Los hombres me dan explicaciones que no pedí

Los hombres me dan explicaciones que no pedí

A qué alude este anglicismo y cómo repercute su práctica en el reconocimiento social, profesional y académico de las mujeres. Experiencias y reflexiones sobre los micromachismos.

Bla bla bla... si tan solo pudiéramos apretar un botón y mutear a las personas al instante ¿qué tan sencilla se volvería nuestra vida? Habría menos críticas agresivas, conflictos y charlas infructuosas sobre feminismo y derechos…

Los micromachismos representan el “pan de cada día” y con ellos pasan por nuestros oídos un montón de comentarios. Algunos son tan sutiles que se evaporan al cerrar la boca, pero otros disparan escenas que se han vuelto -a fuerza de historia y estereotipos- algo común. Esta es la etiqueta que lleva el mansplaining.

El término alude a cualquier momento en que un hombre le explica cosas a una mujer asumiendo de antemano que ella desconoce sobre el tema, no comprende al 100 % del asunto o él sabe más. Puede ocurrir en una reunión amistosa, al estudiar o dentro del ámbito laboral entre colegas o equipos de trabajo.

El concepto (en español, machoexplicación) logró popularizarse bastante a partir de la obra “Los hombres me explican cosas”, de la escritora Rebecca Solnit.

“Lo primero que debemos dejar claro es que no se trata de menospreciar cualquier ayuda o explicación que surja al interactuar con nuestros jefes o colegas en el trabajo y en la vida en general. La clave acá son las formas: el mansplaining aparece cuando un varón aclara o hace comentarios con un tono paternalista y condescendiente, creyendo necesario dar precisiones para realizar algo sólo por nuestro género”, comenta la socióloga Susana Cordero.

Entre arrebatos de peros, objeciones y lobos en piel de cordero, el asombro y el rechazo de los varones al vislumbrar estas situaciones aparece en partes iguales.

“Por supuesto no debemos meter a cualquiera en la misma bolsa, pero esta dinámica se relaciona de lleno con las relaciones de poder y el desequilibrio. Muchos se asombran cuando una compañera reacciona mal y les contesta con rudeza o reclamos luego de intentar 'ayudar'”, detalla la especialista en comunicación y género.

A la larga, el resultado de estos dimes y diretes perpetúan la violencia psicológica hacia la mujer y su exclusión profesional. “Estas muestras machistas siembran en nosotras percepciones limitantes y hacen que -frente a terceros- tengamos una voz menos autorizada para expresarnos o debatir en determinados espacios que históricamente le han pertenecido a los hombres. Por ejemplo, en las Ciencias y la Política. Así pasamos a la invalidación completa de opiniones y logros incluso al tener las mujeres mayores conocimientos sobre una disciplina”, acota la psicóloga Ana Pía Escalada.

En las empresas

De a poco, la cuestión de género se fue colando en el día a día de las instituciones privadas. Sin embargo, quedan aún un montón de metas pendientes.

“En Argentina hay varias herramientas al alcance de las empresas que buscan mejorar sus procesos de inclusión como los talles de sensibilización de género. Sumarlos es necesario a nivel personal y en el ámbito de los líderes para proponer una visión en los equipos y políticas que aseguren un equitativo acceso a las oportunidades de crecimiento”, afirma la consultora de empresas Erika Tirador.

En este rubro se suman a las consecuencias del mansplaining la merma de la autoestima y la productividad. Además de producir altas dosis de ansiedad, cansancio y frustración.

“Hay una tendencia a minimizar el impacto que producen estas acciones (como cuando a los reclamos por piropos cuando se los tilda de 'tonteras'). Sin embargo, si minimizamos todo siempre parecerá poco. Estas prácticas refuerzan el sistema de desigualdad y alimentan una mayor deserción laboral porque la falta de apoyo y autoconfianza impide a la mujer proyectar y visibilizar un futuro laboral”, acota la psicóloga.

La lupa

I). Al llenar el tanque

La indignación de Lucía Navarro se desató hace cinco meses, cuando decidió trabajar en una estación de servicio de Yerba Buena para tener un ingreso extra y pagar su especialización universitaria.

“Después de una semana de capacitación arranqué junto a otros tres empleados. Siempre intenté mostrarme tranquila, pero cada día alguno de ellos (pese a haber ingresado al mismo tiempo y estudiar un manual idéntico) se acercaba para enseñarme la forma correcta de cargar combustible”, recuerda.

Con algunos clientes la situación fue similar. “Hubo conductores que pedían el combustible errado y al decírselo o sugerirles lubricantes era ignorada o insistían en que me equivocaba. Estoy a cuatro materias de ser ingeniera automotriz, pero mi sobrecalificación nunca les importó porque los autos, su mantenimiento y uso siempre fue 'tema de varones'”, agrega la joven.

II). En la facultad

Tras recibirse de arquitecta y terminar una pasantía en Alemania, Soledad Sotero decidió volverse ayudante de cátedra en la UNT. “Desde la primera reunión con los profesores me sentí igual a una nena pequeña -relata-. Ellos hicieron muchas acotaciones para que la nueva no se pierda con el temario. La actitud fue de total soberbia, incluso cuando señalé que había traducciones de libros muy mal formuladas.

En una de las clases virtuales, los alumnos afirmaron que ciertos temas eran ilegibles y mezclaban oraciones en alemán. “Al finalizar, los docentes se enojaron por mi falta de compromiso e insistí en que les había advertido el problema de antemano. Fue bastante cómico porque, sumida en el enojo, les reenvié de evidencia audios y capturas de pantalla. Por supuesto, se hicieron los desentendidos”, agrega.

Para resolverlo, Soledad tradujo en dos días los textos al español y luego renunció. “Lo que detesto del mansplaining es la falta de perdón o un feedback positivo de respeto cuando demostramos de qué estamos hechas y nos sobreponemos en capacidad. Esa falta de reconocimiento es lo lapidario”, señala.

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