En Banda del Río Salí 758 chicos no van a la escuela

Lo reveló un estudio de Fundemi, organización de ayuda a chicos con dislexia y otros problemas de aprendizaje. También hay 500 analfabetos.

INFANCIAS. En La Costanera el derecho de estudiar no llega a todos. INFANCIAS. En La Costanera el derecho de estudiar no llega a todos.
Magena Valentié
Por Magena Valentié 16 Agosto 2021

¿Cuántos son los chicos que en Tucumán no van o dejaron la escuela en la pandemia? El ministro de Educación de la Nación, Nicolás Trotta, estima que podrían llegar a 1,5 millón en el país, pero es una proyección. La única cifra real, hasta ahora, es la que arrojó la evaluación nacional de la continuidad pedagógica, que mide sólo la mitad de 2020. Señala que 1,1 millón de chicos se desvincularon de la escuela, el 10% de todos los alumnos de educación obligatoria.

La burocracia lleva su tiempo. Mientras se cargan los datos para contrastar la matrícula de 2020 con la 2021, hay otras cifras en Tucumán, no oficiales y parciales. Un relevamiento en Banda del Río Salí permite imaginar un panorama de la educación en los barrios vulnerables. Fundemi, Fundación Emiliano de Estrategias Metodológicas Inclusivas revela que más 700 chicos no están matriculados en ninguna escuela en esa zona.

El estudio está hecho, casa por casa, por la propia fundadora de la organización, profesora María Angélica Chávez, autora de un método pedagógico para ayudar a niños con dislexia y otros problemas de aprendizaje. Partió desde la sede, en Garizio y Lola Mora. Lastenia, y junto a su colega Claudia Carrizo, se internaron de la mano de los agentes sanitarios. Así llegaron a todos los rincones.

“Detectamos 168 familias críticas, con necesidades básicas insatisfechas. En ellas viven 758 niños y jóvenes, de entre cinco y 18 años, que no van a ninguna escuela. Tenemos los nombres, las edades y las direcciones de cada uno”, revela la ex supervisora docente.

Desde septiembre del año pasado, Chávez y Sosa recorren los barrios periféricos y visitan las casas de la rivera del río, barrios como San Andrés, Belgrano, San Antonio del Bajo, La Milagrosa, Pacará, Lastenia, Capitán Candelaria, asentamiento La Cerámica y otros. Es esa zona la mayoría se dedica a la recolección de cartones y botellas, y todavía conserva sus carros tirados por caballos, que lograron salvarse de la gran redada municipal de hace unos años.

En La Costanera no sólo hay niños fuera del sistema, sino también muchos adultos que no saben leer ni escribir. “Exactamente encontramos 509 analfabetos puros, es decir adultos que si alguna vez fueron a la escuela no se acuerdan nada”, explica Angélica. “Los vecinos que sí han logrado aprender a leer y escribir aunque no han terminado la escuela primaria son muchos más que los analfabetos puros. Hemos detectado 7.702 con primaria incompleta”, asevera.

Las docentes hablaron con madres y jóvenes. “A veces los chicos no contestan la verdad en la primera pregunta, hay que repreguntarles. Por ejemplo, en la rutas 9 y 306, donde muchos se paran a vender cosas en los semáforos, al ser interrogados sobre si van a la escuela contestan que sí. Pero cuando uno les pide que precisen a qué escuela van se quedan desconcertados, no saben qué contestar y terminan admitiendo que dejaron la escuela. En esos casos nosotras vamos a sus casas a hablar con sus madres porque sabemos que allí, seguramente, encontraremos a otros hermanos que tampoco asisten a la escuela”, explica Chávez.

“En los hogares entramos familias con chicos malnutridos, donde el maltrato, la violencia de género y el alcoholismo son frecuentes. Los jóvenes no cuentan con un celular, por eso cuando comenzaron las tareas de modo virtual, el año pasado, no pudieron continuar, y se desvincularon. La mayoría se fue a trabajar para colaborar con la economía en sus casas”, cuenta la docente que aplica un modelo “no sanitarista” de abordaje de los problemas de aprendizaje.

El abordaje de las DEA

El relevamiento de Fundemi todavía no ha terminado. Su objetivo es visibilizar las dificultades de aprendizaje y tratar de resolverlas con un paradigma pedagógico, no médico. “Nuestro objetivo en la fundación también es evitar la deserción porque sabemos que un chico que no puede superar una Dificultad Específica del Aprendizaje (DEA) es un alumno que termina abandonando el sistema educativo. Es importante que se entienda que no proponemos un abordaje psicológico sino pedagógico. Para nosotros la dificultad de aprendizaje no es una discapacidad en sí misma, más allá del origen que la provoque, nuestro trabajo es conseguir las herramientas pedagógicas adecuadas para que ese niño aprenda. Tenemos muchísimos buenos ejemplos”, explica Chávez.

