Los pueblos azucareros: de aquellos años de esplendor a la emigración y el olvido

“La industria fue una gran urbanizadora del territorio. Es un fenómeno único”, sostiene la arquitecta Olga Paterlini. Ella repasa cómo se organizaron los espacios alrededor de los ingenios y de qué manera impactaron en el modo de vida de los habitantes. En la mayoría de esos poblados apenas quedan huellas de la época de oro, que llegó aproximadamente hasta 1930.

SANTA ANA. Las casas de los obreros, en el pueblo desarrollado en torno a la fábrica de Clodomiro Hileret. El cierre del ingenio fue un mazazo para la zona. SANTA ANA. Las casas de los obreros, en el pueblo desarrollado en torno a la fábrica de Clodomiro Hileret. El cierre del ingenio fue un mazazo para la zona.

El recuerdo de una vida próspera al calor de los ingenios sigue latiendo en cada rincón de muchos poblados tucumanos que nacieron gracias a esta industria. La arquitecta Olga Paterlini los bautizó “Pueblos azucareros” en un libro que escribió y tituló de la misma forma.

“La industria azucarera ha condicionado el crecimiento de la provincia durante más de un siglo. Fue una gran urbanizadora del territorio. Es un fenómeno único”, sostiene la docente de Historia de la Arquitectura. En esta entrevista, Paterlini brinda detalles sobre el estudio pionero que realizó junto a Carlos Paolasso a partir de 1970, en un intento por desentrañar el surgimiento de los pueblos alrededor de las fábricas. “El ingenio fue organizador del espacio y del modo de vida de sus habitantes”, explica.

Lamenta que en la mayoría de los poblados queden apenas algunas huellas de sus épocas de esplendor: la desidia y la falta de políticas de protección de patrimonio han condenado al olvido a esta importante parte de la historia tucumana.

- ¿Cuál es el primer testimonio del Tucumán azucarero?

- La industria azucarera comenzó tímidamente insertándose en las fincas que había en los alrededores de la ciudad; una de ellas era la finca de El Bajo, del Obispo Colombres (1821). Él había conseguido unos plantíos. Al tiempo, como la caña era mucha, empezó a repartir entre sus amigos y conocidos, entre los cuales está su hermano Ambrosio, que plantó en El Colmenar, donde hoy se encuentra la Estación Experimental Obispo Colombres. En esta etapa de la industria antigua, los moldes, los trapiches de madera instalados al aire libre, los piletones y bateas en rudimentarios galpones, constituían el equipamiento básico para la elaboración de azúcares, mieles o alcohol. Así empezó el proceso hasta que llegó el ferrocarril, en 1876, y todo iba a cambiar para siempre.

- ¿Cómo empezó a transformarse el Tucumán rural?

- Con la llegada de la línea ferroviaria del Central Córdoba se empezó a introducir la maquinaria extranjera que venía de fábricas inglesas, francesas y alemanas. Llegaban también los técnicos del exterior, que venían a montar las máquinas para este proceso de renovación y de optimización en la transformación del jugo de la caña de azúcar. Asimismo, el ferrocarril facilitó la entrada de nuevos materiales, como el acero y el vidrio, y eso permitió salir de las limitaciones que presentaban las fábricas iniciales, que pasaron a tener espacios muy generosos donde se montaba toda la industria. Con la tecnificación y la mejor infraestructura, la producción se elevó considerablemente. Junto con eso se expandió el área cultivada. Entonces, la provincia, que tenía una diversidad de cultivos, se fue transformando de una poliactividad (trigo, maíz, arroz) prácticamente a una monoactividad: la azucarera.

- ¿Cómo se formaron los pueblos azucareros y cuántos eran?

- Había unos 82 pequeños ingenios y 34 de ellos se tecnificaron, con el aporte de capital que vino de la Nación a través del Banco Hipotecario. El resto se dedicó solamente al cultivo de la caña, a abastecer a las fábricas. A medida que crecía y se desarrollaba la producción en los ingenios que se tecnificaron, era necesario estabilizar una población. Y ahí aparecieron los pueblos.  No fue un invento nuestro. El concepto del pueblo alrededor de la fábrica era un sistema que funcionaba en los países europeos en los que se compraba la maquinaria.

