La educación, atrapada en una burbuja

La educación, atrapada en una burbuja

El sistema educativo está atravesado por grandes discusiones que explotaron con la pandemia. La más llamativa, y que ocupa las fatigas y enojos de padres y docentes en medio del miedo que provoca el riesgo de contagio de covid-19, es la indecisión entre presencialidad y virtualidad, que ha llevado a una situación intermedia, una especie de purgatorio en el que todos padecen sin que ninguna opción parezca razonable. Hay otros problemas escondidos: la pésima conectividad en que la pandemia atrapó al sistema educativo en una sociedad que venía en crítica emergencia económica, y la falta de adecuación de los operadores de ese sistema a las exigencias del nuevo siglo. El ministro de Educación, Juan Pablo Lichtmajer, recitaba como un mantra, antes de esta crisis sanitaria, que hacía falta la transición hacia el siglo XXI para escuelas que tienen raíces en los siglos XX y XIX. Pues la pandemia nos hizo darnos cuenta de que esa transición se da cada vez más a los tropezones, que el sistema está desfinanciado, que la escuela se está desgranando en la emergencia (no sólo la pública) y que los docentes, sometidos a presiones de salud y económicas, están lejos de las capacitaciones que requeriría entrar al nuevo siglo, que ya está bastante avanzado: ya se consumió una quinta parte de esta centuria.

El martes pasado fue fuerte el reclamo de los padres. Los más radicales fueron a escrachar al ministro Lichtmajer para reclamar la presencialidad total. Eran pocos, los llamados Padres Autoconvocados por la Presencialidad Total. Llevaron a sus hijos a poner el cuerpo y a protestar con carteles. Se apoyan en un informe de la Sociedad Argentina de Pediatría que dice que la incidencia de la actividad escolar en los contagios es ínfima. Con el reclamo concuerdan los Padres Organizados de Tucumán, que también quieren la presencialidad total, pero de ningún modo se suman al escrache ni a exponer a sus hijos.

Ahora están reclamando los padres de las escuelas experimentales de la UNT -los de la Sarmiento quieren que los reciba el rector- porque dicen que no les dieron salida para el próximo semestre siquiera con semipresencialidad.

Problemas para todos

A todos los une la angustia que ha traído el sistema virtual o semipresencial: la transmisión del conocimiento no es tan efectiva como antes de la pandemia. No hay estudios al respecto, apenas percepciones, pero la experiencia personal de padres que tienen que acompañar a sus hijos a entrar a clases por zoom o por meet les dice que se está perdiendo gran parte de la atención y del entusiasmo que ya eran difíciles de gestionar en las clases presenciales. A eso hay que agregar los problemas de conectividad -los tiene incluso la zona central metropolitana- y de uso de aparatos tecnológicos. La semipresencialidad -que algunos padres denuncian como un bluff porque en ciertos casos son sólo cuatro clases al mes- no ha resuelto los problemas de choque de conectividad y de limitación tecnológica.

Eso es en los casos de alumnos de la zona central, ya sean escuelas públicas o privadas. En los establecimientos del interior y de la periferia, sepultados por las carencias que puso de relieve la pandemia, la situación es crítica. Los chicos carecen de conectividad y de elementos tecnológicos. Muchos usan los celulares de sus padres (¿cómo los comparten con varios hermanos?) y tienen el drama de los escasos datos de celular. Para ellos hay poca respuesta estatal, como cuadernillos que se reparten y cuya efectividad pedagógica por ahora se desconoce.

Por otro lado está el reclamo de los docentes, que tienen que dar la cara en la enseñanza presencial sin que estén todos vacunados siquiera con la primera dosis -ya contabilizan 27 maestros fallecidos por Covid- y que se las deben arreglar para dar clases en lugares que en alta proporción (no se han dado a conocer estadísticas al respecto) no están preparados para dar clases con burbujas, tapados con barbijos y máscaras de acetato en medio del aire helado que debe atravesar las aulas y sin tener estrategias para repetir las clases para los estudiantes que no están en las burbujas.

Algo de los problemas de infraestructura se le preguntó al ministro en la interpelación legislativa hace dos meses pero nada ha quedado claro. Y nada se ha hecho desde entonces.

¿Debería el ministro de Educación integrar el COE, para plantear al menos, si no defender, esa problemática de alumnos, docentes y padres?

Encandilados por la emergencia

En la pandemia ha quedado en evidencia que no estaba el sistema preparado para la virtualidad, salvo escasas excepciones. Mucho ha cambiado desde marzo del año pasado pero los funcionarios y operadores educativos siguen como encandilados por la emergencia. Y eso se puso en evidencia el miércoles en el ciclo “Panorama tucumano”, cuando Alieto Guadagni reclamó que la escuela pública no está dando respuestas y dijo que se debió seguir el ejemplo de Cuba, que ha dado las clases en por la TV pública en pandemia. En nuestro medio se sabe que no se han aprovechado los contenidos de la TV pública (sin juzgar si son adecuados o no a cada zona), y se sabe que no hubo resoluciones para usar esos programas o para combinarlos con la enseñanza local. Tal vez se haga ahora que se anunció que por medio de Canal 10 se difundirán programas educativos.

Pautas inexistentes

Tampoco se conoce que se hayan dado pautas de contenidos para la enseñanza virtual (sólo se adaptaron los viejos contenidos a esa instancia virtual). Ni siquiera parece haberse distribuido el calendario escolar- ni mucho menos se sabe que se haya estudiado cómo han sido las evaluaciones del año pasado, mientras el ministro nacional, Nicolás Trotta, ha reconocido que un millón de alumnos se han caído del sistema. ¿Cuántos se cayeron en Tucumán?

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