MAESTROS. En un capítulo Carbonel homenajea a Gabriel Báñez, a Antonio Dal Masetto y a Ricardo Piglia.
Hernán Carbonel pensó que en “Sedimentos” debía campear la ruptura. Nada de homogeneidad; la apuesta fue por una convivencia de géneros y de protagonistas. Entonces sus crónicas, entrevistas, ensayos y perfiles dialogan con toda clase de interlocutores, desde Jorge Luis Borges a Diego Capusotto; de María Teresa Andruetto a Paul Auster. El desafío era que esta colección de escritos armonizara en un todo, tarea a la que se abocó en plena pandemia y que terminó de tomar forma en el libro publicado por la editorial independiente tucumana La Papa.
“La mayoría de los textos de este libro fueron publicados en LA GACETA Literaria. Muchos forman parte de lo mejor que se publicó en ese suplemento en la última década -escribió Daniel Dessein en la contratapa del volumen-. ‘Sedimentos’ es una fiesta para lectores entrenados y también un conjunto de amables puertas para entrar por primera vez en las obras de grandes escritores”. El libro se editó en formato digital y está disponible en lapapa.online/tiendita.
Escritor y periodista, nacido en la localidad bonaerense de Salto, Carbonel coordina talleres de lectura; produce y conduce programas de radio y es un activo colaborador en distintas publicaciones. A “Sedimentos” lo precedieron “Antiguos dueños de la tierra”, “El chico que no crecía y otros cuentos” y “El caso Arroyo Dulce”.
- ¿Cómo nace la idea de agrupar este material en un libro y por qué el concepto de “sedimento” para el título?
- El libro fue un poco producto de la pandemia, del encierro. Durante 2020 me puse a rever un montón de material que tenía, cosas que nunca había pensado que podían formar un todo. También tiene que ver con un par de proyectos truncos. En las palabras previas se habla de un programa de radio; en algún momento hubo un proyecto hacer un libro a partir de las entrevistas que habíamos hecho en vivo en ese programa. Me llevó menos tiempo del pensado darle una unidad a todo esto. Y lo del título se refiere a los sedimentos de un curso de agua, de un río o de un arroyo; cómo van decantando todo hacia las orillas, o hacia una isla, para formar un nuevo panorama, un nuevo paisaje, una nueva geografía. Ese límite entre lo marítimo y lo terrenal. El libro juega con eso, con los límites. Por momentos es periodismo, en otros intenta ser literatura. Hay un cruce de géneros entre entrevistas, crónica, artículos, ensayos. El origen del título está ahí.
- Hay un capítulo dedicado a tres maestros (Báñez, Dal Masetto y Piglia). ¿Qué relación te une con ellos?
- Con esos tres maestros homenajeados me unen relaciones completamente diferentes. A Gabriel Báñez lo conocí en La Plata cuando yo era muy joven; fue quien corrigió y publicó mis primeros textos en antologías o suplementos literarios. Me recomendó lecturas que terminarían siendo radicales en mi forma de ver la lectura y la escritura, o por lo menos corrientes literarias que me marcaron mucho, por ejemplo Carver y Cheever. El final trágico que tuvo terminó de marcarme para siempre. A Antonio Dal Masetto también lo conocí muy joven, era un maestro del silencio, de las pocas palabras. Como en su literatura, era un hombre que decía mucho con muy poco. Nos veíamos bastante seguido, hablábamos mucho por teléfono y escribió el prólogo de mi primer libro. Esa es una anécdota hermosa; Antonio me llamó y me dijo: “bueno Hernán, ¿tenés lapicera y papel?, anotá”. Me fue dictando por teléfono las ideas que terminaron conformando ese prólogo. Una experiencia maravillosa.
- ¿Y en el caso de Ricardo Piglia?
- En las palabras previas cuento del día que estuve a punto de conocerlo, aunque no pude hacerlo personalmente, pero me marcó más que nada como escritor y como lector. Acabo de terminar un taller en Fundación La Balandra sobre Piglia y buena parte de su obra, y me parece que es una máquina de narrar. Como en “La ciudad ausente”, donde hay una máquina que emite relatos, él era una máquina de cruzar ensayos con ficción; era un maestro total en el género que abordara.