Angélica recuerda que en el país rige la ley nacional N° 27.306 y la provincial N° 8938 de dislexia y DEA que exige que las escuelas adecuen las estrategias metodológicas para lograr la inclusión de las personas con dificultades de aprendizaje. Estadísticamente, el 15% de la población tiene algún trastorno que le impide aprender adecuadamente. “Lo que ocurre es que este problema no está visibilizado”, dice la docente.

La ley define a las DEA como “alteraciones de base neurobiológica, que afectan a los procesos cognitivos relacionados con el lenguaje, la lectura, la escritura y/o el cálculo matemático, con implicaciones significativas, leves, moderadas o graves en el ámbito escolar”.

¿Qué hace Fundemi?

Fundemi trata de resolver cada caso que encuentra. Lo primero que hizo Chávez fue informar al Ministerio de Educación, a través de las direcciones de nivel, sobre la situación. Cabe recordar que los ministros de Educación de la Nación y de la Provincia anunciaron que el Estado saldrá a buscar a los alumnos que se desvincularon de la escuela.

Pero Chávez sabe que hay otras razones por las que un niño deja la escuela, “en muchos casos los alumnos abandonaron la escuela y perdieron el asiento, por eso hemos hecho gestiones a través de las direcciones de nivel para que los vuelvan a matricular. Hemos logrado reincorporar unos 20 alumnos. A otros chicos les ayudamos a gestionar becas Egresar o les conseguimos turnos para centros asistenciales si es por un problema de salud. Sabemos que son muchos los casos, pero como fundación tratamos de colaborar”, dice la docente, premiada por su trabajo por la fundación Nación en 2018, cuando esta tarea era apenas un proyecto escolar.

Fundemi cuenta con un equipo de 16 personas, entre docentes de nivel primario, secundario y terciario y maestras especiales, fonoaudióloga, psicóloga y psicopedagoga. No tiene ninguna subvención del Estado y cobra una cuota mínima para gastos de funcionamiento a los 60 chicos que concurren todos los días.

No se sabe cuántos alumnos han quedado fuera del sistema educativo, pero sí que la pobreza infantil alcanza el 63% en el país. Y que la escuela, sigue siendo, hoy y tal vez más que nunca, la única tabla de salvación para esos chicos.

La costanera, sin wifi: sólo el 40% puede comunicarse por Whatsapp

Internet no llega a La Costanera. En la escuela los docentes se manejan con los datos de los celulares. Ahora los alumnos de la escuela media concurren todos los días, en grupos de hasta 22 alumnos. Cuando un grupo debe aislarse vuelven al sistema virtual, por WhatsApp, y el que no cuenta con celular, que es más de la mitad de la matrícula, se entregan cuadernillos que los docentes ya tienen a disposición de los alumnos. Según un relevamiento del 2020 sólo el 40% de los estudiantes tiene acceso a WhatsApp. El director, Daniel Ammar, remarca que este año se inscribieron más chicos, 348 alumnos, contra los 327 de 2019.

LOS CHICOS CUENTAN POR QUÉ DEJARON DE IR A LA ESCUELA

Janet, 16 años: con dengue y sin celular

Para Janet Frías, 2020 fue el peor de su vida. Era el año en que cumplía 15, pero lejos de un festejo, lo que tuvo es dengue y debieron internarla en el hospital Avellaneda. Ya el año había comenzado mal, porque tenía que ir a 4° año y quedó en 3°. “Mi mamá no me podía anotar en la escuela porque no tenía plata para la inscripción. Eran como $ 1.000. Y unos meses después cerraron la escuela y como yo no tengo celular no pude estudiar en todo el año”, explica Janet, que luce tres piercing, uno en la nariz, otro cerca del labio y otro en la lengua. “Este año ya no tengo ganas de ir a la escuela. Me da un poco de vergüenza porque no me acuerdo nada. Ya ni sumar sé ...”, sonríe sin ganas. Janet tiene 16 años y hace las tareas de la casa. Son cinco hermanos y la mayor, de 18, tampoco terminó la escuela.

Mili, 14 años: “yo cuido a mis hermanos”

“Iba a la escuela de la Costanera, por la tarde, pero ya no voy más porque mi mamá necesita que la ayude a cuidar a mis hermanos. Somos ocho y ella no puede sola. Ya no me acuerdo hasta qué grado he ido, pero no he aprendido nada, no sé leer ni escribir”, reconoce Mili Soria, de 14, mientras camina por una de las calles de la Costanera.

Sofía, 17 años: “no le entiendo nada”

Solamente le falta un año para terminar la secundaria, pero dice que se ha cansado, que le da “pereza” levantarse tan temprano. “Este año empezamos a ir dos días a la semana nomás (a la secundaria de La Costanera), martes y jueves. Pero no se puede aprender nada así. No entiendo nada. Cuando he ido a retirar la comida el director me ha dicho que vuelva porque ya están yendo todos los días”, cuenta Sofía Sánchez, de 17 años. Aunque solamente fue dos semanas a clases este año ella sigue retirando su comida.

