El lado oscuro de Tucumán

El lado oscuro de Tucumán

1) Hablame. Pero sin gritos, ni atropellos, ni mucho menos la despótica imposición de la bajada de línea. Es un tiempo en el que la palabra circula, pero al ritmo de una centrífuga, un compás enloquecedor en el que se dice demasiado y (casi) nadie entiende nada. La consecuencia es que vivimos aturdidos. Hablar y, por consiguiente, escuchar, es un ejercicio que dejó de practicarse y hace demasiada falta. La propuesta sería, entonces, crear las condiciones de posibilidad para hablar, condiciones que hoy no están dadas porque hablar es un compromiso mucho más complejo que afirmar, imponer y sentenciar. Hay un habla necesaria que el lado oscuro de Tucumán relegó a un rinconcito olvidado e incómodo. Si no hablamos, si no escuchamos ni se nos escucha, estamos perdidos.

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2) Respirá. No es fácil cuando los niveles de toxicidad rompen los medidores. Respirar no como el acto mecánico e inconsciente de inhalar y exhalar, sino como una cuidada decisión de vida. Respirar para pensar, acomodando las ideas y relajando el cuerpo. Respirar antes de reaccionar impulsivamente, antes de cometer alguna torpeza ciudadana de la que, a fin de cuentas, ni siquiera vamos a arrepentirnos. Respirar antes de juzgar al prójimo sin mirarnos al espejo. El lado oscuro de Tucumán es tan sofocante que el aire se torna impuro. Irrespirable. Por eso andamos por la vida como si nos faltara el oxígeno, apurados y angustiados, dando bocanadas como peces fuera del agua. Cuando lo que precisamos es respirar, lenta y profundamente. Así las cosas se ven de otro modo.

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3) En la carrera. Se puede marchar por la autopista, por colectora o por alguna ruta alternativa. Es una cuestión de urgencia, de velocidad, pero también de elección. No siempre estamos obligados a vivir a 100 por hora, pero determinadas presiones sociales lo imponen. El consumo es una de ellas, tal vez la más poderosa. Así es que, más de una vez sin darnos cuenta, vamos en el carrito de la montaña rusa, compitiendo en el juego de quién experimenta las emociones más vertiginosas y fugaces. La pregunta es si hace falta vivir empeñados en esa carrera circular que no tiene línea de llegada, pero de la que es posible bajarse. El lado oscuro de Tucumán -de la sociedad global, seamos sinceros- invita al narcisismo, a un individualismo full time que encuentra, en contrapartida, el plácido tránsito por algún bucólico camino vecinal.

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4) Tiempo. Se puede correr y correr, en un ilusorio intento por alcanzar el horizonte. Pero el sol siempre es más rápido, en algún momento se va a poner para reaparecer a tu espalda. Y mientras tanto cada año se hace más corto y lo que fueron planes mutan en un montón de garabatos. El lado oscuro de Tucumán devora al tiempo, como Cronos se comía a sus hijos. Es una especie de agujero negro para nada selectivo al momento de succionar la vida que flota alrededor. Esta sensación de que estamos perdiendo el tiempo mientras cometemos el peor de los pecados -la infelicidad- es una consecuencia que el lado oscuro de Tucumán parece celebrar en silencio. Si algo caracteriza al tiempo es su naturaleza irrecuperable, y de todos modos sigue escapándose, fiel a sus propias reglas, mientras lo miramos pasar bajo la sombra del lado oscuro de Tucumán.

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5) El gran baile en el cielo. La arista inapelable de la pandemia es la muerte. Cerca de 2.500 personas murieron en Tucumán, víctimas de todos los males que el coronavirus desata en el organismo. A muchos de esos males se los sigue estudiando y describiendo, porque de los efectos a largo plazo que deje la covid-19 nos iremos enterando con el correr de los meses y de los años. Esta dolorosa pulsión tanática no deja de alimentar el lado oscuro de una provincia tan castigada por la segunda ola como el resto de la Argentina. A esta altura de la pandemia ya todo se dijo en materia de responsabilidad social, de empatía, de respeto por los muertos y por sus familiares. Y nunca es ni será suficiente. Queda instalada la certeza de que en la pandemia, como en casi todos los órdenes de nuestra vida ciudadana, hay una sociedad partida al medio, quebrada, sin ganas de reconciliarse. Ganancia neta para el lado oscuro de Tucumán, que se lleva el pozo acumulado para disfrutar en casa.