- Las entrevistas abordan personajes de lo más variados. ¿Disfrutaste alguna en especial? ¿Tenés alguna técnica en particular cuando hablás con escritores?
- Estudié Comunicación Social, aunque no me recibí, pero sí me quedó grabado de las primeras clases un panorama de la entrevista como género y todo lo que eso implica. Y me fascinó. Traté de incorporar ese material teórico para llevarlo a la práctica, y la dinámica de las entrevistas en vivo en la radio me dio muchísima gimnasia. En la radio hablábamos con escritores, actores, directores de cine, músicos, pero siempre dándole la voz al entrevistado, sin ser protagonista el entrevistador. Tuve la suerte de entrevistar a tipos muy grossos, gente muy grande en lo que hacía, y ese perfil interesante del entrevistado te ayuda. Me tocó entrevistar a un músico el día antes de casarme y cuando terminamos me dijo “suerte para mañana”. Que Raúl Porchetto te desee un buen casamiento es una buena anécdota.
- Hay también crónicas, perfiles y ensayos. ¿Cómo es el proceso de elección de temas y del género adecuado para desarrollarlo?
- Los temas se dan de manera natural. Es como si se abriera una ventana y uno viera que al otro lado hay un tema interesante, que puede tener un montón de direcciones hacia las cuales salir. Trabajo mucho por asociación, con la intertextualidad, y a partir de ahí veo si eso que está al otro lado de la ventana es realmente adecuado para desarrollarlo. Si fluye quiere decir que hay un camino por delante para seguir con esa crónica, con ese ensayo o con ese perfil. La elección es racional, pero también tiene que haber algo intuitivo. Como dice Daniel Dessein en la contratapa, lo que quería es que también fuera una ruptura, que no saliera un libro muy homogéneo. Que hubiera heterogeneidad de temas, de actores. Quería, de alguna manera, que fuera un libro roto, no uniformado. Creo que eso está logrado en la diversidad de géneros.
- La presencia de Borges es permanente en “Sedimentos”. ¿Cómo crees que están abordando a Borges las nuevas generaciones?
- Borges está presente en nuestra literatura, es un bien innegociable para nuestro acervo literario. Creo que las nuevas generaciones lo ven de diferentes maneras. Sigue estando ese impulso al que aludía Witold Gombrowicz de matar al padre, pero también está de lo que Piglia hablaba: las formas de transformar un texto. Por ejemplo, lo de Pablo Katchadjian al hacer “El Aleph engordado” y esa saga de horrores que cometió María Kodama con él. Esa es una buena muestra de cómo se ve a Borges hoy. A Borges se lo puede plagiar, homenajear, parodiar, intertextualizar; hay un montón de maneras de trabajarlo. Los jóvenes -o por lo menos la gente de mi edad, que estamos en los 40- han sabido encontrar resquicios o puertas por donde entrarle a la obra de Borges sin hacer lo de 40, 50 o 60 años atrás, que fue tratar de imitarlo, lo peor que se puede hacer. Lo mejor es trabajarlo con el sedimento que Borges dejó en nosotros como lectores.
- ¿Cómo defender al periodismo cultural en un momento en el que los medios, en su incesante procura de clics, suelen dejarlo de lado?
- Los medios se han convertido en un colectivo lleno de impurezas, por decirlo de una manera respetuosa. Podemos hablar de los clics y también de las fake news. En este panorama bastante desalentador para el periodismo, por lo menos el que aprendí en la década del 90 -y ni que hablar de las redacciones de los 60 y 70-, estamos atrasados conceptual, ideológica e intelectualmente. Creo que la forma de hacer buen periodismo es escribir buenas historias, lo dicen todos los maestros y alguien que transita el llano como yo. Lo mejor es escribir buenas notas, buenos artículos, buenos ensayos; hacer buenas entrevistas. No escribir desde Twitter ni desde lo que dicen otros periodistas. Es gestionarse el material, darle identidad, un buen punto de vista y sobre todo una calidad narrativa. Se puede hacer buen periodismo, que el clic espere.








