA (9,5%); Jujuy-Palpalá (25,7%); Bahía Blanca-Cerri (23,4%); Gran La Plata (24,2%); Gran Paraná (24,2%); Comodoro Rivadavia-Rada Tilli (15,7%); Río Gallegos (13,4%); y Ushuaia-Río Grande (9,7%).

Según los datos difundidos hace dos días por el Indec, sobre mediciones del primer semestre de 2021, la situación de Tucumán es casi exactamente la contraria de 2016.

Ahora hay sólo siete distritos que están peor que Tucumán, cuya pobreza trepó al 46,2%: Formosa (47,4%); Gran Resistencia (51,9); Santiago-La Banda (50,2%); Concordia (56,1%); Gran Córdoba (46,6%); Gran Santa Fe (50,5%); San Nicolás-Villa Constitución (47,1%). Mientras que hay 25 aglomerados que están mejor que Tucumán, provincia que ahora también está por encima del promedio nacional, que es del 40,6%.

De haber estado tres puntos abajo del promedio argentino, pasamos a estar seis puntos arriba, es decir, un retroceso de nueve puntos.

Respecto de los números propios, desde que está Manzur la pobreza en Tucumán aumentó más del 19%, y sin contar 2015, que se estima era mejor aún que 2016, cuando se publicaron los primeros datos.

Tucumán cayó del puesto nueve a la posición 25 en acumulación de pobreza e indigencia.

Con el mismo presidente Macri e idéntica pandemia, la pobreza argentina aumentó 9% en los últimos cuatro años y medio, mientras que la tucumana 19%.

El relato se desmorona

“El peligro reside en que cuando escribimos con el propósito de restablecer el orden y la justicia universales hay excelentes probabilidades de que contaminemos el texto de teleología y redentorismo. Ese sería un periodismo pueril, de activista, no de profesional. En un texto de calidad tienen que ser, en cambio, los “hechos” los que se inclinen de un lado u otro”, aconsejaba Bastenier.

Y los hechos contradicen el relato de Manzur de forma contundente, sobre todo cuando repite copiosamente que “estamos construyendo futuro”.

Como también contradicen el relato del vicegobernador Osvaldo Jaldo, quien de pronto descubrió, hace cinco meses, que en Tucumán hay inseguridad, pobreza, desempleo y clientelismo electoral, esto último como en casi ningún otro lugar del país.

Lo mismo que la supuesta unidad que recuperó el peronismo tucumano después del 12 de agosto. Es sólo parte del relato que gobierna este territorio desde hace dos décadas, donde pasamos sin sonrojarnos del mejor gobernador de la historia al peor de todos los tiempos. Pasó con Julio Miranda, pasó con José Alperovich, y ahora está empezando a pasar con Manzur.

Cohesión que probablemente vuele por el aire después de las elecciones del 14 de noviembre, no sólo en la provincia, sino también en el frente nacional.

Esta semana hubo pruebas claras de que la fisura en el PJ local sigue siendo profunda y que la unidad sólo aparece cuando se prenden los micrófonos.

Ocurrió a propósito de la visita de la embajadora de Polonia, Aleksandra Pitkowska, impulsada por descendientes polacos del norte del país. Como siempre ocurre en estos casos, estas agendas diplomáticas se acuerdan con varias semanas de anticipación.

Tuvimos acceso al cronograma que había acordado la embajada polaca y el Gobierno de Tucumán, mucho antes de las PASO.

La visita incluía visitas a Tafí Viejo, Monteros y Simoca. Estaba prevista una visita al packing de Tafí Viejo, luego al CIAT y finalmente un almuerzo en la Hostería Atahualpa Yupanqui, con el intendente ultra manzurista Javier Noguera y empresarios citricultores.

Cuando la agenda llegó a manos de Jaldo, de un plumazo modificó el cronograma y cambió los municipios, por Banda del Río Salí y Alderetes, afines a él.

De Tafí Viejo sólo quedó un paseo por el Museo Ferroviario.

Este relato que no resiste datos se proyecta al Gabinete nacional, donde Manzur lidera una falsa unidad con fines electorales.

En esta lucha encarnizada por el poder la pobreza no parece ser una prioridad. Y esta vez ni siquiera “el Doctor Milagro” podrá cambiar las estadísticas ni revertir una muy probable derrota en las urnas.

“Ojalá que Dios nos ayude porque realmente nos hace falta”, se sinceró Manzur hace un par de días. Y esta vez fue honesto: el país está a la buena de Dios.

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