Eliminatorias, no clasificatorias
ARRIBA BOLT, ABAJO JOHNSON. Los dos miran a sus seguidores de lejos, el jamaiquino sonríe: su esfuerzo fue legal: 9,59 los 100 metros. El canadiense -9,79 en Seúl- usó drogas. ARRIBA BOLT, ABAJO JOHNSON. Los dos miran a sus seguidores de lejos, el jamaiquino sonríe: su esfuerzo fue legal: 9,59 los 100 metros. El canadiense -9,79 en Seúl- usó drogas.

Lo interesante de observar hoy en las dos principales internas no será tanto ver quién ganó sino por qué diferencia lo hizo, porque allí se van a centrar las lecturas políticas. Es porque estas primarias se han convertido en una verdadera eliminatoria de cara al 23, más que en una clasificatoria para acomodar las listas para competir en las generales del 14 de noviembre; como debería ser, por cierto. Imponerse por mucho, por poco, y hasta el “empate técnico” tendrá valor a la hora de analizar los pasos que pueden llegar a seguir los principales dirigentes políticos de Tucumán.

En el plano nacional, por lo menos en Buenos Aires y la Capital Federal se ha instalado la idea-fuerza de que dos modelos de país están en pugna; lo curioso -y tal vez no tan llamativo- sería que teóricamente cada modelo oficialista se imponga en cada distrito. Se trata de dos modelos posibles de país para ratificar que la grieta va mucho más allá de la existencia de dos espacios mayoritarios. En ese nivel, los comicios no serán eliminatorios, sino que les servirán a los dirigentes para mantener sus discursos diferenciados y apuntar que “el país” está con tal o cual “modelo”: uno quiere que el otro no vaya a hegemonizar el Congreso, y el otro que no se regrese a la gestión macrista.

No es lo que sucede en el territorio tucumano; por estos lares las cabezas de los referentes de las coaliciones electorales están pensando más en acomodarse lo mejor posible de cara al 23, antes que alistarse para las generales que vienen. No están mirando a las bancas, por esto tantas postulaciones testimoniales. Eso de que el que gana conduce y el que pierde acompaña, en esta instancia, sólo tiene valor discursivo; el concepto válido para este proceso político tucumano disfrazado de electoral sería: el que gana conduce siempre y cuando aplaste al rival y el que pierde posiblemente acompañe dependiendo exclusivamente del porcentaje de votos que haya conseguido en las PASO. Encima hay más variables colaterales a considerar, lo que obligará a hilar muy finito a la hora de las conclusiones o de aventurar conjeturas a futuro.

Es tal el nivel de confrontación en las dos principales coaliciones que a sus protagonistas no parece interesarles demasiado cuánto consigan entre todos, sino cuántos votos de diferencia habrá entre ellos, del primero con los segundos; porque eso dirá quien conduce, no quien arma mejor la lista de cara a noviembre. Es una pelea a todo o nada por los liderazgos, oficialista y opositor, por eso valió todo, usar lo legal y bordear los límites de la ilegalidad con conductas poco transparentes y alejadas de toda norma ética de conducta. Hay que ganar a como dé lugar, a lo Ben Johnson, no a lo Usain Bolt; sacando diferencias como sea, no imponiéndose por cualidades personales y en forma legítima. Johnson usó una droga (stanozolol) por la que se lo descalificó en 1988 tras ganar los 100 metros en velocidad.

Este dramatismo que envuelve a las PASO lleva a preguntar, ¿qué clase de conductores quieren ser los que no escatiman recursos para conseguir un voto a como dé lugar? ¿Cuál es el ejemplo que se les brinda a los que comienzan a caminar en el arduo terreno de la política?: que todo vale, que hay que derribar al adversario no con argumentos sólidos sino con cualquier herramienta ilegal e ilegítima a mano. Es una espiral de involución política antes que un circuito virtuoso. No es la forma de contagiar a los que entienden la política como una vocación de servicio hacia la comunidad, que no es un medio para vivir sino un modo de vida.

Eliminatorias, no clasificatorias

Las ambiciones, algunas naturales y comprensibles y otras desmedidas, han hecho que estas primarias sean analizadas ya no como una disputa donde se discutan dos o tres modelos de país, sino que la mirada se detenga en cómo se acomodan en el tablero los jugadores, a qué distancia uno del otro, porque la magnitud de las cifras finales dirá cuánto poder se ganó, o se perdió. Además, después de los festejos de las caras largas tras el resultado de las urnas, habrá una segunda lectura fina a efectuar. ¿Cuál será el nivel de acompañamiento de los perdedores a los que resulten ganadores? Porque, atención, la pelea por el liderazgo interno que se dirima hoy se puede diluir de cara al 14 de noviembre, justamente de acuerdo a las diferencias, escasas o muchas en votos.

Unos hablarán de adhesiones, otros de rechazos, a propósito de sus intereses a futuro y a la segunda y más pragmática interpretación sobre el rol de los conductores y de los acompañantes. Así, si una chance de conducir un espacio peronista u opositor se pierde por la mínima, bien se la puede recuperar en noviembre. Claro -vale reiterar-, todo va a depender de acuerdo a la distancia en sufragios que cada uno haya conseguido.

