Kevin está enfermo y sus cinco hermanos abandonaron la escuela

Por pobreza o por problemas de salud, muchos chicos dejaron de estudiar en pandemia. La escuela no va a buscarlos.

KEVIN ESPERA UN TRASPLANTE. El niño de siete años pasa 13 horas por día conectado a la máquina de diálisis. KEVIN ESPERA UN TRASPLANTE. El niño de siete años pasa 13 horas por día conectado a la máquina de diálisis. LA GACETA / FOTO DE ANALÍA JARAMILLO

La pandemia ha dejado pupitres vacíos. Uno de cada cuatro chicos de barrios vulnerables no ha vuelto a la escuela desde el confinamiento de 2020, asegura el Observatorio Argentinos por la Educación en un informe nacional de abril. ¿Cuántos son los niños y jóvenes tucumanos en esa situación? No se conocen cifras oficiales, pero LA GACETA se propuso visitarlos en sus propias casas para conocer sus historias.

Es de mañana. Gastón Ponce, 14 años, viene corriendo desde la cancha de tierra que está al frente a su casa, en Gobernador del Campo y Santa Fe, de El Manantial. Le siguen al trote tres de sus cinco sus hermanos: Brain de 12, Tiago de 10 y Lucas de seis. Ninguno va a la escuela. Se inscribieron en 2020 en la Kapeluz, los más chicos, y él en la escuela la media Rodolfo de la Colina, pero al no contar con un celular no pudieron seguir las clases virtuales y perdieron todo contacto con la escuela. El mayor, Gonzalo, de 16 años, tampoco estudia, trabaja como albañil junto a su padre.

“Ya me he acostumbrado a no ir a la escuela” dice Gastón sin levantar la mirada. Se lo ve avergonzado. Aunque su mamá lo acusa de no querer ir a la escuela, él dice que sí quiere, pero que no puede solo. “Me gustaría ir a una técnica para que me enseñen chapa de automotores”, dice sin ánimo, sabe que no tendría dinero para tomarse un colectivo.

Patricia Zinhjke, la mamá de los chicos, cuida todo el tiempo de Kevin, de siete años. Su penúltimo hijo sufre una insuficiencia renal crónica que le obliga a dializarse desde los dos años de edad. Periódicamente su madre lo lleva a control al hospital Garrahan, de Buenos Aires. En septiembre posiblemente lo operen de nuevo. Eso hace que Patricia pase largas jornadas gestionando pasajes en avión en Casa de Gobierno y medicamentos en la obra social.

Con cuatro años prácticamente viviendo en el hospital de Niños se recibió de enfermera sin serlo. Patricia le coloca las inyecciones, les hace las curaciones, controla su sonda nasogástrica y lo conecta a la máquina de diálisis que tiene en su casa durante 13 horas seguidas, en ese tiempo ella no se mueve de su lado.

“Quizás me juzguen mal porque mis hijos no van a la escuela, pero quien tiene un niño especial sabe lo que es esto”, dice con una mirada triste como la de su hijo Gastón. “Kevin camina un poquito y se cansa, no lo puedo sacar mucho. Mis hijos no me hacen caso, no van a la escuela y yo no los puedo llevar. Sólo van a traer la comida del comedor “Por una sonrisa feliz”. Nadie sabe por lo que estoy pasando. Hasta que mi hijo no sea trasplantado (está en lista de espera) no voy a descansar”, suspira.

Muy cerca de allí, en el barrio El Portal, María Pía Rodríguez, de 28 años, tampoco puede mandar a sus hijos a la escuela. Lucas Benjamín Barrera, de 11 años, Gonzalo Catriel Medina, de nueve; Ludmila Antonela Rodríguez, de ocho y Siomara de siete años fueron a clase hasta principios de 2020 pero se cambiaron de casa. “La escuela Kapeluz me cobra $ 700 por chico para inscribirlos, y no llego. Con los 12.000 de la AUH pago el alquiler de la casa que son $ 10.000. Me ayudo con la Alimentar (otros $12.000) y el comedor”, se lamenta. No hay cifras oficiales. Pero dos familias que no envíen a sus hijos a la escuela equivalen a 10 pupitres vacíos. Sirva esto como ejemplo para calcular la magnitud del problema.

Temas Coronavirus
Tamaño texto
Comentarios
Comentarios