Ramón, 18 años: “no tengo plata para ir a la escuela”

“Yo iba a la técnica del barrio Juan XXIII. Había un colectivo del Gobierno que nos venía a buscar todos los días y nos llevaba hasta La Bombilla. Pero eso fue hasta 2019. El año pasado ya no vino el colectivo. Yo tenía que hacer el 5° año, pero no tengo celular entonces no podía hacer las tareas que mandaban. Tampoco nos han mandado los cuadernillos. Somos como 20 chicos que íbamos a esa escuela”, dice Ramón Jesús Gómez, de 18 años. “Tengo ocho hermanas mujeres, una con retraso madurativo y otra con Síndrome de Down. Trabajo con mis cuñados, hasta el año pasado juntábamos cartón y este año ya le compramos a otros y nosotros los vendemos al corralón”, cuenta. “Quiero volver a estudiar, pero me queda lejos”, dice.

Zaira, 12 años: todo es más importante que la escuela

En la casa de Zaira Valentina Palavecino, de 12 años, la escuela es lo menos importante, por ahora. Desde que nació su hermanita Joselin, hace siete años, su hermano Julio, que ahora tiene 15 años, tuvo que subirse al carro y empezar a “cartonear” para ayudar a su familia. También va a la cosecha del limón, pero como es menor de edad le pagan muy poco, cuenta su madre, Patricia Yapura, de 36 años. Todos viven en el barrio Las Palmeras, en Costanera sur. Joselin ha nacido con síndrome de Prader Willi, un trastorno que causa obesidad y discapacidad intelectual severa. Joselin es como un bebé enorme que no habla ni camina. Pero come mucho. Ese es otro de los síntomas del trastorno. “Siempre está con hambre, y comer mucho le aumenta la diabetes”, explica Patricia, que flaca como es, saca fuerzas de donde no tiene para sostener a su hija. “Le ha quedado chica la silla de ruedas. La tengo que sentar en dos sillas de plástico para bañarla. No me la reciben en la escuela especial Quirós porque no tiene silla y usa pañales”, se lamenta.  Patricia no se acuerda a qué grado iba Zaira cuando dejó de ir a la escuela Tiburcio Padilla. “Creo que iba a 3° grado, pero ahora las maestras la quieren poner en 5°. Este año he pagado $ 900 para inscribirla pero todavía no fue. Pero no tenía asiento y después se enfermó mi papá, que tiene 80 años y lo tengo que atender”, dice agitada. En la casa de los Palavecino lo que se gana con el carro va directo para remedios, pañales y comida. La escuela queda en último lugar.

Camila, 16: su mamá es viuda y con siete hijas

En San Antonio del Bajo, viven Cristina Alomo, de 40 años y sus siete hijas. Su marido era el único que sostenía la casa. En su casa viven las más chicas de 7, 10, 12, 16 y 18 años. Pero las dos más grandes, María  y Camila ya no van a la escuela, las otras sí. “Ellas no tienen documentos. Cuando falleció mi marido mi familia política me ha corrido de la casa con mis hijas y ahí he perdido los documentos. Ahora vivimos en un terreno que nos prestan”, dice la mujer que no recibe la tarjeta Alimentar, y tiene que trabajar en casas de familia mientras sus hijas mayores se encargan de la casa.

Alan, 18:  “se burlaban de él en la escuela”

María Alejandra Fernández tiene 40 años, siete hijos, y vive en el barrio Las Palmeras. Se la puede ver con un carrito vendiendo ajos, pimientos y limones por las calles del centro. “Alan Alexander iba a la escuela Tiburcio Padilla, pero los chicos se burlaban de él porque tiene una dificultad para hablar, entonces ya no quiere ir más. Ahora ya está grande. Pero él no sabe leer ni escribir”, cuenta su madre. Sus otros hijos van a la escuela y les cuesta aprender porque en la casa no tienen quién les enseñe.

Walter, 13: “no lo quieren anotar”

De los cuatro hijos que tiene Cyntia Barraza, Walter, de 13 años, es el único que no va a la escuela. “Lo han hecho pasar de grado y no sabe nada”, denuncia la madre. “Yo misma he pedido que lo hagan repetir el 6° grado en la escuela Tiburcio Padilla, pero no quieren. Cuando iba yo ya les planteaba la situación, y la directora me decía que ya iba a venir la pedagoga pero nunca llegaba. Ahora dicen es una orden del gobernador que los chicos no queden de grado. Pero ¿cómo lo voy a mandar a la secundaria si no sabe leer ni escribir?”, se pregunta.

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