- ¿Qué características tenían esos pueblos?

- Eran pueblos particulares, privados porque pertenecían a la fábrica, a los dueños de ese sistema productivo. La gente trabajaba y vivía ahí con muchos beneficios. Fue una situación muy singular porque significó el acceso del peón rural a una casa de material. A diferencia de los pueblos estatales, que se habían creado siguiendo el sistema de cuadrícula de la fundación española con la plaza en el centro, los pueblos azucareros tuvieron otro diseño. Los técnicos europeos que venían a instalar los sistemas productivos transfirieron la modalidad anglosajona de organización de un pueblo. Se organizaban en forma práctica y utilitaria. El corazón del poblado era la fábrica y todos sus anexos. El punto de encuentro era un gran canchón, donde llegaba la materia prima. Estaban organizados sobre la base de ejes directrices jerarquizados -avenidas o boulevares- y tramas viales secundarias. Había un sector para el dueño de la fábrica, con un chalet, a veces con capilla privada y su parque. Otro sector fue para los técnicos y los empleados jerarquizados, otro para los obreros; y uno más para los empleados transitorios, que llegaban para las cosechas y la zafra con sus familias: llegaron a ser 60.000 personas que arribaban de otras provincias. Ese pueblo que estaba encerrado tenía servicio asistencial, iglesia y proveduría. Algunos tenían la pileta de natación, el club social, el club de obreros y el de empleados; había incluso cine. El pueblo se comunicaba en forma directa con el ferrocarril. Desde allí se conectaban con las estaciones centrales de la ciudad de Tucumán, desde donde se hacía el envío de azúcar hacia los centros de consumo o al exterior.

- ¿Y cómo era la construcción de las viviendas?

- Cada ingenio dio su impronta; cada propietario de fábrica construyó las viviendas e incluso el chalet principal según su propia identidad. La casa del dueño era la más importante. Se hicieron construcciones excepcionales, como la de Clodomiro Hileret, en Santa Ana, que terminó consumida por el fuego, o la de García Fernández, en Bella Vista, que también se incendió y construyó nuevamente el arquitecto José Graña. Las casas de los técnicos y administrativos tenían una jerarquía menor, pero seguían siendo importantes. Las casitas de los obreros se resolvían de forma más modesta: tenían una o dos piezas con una galería y espacio verde alrededor porque eran gente de campo que estaba acostumbrada a aprovechar el espacio exterior. Los árboles fueron un elemento vital. La vida se desarrollaba afuera. Al comienzo las viviendas fueron ranchos de adobe y techos de paja. Después mejoraron: eran de ladrillo, tenían pisos y tejas, y les agregaron baños. Las casas eran individuales o colectivas. Se hacían también casas para solteros, como los octógonos que aún existen en San Pablo.

- ¿Cuál diría que fue la época de oro de estos pueblos?

- Más o menos en las primeras décadas del siglo pasado. En 1904, cuando Bialet-Massé elaboraba un informe sobre las condiciones de vida de la población obrera en todo el país, describió bellísimamente cómo eran los pueblitos de ingenios (“se destaca un edificio fábrica que no ostenta lujos de oropel, pero en el que hay ostentación de comodidades para el obrero... los pabellones de casa-habitación para los empleados,... la alegre casa-habitación confortable, cómoda y espaciosa, rodeada de un jardín alegre... en cuya cabecera están las oficinas de la administración. Del cerco del jardín arranca un ancho y alegre boulevard, formado por las viviendas de los trabajadores, en cuyo fondo corre la gran acequia del establecimiento, para regar los hermosos cañaverales”). Hacia 1930 comenzó un proceso de declinación.

- ¿Qué sucede en ese momento?

- Unos años antes ya habían comenzado los avatares económicos y sociales, las huelgas de ingenios motorizadas por obreros de Buenos Aires. No siempre resultaron a favor de los trabajadores porque los patrones les fueron quitando muchos beneficios que les otorgaban. Un punto de quiebre también es el Laudo Alvear, que buscó resolver el conflicto entre industriales y cañeros. La política de los industriales respecto del manejo de sus pueblos empezó a cambiar; fraccionaron la propiedad, aplicando tramas de loteos y comenzaron a vender cada vivienda con el terreno correspondiente a quienes las habitaban. En una libreta las familias anotaban las cuotas pagadas. Fue un proceso complejo. La vida en el ingenio tampoco era sencilla; era una vida muy condicionada y controlada. El sistema de los pueblos azucareros fue muy particular, un sistema endogámico. Todo se resolvía ahí adentro. Eso fue muy cuestionado y criticado; incluso despertó muchos conflictos. En 1930, ese paternalismo empresarial comienza a desaparecer e incluso a movilizarse en sentido contrario. Y fue traumático, sin dudas, para la población que vivía allí.

- ¿La decadencia de estos pueblos parecía inevitable?

-  En el año 66, el cierre de 11 ingenios significó la muerte de 11 pueblos. Familias enteras quedaron a la deriva. Miles de personas emigraron hacia la periferia de Buenos Aires en busca de nuevas oportunidades. Los pueblos dejaron de ser privados; hoy son pueblos civiles incorporados a la estructura provincial. Muchos están estancados; sus habitantes trabajan probablemente en gran parte como empleados públicos. Hay lugares donde se ve mucha pobreza. Otros, por el contrario, han progresado. En general se observa una importante modificación de las viviendas, buscando adecuarse a las nuevas necesidades familiares.

- ¿Quedan huellas de esa época de esplendor de estos pueblos?

- Lamentablemente, mucho patrimonio arquitectónico se perdió. Hay excepciones; el pueblo de San Pablo es un caso; allí, el área de la fábrica y el chalet del propietario con su parque y la capilla privada han sido recuperados por sus actuales dueños.  

- ¿Algo que le haya llamado la atención en su investigación?

- Cada pueblo fue distinto. El trazado de Santa Ana es muy llamativo. Era el único pueblo regular, planificado. El ingenio (que pertenecía a Hileret) y todos sus alrededores eran una obra de arte. El chalet era maravilloso. Hasta la planta fabril llegaban trenes conduciendo a ministros, diputados, senadores e intelectuales que querían conocerlo. En cambio, el de Lules, el primero que hizo Hileret, fue más modesto. No llegamos a visitar el Ingenio Mercedes, cuyo parque fue diseñado por Charles Thays, autor del parque 9 de Julio.

Perfil

Defensora del patrimonio

Olga Paterlini es arquitecta y Doctora en Arquitectura (UNT). Profesora de Historia de la Arquitectura y directora del Instituto de Historia y Patrimonio de la Facultad de Arquitectura de la UNT, integró y dirigió equipos responsables de proyectos de preservación urbana. Fue decana de la Facultad de Arquitectura de la UNT. Es autora de numerosos textos sobre patrimonio y urbanismo, entre ellos el libro “Pueblos Azucareros”.

Huellas

Listado de bienes significativos relacionados con los ingenios azucareros

- Ingenio San Pablo: fábrica; chalet del propietario con su parque; avenida de ingreso con viviendas para obreros.

- Ingenio Santa Ana: ex fábrica y cuadro de viviendas obreras.

- Fábrica Ingenio San Ramón (sin funcionar, pero en buen estado de conservación)

- Antigua fábrica del ingenio Lules (hoy finca cañera Nougués, en buen estado de conservación)

- Casa del Obispo Colombres (primer ingenio y actual Museo de la Industria azucarera, Monumento Histórico Nacional)

- Chalet del Ingenio Concepción (en excelente estado de conservación; conserva la función original)

- Hospital del ingenio San Pablo (en funcionamiento y buen estado de conservación)

- Chalet del Ingenio Bella Vista (en estado regular de conservación)

- Chalet del Ingenio Trinidad (en buen estado de conservación)

- Chalet del ingenio Santa Rosa (en buen estado de conservación)

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