El riesgo de meterse con un tema tabú como Malvinas

El riesgo de meterse con un tema tabú como Malvinas

El riesgo de meterse con un tema tabú como Malvinas

¿Qué piensan las nuevas generaciones sobre Malvinas? ¿En qué lugar del imaginario nacional colocan a las islas? ¿Hasta qué punto consideran que es un tema relevante en la agenda? Las preguntas se renuevan a partir de afirmaciones como la de Beatriz Sarlo (“las Malvinas son territorio británico”) y van apareciendo respuestas de lo más variadas. Hay una opinión pública deshilachada, cambiante, cruzada por asombrosas dosis de ignorancia y que, como no podía ser de otro modo, navega en las cloacas de la grieta. Hace algún tiempo, no muy lejano, Malvinas era una causa aglutinadora, hoy el escenario de la discusión se ha modificado.

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Porque en cierto modo el abordaje de Malvinas se convirtió en un tabú, en un malestar de la cultura nacional si lo que roza el debate es la cuestión de la soberanía. De eso no se puede hablar, y el que lo hace es un vendepatria. Sarlo no propuso que la Argentina renuncie a los reclamos soberanos, lo que hizo fue blanquear lo que otros (¿muchos?) piensan y no se animan a expresar en voz alta: que quienes viven en Malvinas no son argentinos, que más que británicos se consideran “isleños”, y que nos siguen viendo como invasores. Desde esa perspectiva, que sea “territorio británico” se ajusta a la lógica y es lo que Sarlo indicó. También habló de la guerra de 1982 como un “acto nacional psicótico” y dijo algo más profundo, que es en realidad el corazón de todo esto: “cuando la gente dice ‘las Malvinas son argentinas’ no se sientan ni un minuto a pensar, si son argentinas, si no son argentinas, ni qué son las Malvinas”. Eso, ¿qué son las Malvinas para los argentinos? Y en especial para los jóvenes, teniendo en cuenta que de la guerra se cumplirán 40 años en 2022 y es un episodio en el que tocan de oído.

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Antes de seguir con Malvinas conviene refrescar la condición de intelectual de Sarlo. Una intelectual prestigiosa, para más datos, dedicada a pensar la Argentina y a sostener sus posiciones más allá del ruido que generan. Es más, le gusta arrojar el guante y por eso subrayó: “me importa muy poco la polémica que se genere con un promalvinero. Lo mandaría a vivir seis meses a las Malvinas y trabajar ahí”. Esa es Sarlo en estado puro, fiel a un ideario con el que se puede disentir o adherir, pero que nunca pasará inadvertido. Sarlo nos recuerda, de paso, cuál es uno de los roles de los intelectuales en el tejido social: abrir la discusión sobre los grandes temas, participar de esos intercambios, cruzar saberes, defender sus posiciones, escuchar los retruques, sacar conclusiones valiosas que nos hagan un poco mejores. Un intelectual encerrado en una torre de cristal, produciendo papers académicos confinados a círculos pequeñísimos, sólo es funcional a sí mismo. Hace poco perdimos a un pensador relevante como Horacio González -a quien en el colmo de la grieta se llegó a reducir a la condición de “funcionario K”-, quien, como Sarlo, se animó a revisar mucho de lo que dábamos por sentado acerca de esta amalgama de cultura, historia y sentimientos dada en llamar el ser nacional.

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LA GACETA publicó las declaraciones de Sarlo en las redes sociales y el foro de comentarios dejó mucho para analizar. Un ejercicio de comparación con las opiniones vertidas en otros medios nacionales demostró posturas similares. Se trata, en la abrumadora mayoría de los casos, de menores de 40 años. ¿Qué puede leerse? Por ejemplo:

El riesgo de meterse con un tema tabú como Malvinas

- Antes de 1982 las Malvinas eran argentinas, pero Gran Bretaña las ganó en esa guerra.

- Y que durante esa guerra murieron miles de argentinos.

- Se llaman Falklands desde 1982.

- Que las Malvinas son argentinas es una mentira de los Gobiernos peronistas.

- Las Malvinas deben ser como una empresa: los dueños son los que viven ahí.

- Los kelpers/isleños/británicos quieren ser argentinos, pero les temen a nuestros políticos.

- Si estuvieran en nuestro territorio hoy serían una gran villa miseria.

- Los ingleses llegaron primero y por eso son los legítimos ocupantes.

- Y muchísimos, sin mayores agregados, se limitan a afirmar “Sarlo tiene razón”.

¿De qué se trata? ¿De un aluvión espontáneo de antiargentinidad? Tanto desconocimiento sobre la historia, tanto revoleo de opiniones, ¿qué nos dicen sobre Malvinas? Volviendo a Sarlo, ¿en qué se piensa cuando se habla de Malvinas? ¿Cuál puede ser el punto de partida cuando hay quienes están convencidos de que las islas se perdieron en 1982, en una guerra de la que no tienen la más pálida idea?

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Por supuesto que está el otro lado del mostrador. La postura de Sarlo fue condenada desde varios sectores, empezando por los ligados con centros de ex combatientes, quienes la leyeron como una ofensa a los muertos en batalla. Más allá de las descalificaciones, que fueron numerosas, hubo quienes tuvieron el tino de refrescar los fundamentos jurídicos que sustentan el reclamo de soberanía mantenido por nuestro país en la ONU. O sea que informaron y educaron. Porque con Malvinas lo que viene cortándose es esa transmisión de memoria que sostiene la recuperación de las islas como una causa nacional. Entonces a Sarlo se la ataca más con el insulto que con los argumentos. Así no funcionan los debates.

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También está el carril político de la autopista. En los últimos tiempos, Patricia Bullrich, Fernando Iglesias y Sabrina Ajmechet (precandidata a diputada nacional) se expresaron en sintonía con el pensamiento de Sarlo, un flanco que el peronismo aprovechó para subrayar su carácter promalvinense. Las declaraciones de ese trío, galvanizador del ala dura del Pro, no cayeron bien en muchos socios de Juntos por el Cambio, en especial de los radicales, que han mantenido una histórica defensa de la soberanía argentina sobre las islas. Esa fisura en la alianza opositora también visibiliza la discusión que Malvinas está proponiendo. ¿O no hay discusión posible y el tema volverá a la superpoblada góndola de los tabúes argentinos?

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En 2012, al cumplirse 30 años de la guerra, LA GACETA contó las historias de todos los tucumanos que murieron en el Atlántico Sur. Las habían narrado padres, madres, hermanos/as, esposas, amigos, vecinos. Y a pesar del luto de tres décadas, en ninguno había nacido el escozor de un rechazo, de una negación. En todas esas familias Malvinas siguió siendo el hilo conductor de un amor y de un recuerdo. Y también de una pérdida. Esa emocionalidad, tan propia de los argentinos cuando de Malvinas se trataba, no es la misma a medida que el tiempo transcurre y los mensajes van diluyéndose. ¿En qué pensamos cuando hablamos de Malvinas? ¿Qué son, a fin de cuentas, las Malvinas para nuestro país?, preguntó Sarlo en voz alta. Cuantas más respuestas se escuchen, mejor.

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