Un acto irracional

Un acto irracional

Por Inés Páez de la Torre - Psicóloga.

01 Agosto 2021

El divulgador científico Pere Estupinyà relata en su libro “La ciencia del sexo” un experimento al que él mismo se sometió, de la mano de Kathryn Macapagal, investigadora del Instituto Kinsey en la Universidad de Indiana. La consigna: le mostrarían rostros de varias mujeres, acompañados del número de hombres con los que éstas habían tenido sexo sin protección en los últimos dos meses. El participante debía responder eligiendo un número del uno al cuatro según su predisposición a tener relaciones con ellas. Debía imaginar que estaba de fiesta un viernes por la noche con ganas de un encuentro casual. La prueba, pensó Estupinyà, parecía fácil: por muy atractiva que fuera… ¡ni loco iba a acostarse con una desconocida sabiendo que había practicado sexo sin preservativo con siete u ocho chicos diferentes en menos de dos meses!

Al empezar el experimento, en la pantalla apareció una mujer de expresión seria con un seis parpadeando. Casi sin pensarlo, la persona del estudio presionó el cuatro: “no tendría relaciones”. Luego, una chica “bastante atractiva” con un dos, y la respuesta fue también el dos, diciéndose a sí mismo que él sí utilizaría protección. Y le fueron pasando varias fotografías hasta que, de repente, apareció la imagen de una chica muy hermosa, con una sonrisa brillante, mirada nítida y un 10 parpadeando en el extremo izquierdo inferior de la pantalla. Al poco un mensaje apurándolo: “Por favor, responda más rápido”. Su mente, confiesa, buscaba alguna justificación racional al deseo de presionar el uno: “sin duda tendría relaciones con ella”. “Reaccioné marcando un inesperadísimo dos”.

La sencilla prueba había echado por tierra aquello de lo que Estupinyà estaba tan seguro respecto de sí mismo minutos antes, ilustrando que, aunque solemos pensar que sabemos cómo nos sentiríamos y cómo actuaríamos frente a una determinada situación… muchas veces la realidad nos sorprende. Y más cuando se trata del sexo, donde entra de lleno lo irracional, ya que por lo general éste se desencadena acompañado de estados emocionales muy intensos.

El proceso de tomar una decisión pasa por las siguientes fases: en primer lugar hay una percepción de la situación que vamos a afrontar (“se me insinúa una chica atractiva que sé que tiene muchas relaciones esporádicas”, dice el autor); en segundo lugar, hay un análisis de las diferentes posibilidades existentes (“intentar irme a la cama con ella, no hacerlo, buscar a otra…”); en tercer lugar, hay una valoración razonada de pros y contras de dichas opciones (posibilidad de infección, protección que ofrece el preservativo, “lo bien que me lo pasaré”) y, para terminar, la propia decisión.

El paso clave

En esta secuencia, creemos que el paso clave es el tercero, en el que ponemos toda nuestra inteligencia y capacidad cerebral a disposición del beneficio presente y futuro del ser racional que somos. Pero distintos estudios muestran que no, al menos no en los aspectos que activan nuestro cerebro más primitivo y emocional, como la comida, el sexo o el miedo. Aquí los instintos básicos lanzan poderosos mensajes iniciales que a menudo vencen a los cálculos de nuestra corteza prefrontal. Y más aún si hemos bebido o si por cualquier otro motivo nuestro “freno” racional está inhibido.

“Yo vi a esa chica que me resultó tremendamente atractiva, y empecé a pensar que esas 10 relaciones mantenidas en dos meses sin duda fueron con conocidos de confianza, que siendo tan guapa seguro que podía escoger con quién acostarse y no se iría con cualquiera, que si yo me protegía desde el principio el riesgo era prácticamente nulo, y busqué cualquier otra excusa para justificar racionalmente mi impulso y mi decisión de presionar un dos”. Y agrega: “Creemos que primero calculamos de manera racional y luego decidimos, pero en realidad decidimos de manera emocional y luego nos justificamos racionalmente”.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios