Políticos fortalecidos, coaliciones debilitadas

Políticos fortalecidos, coaliciones debilitadas

La pregunta clave a responder el 13 de septiembre no será cuán fortalecido salió cada ganador de las respectivas primarias, oficialista u opositora, sino cuán debilitados quedaron los frentes electorales en función de las profundas grietas internas y de cara al tramo decisivo hacia las generales del 14 de noviembre. Los conflictos internos no serán inocuos, dejarán un tendal de heridos y de secuelas políticas. Será así porque en el Frente de Todos y en Juntos por el Cambio se produjo un hecho inusual, algo que no venía ocurriendo en las anteriores PASO: no hubo consensos, sino que primaron los desacuerdos. Se desconocieron sociedades exitosas y hasta buenas relaciones amistosas; lo que vino a ratificar que en política no hay amistades, sólo conveniencias. No se concretaron las tradicionales listas de unidad, que no eran más que el reflejo de los acuerdos de cúpulas para satisfacer intereses de grupo; dejando sin posibilidad de elección a los afiliados o simpatizantes de cada partido. Todos para unos cuantos y unos cuantos para todos.

De cierta forma era una ecuación cómoda para conductores y conducidos; los primeros se mostraban aunando criterios tras un proyecto común y general y los segundos se limitaban a acompañar con su voto la única boleta surgida al amparo de los pactos. Para unos la tranquilidad del reparto de espacios de poder, para los otros la facilidad de no tener que optar entre referentes del propio espacio político. Y enfrentarse por ellos. Sin embargo, esa calma de otrora mutó en las tormentas políticas de hoy porque los proyectos colectivos sucumbieron frente a las ambiciones personales. Choques de intereses y virulencia verbal, por ahora.

En las votaciones pasadas, con las cifras de las PASO en la mano, se comentaba quién ganó y quién perdió en la competencia entre las fuerzas políticas. En cambio, el mes próximo, producto de las fracturas en los respectivos frentes electorales, los análisis deberán centrarse en el impacto de la interna de cada coalición y cómo esa eventual implosión puede repercutir en los comicios de noviembre. No servirá sólo mencionar que el oficialismo obtuvo tal cantidad de votos y que la oposición tal cifra de sufragios, eso será lo secundario, casi anecdótico, lo primordial será ver cómo salieron parados los principales protagonistas, cómo les quedó el traje después de la batalla. El análisis que tendrán que hacer en cada espacio serán para determinar la magnitud del debilitamiento de cada coalición para la pelea que se vendrá por las bancas del Congreso; porque los resultados mostrarán políticos fortalecidos y coaliciones debilitadas. Fortalecerlas será el gran reto.

Porque no hay antecedentes de luchas internas de las características como las de ahora y de cómo eso puede incidir en las generales. Lo más cercano a esta noción son las especulaciones en torno a si los que pierdan en las internas abiertas realmente van a acompañar -y cómo-, a los que resulten vencedores. Precisamente, porque en el fondo no se están dirimiendo proyectos colectivos sino proyectos personales y, como es de suponer, aquel que sucumba frente al adversario no querrá justamente que su contrincante -el de las mismas ambiciones-, las concrete a expensas de la verificación de la remanida frase: el que gana conduce y el que pierde acompaña. Para tal gesto político habría que ser magnánimo, solidario, humilde, generoso, desinteresado, desprendido; rasgos que precisamente fueron marginados del escenario electoral a causa de los intereses particulares que terminaron fragmentando y fracturando a los respectivos frentes. O sea, la ausencia de consensos.

Todo consecuencia de lo que los principales protagonistas pusieron en evidencia respecto de lo que estos comicios intermedios significan en términos políticos: el vehículo para acomodarse lo mejor posible hacia el 2023. Les era inevitable adoptar esa conducta, la realidad prácticamente los obligó a jugar a todo o nada este año. Hasta estas primarias abiertas el pretexto de justificar los proyectos colectivos para concretar listas de unidad vino derivando en la aparición de los liderazgos compartidos. La clase política desplazó de las estrategias las conducciones unipersonales.

Así fue como el justicialismo tucumano supo hablar de trípode de poder o de una jefatura bicéfala, un rasgo casi antinatural en la genética del peronismo. Algo que hoy se resucita para justificar el reconocimiento al verticalismo a la vieja usanza pejotista. Lo mismo aconteció con la oposición, donde hubo sociedades políticas que compartieron la mesa de poder interno. En ambas orillas se movían cómodos con esa modalidad de dos o tres jefes o socios compartiendo el poder, haciendo y deshaciendo. Lo colectivo por sobre lo individual. Ese esquema de supervivencia estalló este año, lo reflejan los procesos internos del Frente de Todos y de Juntos por el Cambio, con enfrentamientos a todo o nada para dirimir liderazgos unipersonales, bien a la antigua y de cara al 23.

