Eduardo Sacheri: “Nunca imaginé lo que iba a pasar con mis libros”

Eduardo Sacheri: “Nunca imaginé lo que iba a pasar con mis libros”

El autor de La pregunta de sus ojos habla sobre su nueva novela, El funcionamiento general del mundo, uno de los libros más vendidos del momento. También recuerda sus comienzos en la escritura, rememora su época de arquero y cuenta por qué sigue enseñando a pesar de su éxito como escritor. Por Alejandro Duchini - para LA GACETA.

 EDUARDO SACHERI EDUARDO SACHERI
11 Julio 2021

“Esta novela, particularmente, tiene dos momentos diferentes: el presente y el pasado. Sentía que a cada una de esas épocas había que darle como su propio aire narrativo. Quedé conforme con el resultado. Por suerte, no tengo una editorial que me presione, que me diga que hay que sacar un libro cada tanto tiempo. Jamás me pasó, ni en Galerna ni en Alfaguara. Así que estoy contento”, se presenta Sacheri desde su casa, en Ituzaingó, al oeste de la Provincia de Buenos Aires. Allí construyó su base de operaciones que consiste en escribir todos los días y leer, rutinariamente y desde que comenzó la cuarentena por Covid-19, cuentos a través de su Instagram.

-¿Alguna vez imaginaste tanto reconocimiento por lo que escribís?

-Nunca. Como por ejemplo tampoco me imaginaba publicando libros. Y no sólo que se publiquen sino que se vendan, que se hagan películas, que viajen por el mundo. Ni siquiera en sueños, no me entraba en el radar. Me pone feliz que se hayan dado esas cosas. Todo salió de chiripa en una dirección que nunca pude prever.

-Un camino que empezó hace casi 30 años.

-Con Alejandro Apo, en el 95 o 96, cuando empecé a escribir cuentos. Algunos hablaban de fútbol porque era una materia de mi vida. Mis cuentos tenían cosas mías y el fútbol era parte de mi vida. Con esos cuentos no hacía nada porque era reticente a que los lean otros. Para esa época Alejandro Apo empezaba con su programa Todo con afecto en Radio Continental, los sábados a la tarde. Iniciaba con un cuento de Fontanarrosa, Soriano, Quiroga o Benedetti. Mis allegados me decían que le mande mis cuentos. La verdad, me parecía una ampulosidad de mi parte: ¿por qué se los iba a mandar si leía a esos monstruos? Pero igual se los llevé a la radio, se los dejaba en la puerta, impresos por computadora. Y los empezó a leer, a difundir y ahí empezó todo. Sus oyentes empezaron a gustar de esos cuentos y le llevé más. De esa manera la posibilidad de publicar un primer libro se simplificó, porque cuando sos desconocido no es fácil. Cuando fui a Galerna, en el 2000, con un supuesto volumen de 15 cuentos, ya habían sido difundidos por radio a través de Alejandro Apo.

-¿Qué pensás de esos cambios?

-En estos años de crecimiento mi velocidad de escritura y publicación siguió más o menos como venía: publico cada dos o tres años. Lo que cambió fue el nivel de exposición, el alcance público de lo que hago. Y la cantidad de horas que le puedo dedicar a la escritura. Si al principio le robaba horas al sueño, ahora la mayoría de los días laburo a la tarde y a la mañana y eso, quiera o no, simplifica las cosas. Pero el gran cambio de una época a la otra lo relaciono con esta gran exposición que te permiten los medios audiovisuales, con las películas, el Oscar, los premios que se dieron.

-Sos uno de los pocos escritores que realmente viven económicamente de lo que escriben.

-Vivir de esto es, sin dudas, hermoso. Porque uno vive de lo que le gusta. Encima tengo la ventaja de que sigo enseñando Historia. En lugar de tener un laburo que me gusta, tengo dos. Es un privilegio. Es verdad que en mi caso la escritura permite una holgura económica que la docencia no tiene. Eso da tranquilidad pensando en el futuro: si se corta el gusto de los lectores por lo que hago, que puede pasar, capaz que seguiré escribiendo, pero sin vivir de la escritura. Puede pasar por una cuestión básica del mercado. En ese caso agarraré más horas en el colegio.

-¿Qué te pasa al terminar un libro?

-Empiezo como a pelotear en la cabeza con qué voy a seguir. No me pongo a escribir de inmediato. De hecho, no estoy escribiendo. Un poco me va matando la ansiedad en el sentido de que uno no sabe cómo va a seguir. Pero siempre está bueno tener algo en el horizonte, aunque sea una idea borrosa, para ir puliendo. Sobre todo para no sentir que terminé El funcionamiento general del mundo y dejar de pensar en “ahora qué hago”.

