“Mi doctorado en música folclórica lo conseguí en Tucumán”

“Mi doctorado en música folclórica lo conseguí en Tucumán”

Hace un siglo, nació en Santa Fe, Ariel Ramírez, una de las figuras fundamentales en la música popular argentina. Los Mothe, Yupanqui y Félix Luna.

“Mi doctorado en música folclórica lo conseguí en Tucumán”

Los jueves son todos iguales desde hace ya un tiempo en la casaquinta. Un laberinto de teclas le hace zancadillas a la memoria ese 18 de febrero. El cuartito se hidrata ahora de melodías que le cuesta mucho reconocer. Una zamba entra por la ventana, se sienta en sus dedos y le dicta: el viento la trae, se la lleva el sol, sueño en el trigal y sobre el sauzal, lamento de amor. Yo siento llegar del cerro su voz, pañuelo ha’ i de ser y lo he de prender sobre el corazón… El traqueteo de un sulky lo lleva a Simoca, a la casa de los Mothe, en 1945: “eran de origen francés, a pesar de lo criollo que eran nunca se olvidaban de algunas costumbres de los abuelos, como el té a las cinco de la tarde y había que estar en punto, si no te quedabas sin té. Un día, llegué a las cinco y no había nadie, me siento al piano y toqué unos acordes y me salió entera, como si la supiera de antes, y se me acerca la prima de ellos y me dice: ‘ay qué zamba linda, tan tristecita, cómo se llama’. ‘La Tristecita, le dije…’”

Los 88 años se pueblan súbitamente de perfumes de ese domingo santafesino en que ese changuito que está anunciando sus primeros acordes de vida. 1921. Los brotes de primavera y caricias de chamamé lo reciben ese 4 de septiembre. En el patio de la escuela de Gálvez que dirige don Zenón, piruetean los seis hermanos. “La escuela era de nosotros los domingos y jugábamos. Un día, entro a un salón que siempre estaba cerrado y me encuentro con un museo, donde había aves embalsamadas y otros bichos, y encontré un piano. Le puse mis manos y no las retiré nunca más”, cuenta.

Su tata yrigoyenista es trasladado al Banco Hipotecario Nacional; sus ocho años reciben la alegría de su primer piano. Dos años después, el golpe militar voltea a don Hipólito y las frágiles finanzas llevan a vender el instrumento. En segundo año de la Escuela Normal, don Zenón lo sorprende. El piano vertical reverbera a diario en su alma. Una profesora de barrio le descubre los duendes de Beethoven, Bach, Haydn, Dvorak… La música litoraleña y pampeana ensancha sus venas. El norte le tira del dedo gordo. Con ese motivo se le enciende la pasión de viajar al norte para aprender la otra música que no está en el Litoral. Sin un mango se tira a la pileta de la vida. Llega a Córdoba. Conoce a unos tucumanos y les pide asilo.

Gente extraordinaria

“Félix y Raúl Mothe, gente extraordinaria, uno estudiaba medicina y el otro derecho. Un día me dicen: ‘no te comprometas para mañana a la noche, primero porque hoy te traemos un piano, pagamos el alquiler y además porque va a venir una persona que queremos que conozcas’”. Es 1941. Llega un señor morocho con una guitarra. Se pone a tocar después de la cena. Esa guitarra lo estremece. Los changos le dicen: “usted tiene que escuchar a este joven santafesino”. Toca un chamamé, una chamarrita y un aire pampeano. Él le pide una zamba. “- No sé tocar una zamba. - ¿Cómo que no sabe? Toque un carnavalito, un bailecito… - No sé, solo toco la música del litoral y tuve el propósito de seguir de Córdoba hacia el norte pero mis posibilidades económicas no me han permitido todavía, pero ya va a llegar… - Yo quiero que vaya a Jujuy, mañana le voy a dar una carta, a ver si lo pueden ayudar”. Y al día siguiente recibí una carta de Atahualpa Yupanqui con un pasaje en segunda clase Córdoba-Jujuy y diez pesos, y adentro tres cartas para amigos, dos mujeres y un médico”, relata.

En Jujuy conoce al médico Torres Aparicio, profesor de Anatomía en la Escuela Normal de Humahuaca. Lo escucha y le aconseja escuchar la música de la Quebrada, que no se escucha por radio, tampoco está grabada. Un mundo nuevo lo despabila: quebradeños, bolivianos, peruanos lo adoban con su música. “Escuché el charango, los cantos de la región y después de un año que viví entre Humahuaca y la ciudad de Jujuy, pasé a Tucumán, donde aprendí la zamba, la chacarera en Santiago, después anduve por La Rioja, Catamarca, San Juan, Mendoza”, manifiesta.

Un fracaso

En Salta conoce a los Dávalos, a Perdiguero, al Cuchi Leguizamón, “un creador formidable”. “Llego a Buenos Aires en 1944, hasta entonces me ganaba la vida trabajando en las radios, conciertos, pero era un principiante… Atahualpa me dice: ‘voy a presentar un espectáculo de la música argentina en el teatro Alvear’ y convocó a gente de Jujuy, El Chaco, San Juan, Mendoza… por primera vez veo un teatro que recibía a la gente del interior. Y el espectáculo fue un fracaso, no duró una semana, no iba nadie a escucharnos. Me fui a vivir a un hotel de la calle Cerrito, donde vivía un salteño medio pelado que tocaba la guitarra”, dice.

Estudia con Luis Gianneo, Guillermo Graetzer; Erwin Leuchter le abre la cabeza de la composición. 1946. Graba en RCA Víctor los primeros discos, gracias a La Tristecita, se hace conocido. En los 50, vive en Roma. Actúa en salas de Italia, Austria, Alemania, Holanda, Bélgica e Inglaterra. 1954, Lima lo recibe, donde sigue su camino solista haciendo presentaciones en distintas ciudades de ese país, así como también en otras de Bolivia, Chile y Uruguay. Agua y sol del Paraná, Los inundados, Volveré siempre a San Juan, Allá lejos y hace tiempo, El Paraná en una zamba, no dejan de sonar en las radios.

A fines de los 50, en los comités de la Unión Cívica Radical Intransigente simpatiza con quien sería un hermano de la creación. Con Félix Luna compone un par de piezas; le pide una letra para la anónima zamba “La chuschala” que es instrumental. Escribe “mensajerías de luna y sueño” para “una niña de los ojos color de olivo”. “Son demasiado hermosas esa palabras para una melodía ajena; voy a componerle una melodía especial”, le dice. Años después, en Montevideo, el piano viste “esta zamba es de usted, la hice con nostalgias de piel y de voz, cuando usted la escuche crecida en sombra, recuérdeme un poco, tan lejos que estoy…”

¿Quién va a comprar?

Los 60 se abren con giras y la grabación en el sello Philips de “Coronación del folklore”, con Eduardo Falú y Los Fronterizos, un grato y exitoso acontecimiento para la música nativa: “El director de la empresa nos llamó y me preguntó cuál era mi nuevo proyecto. Le dije que tenía prácticamente terminada la Misa Criolla y me respondió: ‘quién va a comprar una misa’. Porque cuando hablamos de misa pensamos en Vivaldi, Bach o Mozart. A los 10 días me llamó y me dijo: ‘quiero que me cuente eso de la Misa Criolla porque he visto que la Misa Luba del África vendió cinco mil placas. Si lo que usted hace es similar, la grabaremos de inmediato’. Cuando salió el disco, se vendieron 2.500 placas en un día en Buenos Aires solamente y a fines del 64, llevábamos 50 mil vendidas. Fue en Alemania donde nos presentamos por primera vez en vivo. Debutamos en el ‘67 en Dusseldorf; habíamos ido por tres actuaciones y nos quedamos seis meses en gira, fue algo inolvidable… Es una de las obras que impactan a la humanidad y que nunca pensé que podía tener semejante trascendencia”, cuenta.

Un abrazo fecundo

Se abraza con Luna para componer la Navidad Nuestra que completará el disco de la Misa Criolla. 1965, en colaboración con el historiador abordan obras integrales y presentan Los caudillos. 1969, el corazón de Mercedes Sosa trae Mujeres argentinas que sacude la emoción con Alfonsina y el mar y Juana Azurduy. El canto de nuestra tucumana trae una Cantata Sudamericana (1972, donde respiran los Antiguos dueños de las flechas. Músico e historiador siguen su propio camino. El santafesino compone Misa por la paz y la justicia (1981), estrenada en Mendoza y en 1985, en el Avery Fischer Hall del Lincoln Center y tres años después en Carnegie Hall de Nueva York. “Lo que me llevó a escribir esta nueva partitura han sido los hechos vividos en el país en los últimos años. Nunca antes habíamos pasado tantas desventuras. La obra nos hace reflexionar sobre la paz como único medio de convivencia y la justicia como vehículo de unión entre los pueblos de todo el mundo”, explica.

Le encanta volver con su Misa Criolla a Tucumán. Con el Coro Estable, el Dúo Renacimiento, a veces con Zamba Quipildor como solista, recorre la provincia. “Hay trabajos que a mí me gustan como La Misa por la Paz y la Justicia, con la que no pasó nada. Lo mejor que debo haber escrito es el Tríptico Mocoví que tuvo un suceso impresionante en los países germanos y que en la Argentina nadie conoce. En toda mi carrera artística debo haber escrito unas 300 obras, de las cuales han trascendido unas 30… a mi doctorado en música folclórica lo conseguí en Tucumán, donde viví cuatro hermosos años y conocí a verdaderos maestros. El trampolín de lo que soy se lo debo a Tucumán”, me dice en marzo de 1993.

Un haz de luz reverbera en su cabeza ese jueves de 2010. Un murmullo simoqueño le destapa un recuerdo. Los dedos ensayan un adiós en el piano: “zamba quiero oír al atardecer, capullo de luz, que quiere ser sol y no puede ser. ¡Ay, tristecita, tristecita igual, qué llovizna azul murmurándole al cañaveral!

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