Historias de deporte: una carrera de otro mundo

Historias de deporte: una carrera de otro mundo

En 1978, dos pilotos chilenos aseguraron haber sido abducidos por un ovni durante un rally.

Historias de deporte: una carrera de otro mundo

Del Rally Dakar se dice que es la carrera más dura del mundo. En la actualidad, lo es. Sin embargo, a lo largo del siglo XX hubo otras tanto o más desafiantes que esa, no sólo por ser mucho más extensas, sino también por no contar con muchos de los avances tecnológicos y logísticos que hoy asisten a los pilotos. Una de esas pruebas fue la Vuelta a Sudamérica, celebrada entre agosto y septiembre de 1978, pocos meses antes de la primera edición del París-Dakar. Se trataba de un desafío descomunal: casi 30.000 kilómetros de recorrido en 39 días, con partida y llegada en Buenos Aires, pero atravesando prácticamente todos los países del Cono Sur, tocando puntos tan distantes como Caracas y Ushuaia. El libro de ruta, de más de 1.000 páginas, estaba dividido en tres tomos para que fuera más cómodo. Y nada de buggys ni vehículos todoterreno: se corría con autos de calle preparados, como en un rally provincial. Y salvo unos pocos del equipo Mercedes Benz, el resto corría por su cuenta, así que además de pilotos debían hacer de mecánicos.

No obstante, su extrema dificultad (largaron casi 60 autos y llegaron sólo 22) no es el único motivo por el que pasó a la historia. En ella tuvo lugar un curioso episodio que hasta el día de hoy sigue siendo uno de los tantos misterios sin resolver en el mundo del deporte: dos pilotos chilenos, Carlos Acevedo y Miguel Ángel Moya, aseguraron haber sido abducidos por un ovni en la etapa que unía Comodoro Rivadavia con Bahía Blanca, la última de la carrera. Esa fue la explicación que dieron luego de haber llegado inexplicablemente rápido a la localidad de Pedro Luro, a poco más de 100 kilómetros de Bahía Blanca, tras haber partido poco antes desde una estación de servicio en Viedma.

El incidente se produjo en plena madrugada, ya que todas las etapas se corrían de noche. La reconstrucción de los hechos en base a testimonios de ambos pilotos y de otros competidores cuenta que, tras una parada para recargar combustible y tomar algo de café, la dupla volvió a la ruta a bordo de su Citröen GS. Poco después, tras una curva que rodeaba una montaña, sucedió lo inexplicable. Un conductor ecuatoriano que venía detrás de ellos contó luego que le sorprendió no haberlos visto después de la curva, ya que lo que seguía era una recta de un kilómetro. No había atajo posible, simplemente habían desaparecido. Minutos después, aparecían 70 kilómetros más adelante. El arribo al puesto de control fue con tanta anticipación que la mesa en la que se registraban los tiempos todavía no había terminado de instalarse, lo que despertó sospechas. Para colmo, el odómetro marcaba que entre Viedma y Pedro Luro habían recorrido sólo 52 kilómetros, cuando la distancia es de 127. Y aunque los hubieran completado a todos, para hacerlo tan rápido deberían haber viajado a una velocidad imposible, unos 4.000 km/h.

¿Qué pasó en ese tramo? Según contó Acevedo en su declaración, en un momento vio por el retrovisor que una luz se acercaba a gran velocidad. Pensando que se trataba de uno de los veloces Mercedes Benz, se hizo a un lado para dejarlo pasar. Sin embargo, segundos después, la luz comenzó a invadir el habitáculo, hasta impedirle incluso ver a su acompañante. “Miré por la ventanilla y vi que estábamos a casi dos metros del suelo. Pensé que habíamos saltado un montículo o algo parecido y me preparé para tomar el volante al momento de la caída”, contó Acevedo. Sin embargo, el estruendo nunca llegó. “Yo también pensé que habíamos saltado una loma o un lomo de burro, me asusté, pero cuando noté que el auto parecía flotar en el aire y no descendía me atemoricé aún más”, coincidió Moya una vez superado el estado de shock en el que llegó a Pedro Luro.

Tras ver lo que describieron como luces que se movían frente a ellos, sintieron cómo el auto volvía a tocar tierra y la luz que los envolvía se alejaba hacia el oeste. Sin poder emitir palabra, retomaron el camino y en pocos minutos llegaron al puesto de control en Pedro Luro. Un hecho extraño adicional fue que el tanque de emergencia, que habían llenado con 40 litros de combustible al salir de Viedma, estaba vacío.

La historia resultó demasiado increíble para la organización de la carrera, que procedió a descalificarlos por haber hecho trampa, pese a no poder comprobar de qué manera. Jean Pasture, el francés que ideó la Vuelta a Sudamérica por sugerencia de Juan Manuel Fangio, admitió años después: “nunca supimos cómo pasó. Si mirás las hojas de control, las horas no dan. Ahora, cómo hizo, no sé. ¡Era un tramposo ese tipo! Es imposible acortar, porque entre Viedma y Bahía Blanca había un solo camino. Puede haberle pagado a alguien para que le cambie los horarios en las planillas, pero no sabemos. Igual, por los tiempos que hizo, lo eliminamos”.

Acevedo y Moya contaron además que en Buenos Aires fueron interrogados por personal de la Fuerza Aérea. Se les pidió absoluta reserva para no alarmar a la población y se les exigió la entrega de la ropa que usaron aquel día, para examinarla. Nunca fue devuelta. El incidente sigue siendo un misterio hasta el día de hoy, y varios programas de ufología y sucesos paranormales lo tocan de vez en cuando.

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