Clases

-Escribís libros, tus historias van al cine, y sin embargo seguís ejerciendo la docencia. ¿Por qué?

-Ser profesor es parte de mi vida. Me gusta mucho enseñar Historia. Lo que tuve que hacer fue reducir muchas horas de dedicación a la docencia. Si antes trabajaba todo el día en escuelas, en la universidad, eso lo fui achicando y me quedé con un día de clases a la semana. Que me gusta hacerlo y es parte de mí. No es que lo hacía porque no tenía otra cosa, sino porque me gustaba. Después surgió esta otra profesión de escritor.

-¿Cuál es la reacción de tus alumnos frente a un docente conocido como escritor?

-Al principio, cuando nos conocemos, a lo mejor hay alguna pregunta vinculada. O durante el año, si justo me hicieron una entrevista en televisión, se habla de eso. Es algo lindo de integrar, pero dura poco, porque hay que dar la clase.

Rutas, fútbol y pasado

-¿Cuándo empezaste a escribir El funcionamiento general del mundo?

-Más o menos en el invierno de 2019, porque ese viaje de Federico con sus hijos a la Patagonia lo quería hacer también yo como para ir mirando, palpando el ambiente, tomar notas de voz mientras avanzaba. El año pasado no lo hubiese podido hacer. Así que viajé solo. Anduve mil veces por la Patagonia con el auto, pero no es lo mismo cuando mirás como viajero que cuando vas trabajando. Un lunes terminé de dar clases en la escuela de Ramos Mejía, subí al auto y encaré. Fueron 1.000 kilómetros por día. Que se parece bastante a lo que hace Federico. Iba escuchando audiolibros pero a la vez muy atento a lo que veía, a cómo cambia el paisaje. Primero eso bien de provincia, luego lo patagónico. A propósito lo hice en julio porque quería que el invierno fuese parte de ese viaje y de las peripecias de los protagonistas. Viajé dialogando con los personajes en mi cabeza y tratando de ponerme alternativamente en la cabeza de Federico y de sus hijos. Lo hice en cinco días. El punto más lejano que toqué fue Río Mayo, el pueblo más cercano a mi pueblo ficticio, Monte Mocho.

-En esta historia hay fútbol y Federico, de chico, jugaba de arquero, como vos. ¿Hay alguna coincidencia?  

-Tengo 53 años. Atajé hasta los 23. Para la misma época terminé la facultad, me casé y me puse a escribir. Ahí dejé de atajar. Creo que fueron cambios muy importantes. Lo que tiendo a pensar en relación a eso es que no fui al arco porque me gustaba sino porque lo hacía mejor. Que es un poco lo que le pasa a Federico, en el sentido de que muchas veces uno en la vida trata de encajar, trata de establecer vínculos con los demás, y eso implica que los demás te necesiten. Me daba cuenta de que como jugador de campo era uno más pero como arquero me defendía. Eso me convirtió en arquero. Superada la adolescencia y en un momento personal más amable sentí que ya no era necesario seguir atajando. Siempre respeté ese puesto. No soy de los futboleros que desprecian al arquero. Para mí es un puesto especial. Por ese puesto encajé en un grupo de amigos.

-¿Cómo calificás esta historia? ¿Una historia de padres e hijos, una historia del paso del tiempo? Incluso se habla del bullying.

-Creo que es la historia de una persona que intenta abrirse paso hacia sus afectos, tanto en el pasado, encontrándolos en una profesora o compañeros, como en el presente, tratando de encontrarse con sus hijos. Me da la sensación de que revisar y confesar su pasado, no sólo escolar sino familiar, es una manera que tiene Federico para sincerarse con sus hijos y establecer mejores bases en su relación. Me parece que es una persona buscando en su pasado una mejor manera de transitar su presente.

-Federico inicia el viaje inesperadamente y sin preparativos. ¿En eso te pareciste a él?

-Fui abrigado, aunque con poco equipaje. Cuando uno anda en auto va como en una cápsula. Me encantó parar en el medio de la nada a tomar unos mates y ver que pasaba un auto cada 15 o 20 minutos. Y eso que fui por rutas importantes… pero es tal la soledad que a veces no se te cruza nadie. Tengo claro que no soy mis personajes. Que yo les asigne rasgos propios o pensamientos o deseos o miedos que me pertenecen no me conduce a identificarme con un personaje en particular. Mis personajes siempre tienen una cuota de ficción fuerte.

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