Un asunto personal *

Un asunto personal *

Crónica íntima de un viaje doloroso

13 Junio 2021

La mujer no me quitaba los ojos de encima. Estábamos en Cosi Mi Piace probando una pizza a la italiana, en un ambiente relajado y con luces suaves. Verónica y yo hablábamos, para variar, de política argentina, de cine clásico y de literatura, y aquella extraña dama se ubicaba a tres mesas de distancia, rodeada de dos cincuentones de buen ver. La mirada era tan penetrante e insistente que me cortaba el hilo de la conversación. Supuse que se trataba de una lectora, y que estaba pendiente de cada gesto e incluso que podía descifrar mis labios sin necesidad de oír mis palabras.

Era sábado por la noche en Palermo Soho, y acabábamos de entregar al diario mi artículo dominical: después de tantos años, la tarea de escribir una columna de opinión cada semana me parece tan extenuante como subir el Himalaya, y aunque luego duerma una hora de siesta, es difícil que no arrastre mi cansancio hasta los límites de la cena. Siempre creo que es una tarea ciclópea y que se encuentra muy por encima de mis posibilidades: pensarla me lleva buena parte de la semana; escribirla y pulirla con obsesión de prosista, más de diez horas. Ser un “escritor público”, como se les decía en el siglo XIX a los ensayistas de la prensa, nunca había figurado entre mis planes: me entrené desde los doce años en la carpintería del cuento y la novela, y desde los diecinueve también en el periodismo narrativo. Fui, es cierto, un lector voraz de la historia política, pero jamás soñé siquiera con transformarme en un articulista de ideas. Articular argumentos a mí me resulta mucho más difícil que narrar hechos y escenas, e infinitamente más complejo y laborioso que entretejer análisis con información. Hacerlo cada siete días, y lograr un estilo propio y una cierta originalidad y una determinada elocuencia, es más difícil que jugar ajedrez olímpico. Cuando acabo la tarea, cada sábado, y luego cuando al día siguiente intento leer la pieza con una determinada objetividad, siento invariablemente que fracasé. Y que debería dejarle mi lugar a alguien más dotado. El martes pienso que habrá revancha, y que quizá tenga suerte la próxima vez y consiga algo; es el cobayo en la ruedita vana e interminable del razonamiento político, que en la Argentina siempre resulta circular.

La pizza estaba deliciosa aquella noche en Cosi Mi Piace. Pagamos la cuenta y buscamos la salida. Mientras avanzábamos hacia la puerta, sentía sobre mi espalda los ojos de rayos equis de la mujer que nunca había apartado la vista de nosotros. Al salir a la vereda, paré un taxi y con el rabillo percibí que la desconocida salía corriendo del restaurante y se me acercaba por un costado. Ya tenía la puerta abierta del coche, cuando ella estuvo junto a nosotros: la mirada encendida en la noche, un papel en la mano. Le sonreí con cortesía y agradecimiento: tener lectores es una bendición para cualquiera. Creía sinceramente que me pedía un autógrafo o que me dejaba una carta personal. Se trataba más bien de lo segundo: “Esto es para vos”, dijo con voz afable. Tomé el papel y le agradecí mucho, pero ella se dio vuelta y regresó velozmente al restaurante. Subimos al taxi y al desplegar el mensaje leí en la penumbra: “Es una pena que te hayamos perdido. Espero que tu sueldo como gorila te permita enriquecerte. Me apena no poder leerte más”.

* Fragmento de Una historia argentina en tiempo real (Planeta, 2021).

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