“El médico no lo podía creer: el hueso estaba para amputar y ahora está sano”

“El médico no lo podía creer: el hueso estaba para amputar y ahora está sano”

El milagro de una niña tucumana que permitió una beatificación esperada por 95 años.

MÉDICO. Juárez da testimonio. MÉDICO. Juárez da testimonio.

En tres meses, los Pacheco Paz vivieron las emociones que otros tienen en toda una vida. La primera fue el nacimiento de su primera hija, Emmita, el 20 de noviembre de 2015. El embarazo había sido un poco complicado, y la bebé nació antes de tiempo y con 2,6 kilos. Nada que no se pudiera solucionar con dos semanas de incubadora. Pero el problema surgió cuando decidieron llevarla a casa. “No, mamá, la bebé tiene un infección, no le podemos dar el alta”, escuchó Ana, que ya empezaba a sentir los peores síntomas de su vesícula enferma. Los días se hicieron semanas y las semanas, un mes en el sanatorio. El diagnóstico era osteomielitis crónica por bacteria. Su piernita izquierda estaba hinchada desde el tobillo hasta la pelvis. Tenía fiebre. No paraba de llorar y los antibióticos no lograban vencer tres focos de infección: el tobillo, la cadera y el fémur.

Durante todo un mes Ana no conoció otra postura que la de la silla dura de la sala de espera, desde las 7 hasta las 23. A la primera operación para limpiarle el hueso del muslo que se llenaba de pus le siguieron tres más. Mientras tanto el diminuto cuerpo de Emmita se martirizaba con sondas, drenajes, catéteres y punciones.

“Después de la cuarta limpieza de hueso debíamos esperar el resultado del patólogo que se demoraba entre 15 y 20 días, pero no teníamos tanto tiempo. Necesitábamos cuanto antes saber si el hueso estaba vivo porque ya nos habían dicho que si estaba muerto le tenían que cortar la piernita para evitar que la infección siga avanzando”, recuerda. No puede evitar acordarse, sin que se le llenen los ojos de lágrimas. Emmita, que ahora es una niña de cinco años, rodeada de lápices de colores y libros de cuentos, se divierte escuchando la historia que la tiene como protagonista. Escucha un rato y después se aburre y pone a ver dibujitos.

La casa de los Pacheco Paz es sencilla, fuera de las avenidas principales de la ciudad de San Miguel de Tucumán. Ella solía trabajar como empleada doméstica hasta que concibió a Emmita y por problemas de presión alta tuvo que dejar. Su esposo, Omar David, se dedica a la cartelería. “Era muy doloroso ver a mi hija en ese estado. Estaba pálida y desmejorada, peladita y con una vía en la cabeza. El 23 de diciembre nos permiten que la llevemos a casa por primera vez, a pasar la Navidad. Pero eran tantos los remedios que teníamos que darle por boca que ni ella ni yo dormíamos en toda la noche”, recuerda.

El 14 de enero, el doctor Carlos Juárez, traumatólogo que la atendía, le regala una estampita con la imagen de fray Mamerto Esquiú a quien ella no conocía. La imagen tenía una reliquia que era un pedacito de tela que había tocado el corazón incorrupto del ahora beato (antes de que se lo robaran). “Yo le pasaba la estampita por la pierna mientras le rezaba. Yo no sabía qué prometerle, sentía que no tenía nada para ofrecerle, solo mi fe. Así que yo le decía ‘fray Mamerto, no te ofrezco nada porque no tengo, sólo te pido que le hablés a Dios de mi hija’”, relata con voz suave.

“Unos días antes de que me regale la estampita volvimos al consultorio del médico con la resonancia, la tomografia y la radiografía. Él se agarraba la cabeza y decía: ‘no me gusta esto. Llevala a la Neo que quiero verla ahí’. Yo temblaba porque sabía que me la iba a operar y ella todavía tenía los puntos de la última cirugía. No tenía ni un mes de vida. Aún no estaba el resultado de la biopsia. La infectóloga me aconseja que no la lleve, y me vuelvo a la casa. A los pocos días, vengo a control con una nueva radiografía y el médico se vuelve a agarrar la cabeza pero esta vez dice no puedo creer, el hueso estaba para amputar y ahora está limpio”, recuerda.

La alegría por fin volvía a aquella familia después de un baño de dolor: no solo por la enfermedad de la bebé, sino porque por esos días la vesícula de Ana dijo basta y la tuvieron que operar, pero como ella no hacía reposo se le produjo una pancreatitis que la dejó una semana en terapia intensiva. Ya eran dos pacientes a las que Omar tenía que visitar. Hasta que le toca el turno a él. Su papá se enferma y muere a los días. Todo ocurre entre fines de noviembre y febrero.

Cuando el velo de dolor se levanta, Emmita ya está curada. El resultado de la biopsia llega pero ya nada tenía que ver con las placas radiográficas que mostraban que el hueso estaba sano. “El doctor me mostraba los estudios y me decía esto es un milagro. Me hacía llorar de la emoción y de agradecimiento a fray Mamerto Esquiú”, dice su más ferviente devota.

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