Quemando a troche y moche

“La práctica de quemar se está naturalizando” dice el biólogo Juan González, a propósito del informe satelital que muestra que de julio a agosto se fueron incrementando las quemas en la provincia, hasta el punto de que se viene un septiembre infernal. “En las últimas semanas el cañaveral, favorecido por las altas temperaturas, ha comenzado a florecer y eso hará que la cosecha se acelere y es probable que se apele a más fuego”, añade. El informe coincidió con la emergencia de 80.000 usuarios de la zona norte tucumana que se quedaron sin energía a causa de que el fuego arrasó con los cables el miércoles.

Es inquietante, pero no es novedoso, porque sigue una lógica anual. Las lluvias negras del fin de la temporada invernal sacuden medianamente el amperímetro según la característica noticiosa de la quema: hace un mes era la historia de una niña de 5 años que se presentó a golpear las puertas del ingenio Ñuñorco para entregar una caja con las cenizas que caen en su patio y reclamar que dejen de quemar. La niña consiguió que los empresarios pongan el filtro que faltaba en las chimeneas. Pero no logró que se dejen de quemar campos. Tampoco otra noticia sobre el medio ambiente, el informe del equipo de expertos en Cambio Climático de las Naciones Unidas (IPCC) que vaticinan que dentro de 18 años habrá aumentado 1,5 grado la temperatura global, parece mover el amperímetro. La quema de campos se extiende a lo largo de la ruta 38 y “se naturaliza”, como dice González y como si no fuera una cuestión ambiental ni sanitaria.

Lógica aplastante

Las advertencias de los científicos suenan como gritos apagados por el torrente, se pierden aplastadas por la lógica de un sistema de vida y de producción hecho de crisis, precariedad y pragmatismo que estirará la cuerda hasta que el “alerta roja” -como dijo hace días António Guterres, secretario general de la ONU- sea ensordecedor. El informe del IPCC sacudió hace un mes las conciencias globales e hizo pensar qué planeta les estamos dejando a nuestros hijos y a nuestros nietos. Es la primera parte de un trabajo de cinco años y en noviembre llegará la segunda parte. ¿Será más dura? Hablaron de megasequías, megainundaciones, suba del nivel mar de hasta dos metros para fin de siglo.

Los científicos dicen que, no obstante todos los riesgos, es posible que algo se pueda hacer. Consultados los expertos sobre lo que va a pasar en Tucumán, la inquietud que generaron los vaticinios fue grande. El Este tucumano la va a pasar mal -ya la está pasando mal con su agua con arsénico- y habrá que pensar en tormentas como la del 28 de diciembre pasado, o las que hicieron arrodillarse a La Madrid hace cuatro años. El  ecólogo Alejandro Brown, de Proyungas, habló de mejorar los sistemas de captación, almacenamiento y distribución de agua (de eso hablaba hace varios años el ingeniero Franklin Adler, quien sugiere que debe haber un Ministerio del Agua). Ricardo Grau, del Instituto de Ecología Regional, habla de un necesario uso eficiente de la energía (luz y gas), de lo contrario “estamos penalizando a nuestros habitantes del futuro”.

El meteorólogo Juan Leónidas Minetti -que advierte que se vienen 50 años de sequías- dice que cuando salgamos del coronavirus, tendremos en la puerta los problemas originados por el cambio climático, “por lo que tendríamos que tener dirigentes políticos a la altura”. ¿Los tenemos?

Brown, que también dice que hay que trabajar la eficiencia energética y la reducción de gases, hace notar que ese cambio no se puede hacer en un país con la mitad de la población bajo la línea de pobreza y con altísimos niveles de desempleo. Hace una semana publicamos información sobre tres empresas que trabajan con la reducción de la contaminación con la medición de la huella de carbono y que siguen medianamente el trabajo cuidadoso ambiental, el ordenamiento territorial, la infraestructura. Hay otras empresas y hasta oficinas gubernamentales que se preocupan por ese trabajo, como el área ambiental de Tafí Viejo. ¿Alcanza con eso?

No se sabe. No hay estrategias para medir el buen impacto de las medidas que se están ensayando. Al menos, no se las conoce. Por lo menos, la quema intensa de temporada parece mostrar que no. Hace un año los expertos planteaban la necesidad de medir el nivel de contaminación del aire en Tucumán y se advertía del problema de que los controles son absolutamente inoperantes frente a una realidad desbordada, y las pocas multas caen en saco roto por la burocracia que hay para cobrarlas. Las mediciones, que requieren equipos costosos, por ahora no se ejecutan, aunque hay trabajos en busca de obtener registros precisos. Por ahora se usan las mediciones satelitales que -como explicó Juan González- dan una idea de lo que pasa, aunque no se pueda saber cuán contaminado está el aire. “Investigaciones de otros lugares enseñan que la quema de cañaverales u otro tipo de vegetación y de residuos sólidos urbanos produce gases nocivos, como monóxido de carbono (CO) y óxidos de nitrógeno (NOx); partículas de 10 y 2,5 micrones e hidrocarburos aromáticos policíclicos (HAP), además de dioxinas y furanos”, dijo González. Y hace cuatro años se hicieron estudios en la población de Monteros para detectar la prevalencia de males respiratorios. Sin que hubiera impacto institucional que lleve a atenuar la quema.

Instante crítico

La Estación Experimental Agrícola (Eeaoc) está realizando relevamientos satelitales.  Nuestro suplemento Rural de hoy da cuenta de que en la medición de julio y de agosto se ha detectado que se han quemado 31.000 ha de caña (13.000 menos que el año pasado), aunque se asumía que en lo que se había medido de agosto (hasta el 15) se había quemado más que en 2020. Para mediados del mes pasado la zafra estaba avanzada en un 50% y se estima que culminará a fines de octubre. Es de esperar que haya un informe más certero, porque Tucumán tiene 260.000 ha de caña y el año pasado se certificaron 46.000 ha cosechadas sin quema.

¿El resto cómo se habrá recogido? Faltan dos meses de zafra y estamos entrando al momento crítico. El año pasado hubo 15 días conmocionantes con los incendios en el cerro San Javier, cuando los bomberos voluntarios y los pilotos del aeroclub se convirtieron en héroes. Grau entonces hizo una advertencia: “No podemos reaccionar como se hizo. Se prendió fuego en una posición muy visible, porque estaba prácticamente al frente de Yerba Buena, y salimos a tomar decisiones rápidas, que en este caso funcionaron. Pero sería mucho más razonable tener una política de manejo de fuego y de prevención”. Once meses después, estamos ante un escenario de riesgo parecido, aunque el informe del IPCC acaso tendría que haber puesto en tensa actividad a todos los factores, no sólo a las pocas empresas que cuidan la huella de carbono.

Siempre se recuerda el triste percance del agricultor Enrique Soria, de la comuna de Yerba Buena (Monteros), que el 27 de julio de 2013 encendió las cañas de su campo junto a la ruta 325 y el viento las llevó contra su propio tractor, que se quemó. Quién sabe. Quizá ya no cosecha con fuego. Drástico aprendizaje que le está tocando vivir ahora al mundo, con el “alerta rojo” por el cambio climático, mientras en los campos  tucumanos  la quema sigue a troche y moche.


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