Esa pelea es explícita en el PJ tucumano, pues no se trata sencillamente de dos listas que compiten para armar una boleta final sino del choque de dos proyectos políticos unipersonales, de los dos ex socios que anhelan emerger como único líder del justicialismo, lo que se verificará si uno se impone sobre el otro en la interna abierta del 12 de septiembre, ya sea de forma contundente o bien hasta por un solo voto. Como se trata de una interna peronista, los conceptos de lealtad y de traición son parte del folclore y se los revolea de orilla a orilla.

El entredicho entre Manzur y Jaldo los llevó al punto límite de tener que luchar en las urnas, uno intentando ratificar que conduce al peronismo más allá de las cucardas pejotistas y al otro para demostrar que puede ser el futuro conductor político del PJ. Para cualquiera de esas alternativas, sólo uno tiene que sobrevivir; políticamente, claro

Habrá que ver qué resuelven los compañeros, a quién acompañan más allá de las estrategias diferenciadas para captar ese voto sentimental. En ese marco, no son para sorprenderse los cambios de camiseta, menos las chicanas y toda artimaña posible destinada a debilitar o a dejar mal parado al adversario. Es que hay mucho en juego, por lo que cada grupo deberá exponer toda su picardía para superar al contrincante interno, incluso hasta tratar de que la disputa por el liderazgo quede resuelta aún antes de la votación de las PASO.

Frente al nivel de agresividad, verbal, es válido reiterar que más que fijarse en quién ganó la interna lo interesante será analizar cuánto se debilitó el oficialismo de cara a las generales a causa de la crisis política, porque no se puede esperar que salga incólume, sino más bien deshilachado. Porque van a quedar muchos heridos, sea quien sea el que gane o el que se imponga en esta contienda por liderar al peronismo tucumano.

El mismo análisis cuaja para Juntos por el Cambio, porque detrás de su propia interna abierta también sobrevuela la pelea por ver quién emerge como el líder del principal espacio opositor de cara al 23. Aquí también el proyecto colectivo trastabilló frente a las ambiciones personales, aunque con un nivel de complejidad mayor que en el caso del PJ, donde la pelea es entre peronistas; en cambio, en la coalición opositora aparecen radicales enfrentados entre sí y divididos en tres espacios, y también tercia la sociedad del PJS alfarista con el PRO. El intendente capitalino parece mirar un poco más allá y le hace guiños a Rodríguez Larreta de cara al 23. La sociedad con el PRO iría en esa línea.

Podría decirse que en Tucumán se verifica una reedición en menor escala de la pelea bonaerense entre radicales y el PRO, entre Manes y Santilli, aunque aquí el conflicto electoral entre las duplas Cano-Elías de Pérez versus Campero-Sánchez se le añade el condimento de la pelea por la conducción posterior del radicalismo.

También en esta primaria, al margen de que el que gana se queda con todos los cargos que potencialmente son “salibles” en la general, al ser tres grupos los que pugnan entre sí se puede producir un mayor debilitamiento de la coalición, porque con las reglas de juego establecidas en Juntos por el Cambio difícilmente los que pierdan se jueguen la vida en noviembre por el que los venza en septiembre. A no ser que se anuden acuerdos o promesas políticas mirando al 23, lo que dependerá en mucho de la habilidad del que se imponga.

De más está decir que entre ellos deberán esforzarse por captar el voto independiente con una dificultad añadida: tener que usar el mismo discurso en contra de los gobiernos provincial y nacional. Hay matices, pero habrá que ver a quien elige la ciudadanía que no simpatiza con el peronismo, en quién confía y a quién apuesta finalmente para que los represente y para que lidere a la oposición.

Es más que obvio decir que todos irán a la caza de los independientes: Manzur enancándose en la vacunación, Jaldo pidiendo que se frene al gobernador y toda la oposición plantándose contra el oficialismo nacional y el provincial, con alguno que otro cascotazo arrojado entre ellos. Porque no hay código de ética, se esfumó cuando desaparecieron los proyectos colectivos.

Esos independientes importan el 70,32% del electorado tucumano, según datos de la Cámara Nacional Electoral (CNE). O sea que si las internas fueran cerradas, sólo debería ir a votar el 29,68% del padrón, aquellos que están afiliados a alguno de los partidos de distrito reconocidos para poder participar de las elecciones nacionales.

Como son internas abiertas, simultáneas y obligatorias todos deben sufragar y optar entre las distintas ofertas políticas. Si las internas fueran cerradas, vaya el dato, en Tucumán sólo podrían ir a las urnas 374.434 personas, que son las que están adheridas a organizaciones partidarias. Por ejemplo, 161.538 peronistas deberían definir entre Jaldo y Manzur; 54.085 radicales y 4.592 adherentes del PJS deberían optar entre Cano, Campero o Alfaro, y 43.493 socios de FR deberían avalar a la lista única bussista. Son cifras oficiales de la CNE.

En fin, muchos proyectos personales en danza que han hecho naufragar los proyectos colectivos; por lo que los frentes corren el serio riesgo de salir más debilitados que fortalecidos de las PASO que se vienen.

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