Por Nicolás Sánchez Picón
16 Junio 2021
A LA ESPERA. Toda la infraestructura del circo, encapsulada en el tiempo, esperando volver a ser utilizada.
Con la llegada del coronavirus muchos tuvieron que reinventarse para sobrevivir, dejar de lado sus pasiones y, básicamente, trabajar de lo que sea para comer. El Circo Mundial, que quedó varado en Tucumán con las primeras restricciones de 2020, casi no pudo hacer lo suyo en pandemia. Mario Villalba, malabarista y acróbata, pasó a cosechar limones. Cómo el, muchos tuvieron que dejar de lado el arte: los payasos del equipo, por ejemplo, salen ahora a vender algodón de azúcar o garrapiñadas por las calles. Es que cuando la necesidad es apremiante, la pasión debe esperar...
Lo que sucede es que el circo, que viaja por todo el país, fue sorprendido por la pandemia en el Jardín de la República. “No me he movido de la provincia porque no me dan los costos. Para moverlo al circo necesito una fortuna. Y para llegar a otra provincia hay que pagar muchas cosas”, explica Gustavo Yovanovich, dueño del circo.
“La estamos pasando realmente mal, sobre todo porque no podemos hacer lo que queremos, que es trabajar, con todos los cuidados, como debe ser”, añade. “Pudimos abrir de diciembre a febrero y, después, subsistimos como pudimos -agrega-; hay 60 personas entre grandes y chicos que vivimos del circo. Son artistas que toda la vida se han preparado para esto.”
No les dan permiso
En casi un año y medio, trabajaron algún tiempo en Tafí Viejo y en Famaillá, donde están ahora. Como tantos otros trabajadores del área de espectáculos, el circo no tiene autorización para volver a abrir la carpa: “presenté un protocolo que está aprobado por Nación, que es con el 50 % de aforo. Lo trabajamos con abogados y médicos para que se vea que es seguro, pero no hay respuesta”, asegura. “Pedimos menos capacidad (30 %). En el circo se levantan las lonas y podés tener ventilación cruzada”, justifica.
Admiten sentirse discriminados por el COE: “Uno se siente mal porque trata de hacer las cosas bien -subraya Yovanovich-; la carpa es de 45 metros redondos con capacidad para 2.500 personas. Hay una distancia tremenda adentro para que la gente pueda ir segura”.
“Yo me siento súper discriminada: ¿cómo puede ser que en el teatro estén como si nada y nosotros, que somos lo mismo, no podamos? todos pertenecemos al mismo ambiente artístico”, reflexiona Gisella Yovanovich, bailarina y acróbata en altura,
En rigor de verdad, tampoco los teatros están autorizados a trabajar, al igual que los cines.
Extrañan los aplausos
“Nos pesa un montón no poder trabajar, es cómo que te empieza a sacar las ganas de todo -agrega-; uno desde chico se entrena para esto, tomando cursos, seminarios, especializándose; es cómo que no sabés hacer otra cosa. Estamos esperando respuestas”. La mujer enfatiza en que si bien la situación los afecta económicamente, lo que más extrañan es entrar al escenario y sentir la calidez y los aplausos de la gente. “Esto es lo que más duele y deprime”, asegura.
“Cuando cerramos, yo hice de todo: coseché limones, trabajé en un vivero, carpintería, herrería y vendí en la calle. Volver al circo este año fue como volver a nacer, hacer de nuevo lo que te gusta”, indica Villalba, que dialoga con LA GACETA en una pausa en su trabajo en la cosecha de limones. “Hacer otra cosa te apaga un poco, pero te sirve porque cuando volvés, lo hacés con más ganas y te das cuenta de que es lo que amás y elegiste para toda tu vida; disfrutás más el público y te llenás de vida cada minuto que estás en el escenario”, dice emocionado.
Entre limones o azúcar, los integrantes del circo deberán esperar a que la situación epidemiológica mejore para volver a hacer lo que aman: alegrar los corazones.
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