Un encuentro con Borges

Un encuentro con Borges

Por Carmen Perilli - para LA GACETA.

Un encuentro con Borges
11 Julio 2021

Era una mañana fría y soleado en Tafí del Valle. Recién llegados nos sentamos en uno de los puestos de la plaza. La radio atronaba. De golpe el silencio y, a continuación, la voz de circunstancias del locutor: “Ha muerto el escritor Jorge Luis Borges”. Me invadió una enorme congoja. Y recordé uno de sus versos más asombrosos, “morir es una costumbre que suele tener la gente”.

En sus poemas y cuentos, obsesionado por el tiempo, juega con las formas de su propia muerte. Abjura de la inmortalidad: “Tenemos muchos anhelos, entre ellos el de la vida, el de ser para siempre, pero también el de cesar, además del temor y su reverso: la esperanza. Todas esas cosas pueden suplirse sin inmortalidad personal, no precisamente de ella. Yo, personalmente, no la deseo y le temo”. Como un malevo le hacía fintas al tiempo: “El tiempo está viviéndome” escribe. Pensó la muerte como un juego: “Ajedrez misterioso la poesía, ¿cuyo tablero y cuyas piezas cambian / como en un sueño y sobre el cual me inclinaré después de haber muerto”. En un rincón de Los conjurados le escribe a su amigo Abramowitz, quien murió dos años antes que él: “Cómo puede morir una mujer o un hombre o un niño, que han sido tantas primaveras y tantas hojas, tantos libros y tantos pájaros y tantas mañanas y tantas noches.”

El gran acontecimiento fue su visita a Tucumán en 1978, no pude escucharlo en la Facultad, no se me permitía entrar.  Antes de morir mi padre me había regalado las Obras Completas, el famoso libro gordo de Emecé. Aunque, como toda mi generación había denostado a Borges en mis tiempos de estudiante, sentía un enorme deseo de escucharlo. En un viaje a Buenos Aires, en un acto de audacia, lo llamé por teléfono. Me atendió y me invitó a visitarlo en la calle Maipú. Con olor a comida -Fanny preparaba el almuerzo- nos sentamos en unos gastados sillones y conversamos como si siempre nos hubiéramos conocido. Habló de su padre y la ceguera, me mostró el retrato de muerto del antepasado. Parecía cumplir con un ritual de un otro. La larga charla derivó en una situación inesperada: le conté de los desaparecidos en Tucumán a un hombre que pertenecía a otro mundo. Me escuchó con asombro y se le escapó una lágrima. A pesar de mi incredulidad su voz se quebró. Todavía escucho la voz de ese Borges “que hoy es menos un hombre que una vasta y compleja literatura”.

© LA GACETA

Carmen Perilli - Doctora en Letras.

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