En el peronismo, detrás del armado de la boleta definitiva de cara a las generales, lo que se define es quién lidera el oficialismo. No tanto al PJ, esa pelea está en un plano secundario hoy por hoy, por más que algunos pretendan mezclarla en el combo general. Se podrán enarbolar los discursos de Perón, los conceptos doctrinarios del peronismo, lo que es “hacer peronismo”, referirse a las ideas de lealtades o de traiciones para ponerle color justicialista a la contienda, pero eso es sólo el disfraz que cubre la verdadera interna del Gobierno provincial. Manzur y Jaldo van por lo mismo: el liderazgo, convertirse en caudillos, ser protagonistas excluyentes, referentes indiscutidos; por eso mismo es que se rechazan e intentan excluirse, y chocan.

Aunque ambos apuesten a ganar hoy la interna, sus objetivos a partir del divorcio político e institucional difieren en función de lo que cada uno necesita y aspira de cara a los próximos dos años. El gobernador, lo demostró en gestos y acciones, no sólo aspira a ganar la partida de manera aplastante sino también sacar del tablero oficialista a su compañero de fórmula de 2015 y de 2019; lo necesita opositor, afuera, lejos, vestido de opositor para comenzar a dar sus primeros pasos en un lento proceso de recuperación de la Legislatura.

Para eso requiere de un triunfo aplastante, que de mínima no le deje márgenes al jaldismo de instalar un precandidato en la lista del Frente de Todos para dentro de dos meses. Sería un primer paso para avanzar en las pretensiones posteriores: ratificar el liderazgo interno, erigirse como el principal conductor del oficialismo, posteriormente apuntar al Poder Legislativo y, finalmente, copar definitivamente el PJ. Porque, tal como está compuesta la Legislatura y la estructura del partido, debería ir primero por lo institucional y luego por lo político-partidario. Siempre y cuando el triunfo sea notorio y decisivo, sino toda esa estrategia se caería de bruces. En la Cámara están 18 a 16 en materia de legisladores, que en el consejo partidario están 11 a 9 después de la entrada triunfal de Manzur con Teresa Felipe de Heredia y que en el congreso están repartidos los asambleístas en un 60-40, aproximadamente.

Para que nada de eso ocurra, Jaldo, de mínima, debería conquistar un lugar en la nómina oficialista; sería más que suficiente para impedir, obstaculizar o retardar los planes del mandatario provincial. Ni qué decir si llega al “empate técnico” electoral, y menos aún si se impone en las primarias. Los ojos del Gobierno nacional se detendrían en esta provincia del norte que le suele aportar 500.000 votos al peronismo en cualquier elección. En suma, cualquiera de las alternativas que se verifique convertirá al oficialismo en un foco de atención porque los posibles rumbos son varios por lo menos hasta hoy. Después de esta noche se verá por dónde puede discurrir la interna oficialista, y habrá que esperar hasta el 14 de noviembre para atender los pormenores del segundo round.

Por el lado de Juntos por el Cambio el proceso interno también apunta al 23. Por lo menos de dos de los tres espacios -el de los intendentes- han apuntado claramente que la meta para ellos, por más que se elijan diputados y senadores, es la obtención del poder dentro de dos años. De hecho Alfaro blanqueó que desea ser gobernador mientras que sus pares Campero y Sánchez refieren que quieren ser gobierno. Estos comicios, para los jefes municipales, por más que sean testimoniales, es un trampolín político, un proceso de instalación territorial en la provincia para alcanzar sus objetivos.

Sin embargo, al igual que los oficialistas, la disputa también es por ver quién lidera ese espacio opositor, el principal de acuerdo a los últimos lustros. En ese caso, para armar las listas es suficiente con ganar por un voto, ya que el que se imponga se quedará con todos los cargos que en noviembre pueden resultar salibles: los dos de senador y los tres primeros lugares en la nómina de candidatos a diputados nacionales. Ahora bien, la diferencia en votos entre ellos también será un elemento que entrará a jugar en el proceso de determinar quién debe o puede ser el que tenga que liderar a Juntos por el Cambio, si deberá ser alguien del PJS o de la UCR, si un peronista o un radical. Dicho así afloran ciertas incomodidades, hoy disimuladas porque necesitan sumar para mostrar que constituyen la única opción alternativa al Gobierno provincial, pero las diferencias entre los tres espacios internos es notoria; quedaron bien expuestas cuando debatieron los precandidatos a senadores en Panorama Tucumano.

En este proceso, además, el radicalismo tiene su propia interna para resolver el liderazgo, o por lo menos para mostrar quién tiene más representatividad en la UCR, por más que eso sea difícil de determinar en las primarias. El partido de Alem está en deuda aún con sus afiliados ya que sigue normalizado. Después de estos comicios, en pandemia pero con vacunados, ya no quedarán excusas para avanzar con elecciones internas para integrar todas las estructuras partidarias de la UCR. No es sólo una deuda pendiente con los propios radicales, sino hasta con la sociedad.

¿Será posible que tras esta votación y visto quién se queda con los mejores puestos en la lista haya un acuerdo político de acompañamiento total y desinteresado de cara a noviembre? Eso de que el que gana conduce y el que pierde acompaña -como mencionamos- es muy relativo en este tiempo político-electoral; más cerca de verificarse está la segunda interpretación, la deformada de aquel concepto. Como quien dice, todo depende.

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