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6) Dinero. El bolsillo, la más inapelable de las tripas, es el que decide. Y cuando está famélico no hay nada que discutirle. El lado más oscuro de Tucumán sigue siendo el de la distribución del ingreso, esa fábrica de comprovincianos encadenados a un mar de necesidades básicas insatisfechas. La pobreza no está disimulada por un cono de sombras, más bien resalta iluminada por los reflectores más potentes. “Dicen que el dinero es un crimen, hay que repartirlo equitativamente... mientras no toquen el mío”, dice la canción. Y agrega: “el dinero es el origen de todos los males actuales”. Sin dinero, sin inversión, no hay aparato productivo que se mueva. Sin empleo, no hay salida para la pobreza. El lado oscuro de Tucumán se alimenta de (la falta de) dinero. Genuino dinero. En blanco. Productivo.

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7) Nosotros y ellos. Ansioso por encontrar enemigos públicos, blancos de las vindictas populares, el lado oscuro de Tucumán se apropió de un juez. Orlando Stoyanoff se lanzó desde un trampolín hacia esa oscuridad, quedó prisionero de sus actos y desde distintas zonas del ring reclaman su cabeza. Más allá de lo que suceda, ya fue juzgado y condenado por un sector de la opinión pública. Ese ojo avizor de la sociedad recibió la prueba en bandeja: el video en el que un juez, fuera de sí, revolea una moto en plena avenida Aconquija. Habrá que ver si el Poder Judicial, al que le faltan costureras para zurcir tanto desprestigio, acepta entregar un chivo expiatorio. Porque a ese ojo avizor ciudadano hay zonas que le están vedadas. Por ejemplo, el conocimiento de numerosas sentencias cuanto menos polémicas, en fueros tan delicados como el penal o el económico. No hay videos que registren en esos casos el comportamiento de Sus Señorías. El acceso a la información choca con una barrera poderosa: el lado oscuro de Tucumán. Los videos en las redes sociales sí escapan de ese paraguas protector.

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8) Cualquier color que te guste. A veces la vida es instrumental. Pura armonía, melodía y ritmo, carente de una letra que la explique o la metaforice. Y está muy bien así. Es como un regreso a lo natural, a la introspección, y a la vez a la posibilidad de encontrar la belleza ahí donde parece imposible. Al lado oscuro de Tucumán esto no le gusta. El caos está asociado al ruido, al escándalo. El paisaje nevado, con toda su melancolía, también enamora. Es cuestión de prestarles atención a estas cosas.

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9) Daño cerebral. Podemos trancar la puerta y tirar lejos la llave, pero eso no quita la presencia de algún extraño que se nos metió en la cabeza y no para de gritar. Algún lunático. Antes de que el daño sea generalizado e irreparable convendría extirpar estas voces que aturden con sus risotadas. Que cada cual le ponga el nombre y el rostro que quiera. De lo contrario, habitar el lado oscuro de Tucumán es una condena sin apelación. Puede que nos sintamos merecedores de ese destino, pero al menos vale la intención de revisarlo con toda la franqueza posible. Puede que descubramos que esas voces no son otra cosa que el eco de nuestros propios sentimientos, y que ese rostro con el que construimos el nosotros contra ellos resulte de lo más conocido. Nadie sale del lado oscuro de Tucumán sin una buena cantidad de cicatrices.

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10) Eclipse. No hay un lado oscuro de Tucumán. En realidad, todo está sumido en la oscuridad. Como epílogo es mucho más que pesimista, ¿será tan así? ¿No quedará algún retazo de tucumanidad en sintonía bajo el sol, a resguardo del eclipse nuestro de cada día? Solamente así, todo lo que fue, todo lo que es y todo lo que será cobra sentido.

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