La risa de los albañiles

Un estadista, según la Academia de la Lengua Española, es una “persona con gran saber y experiencia en los asuntos del Estado”.

Una fría definición que no describe cabalmente lo que en la política corriente se entiende por estadista.

Una gran diferencia entre un estadista y un político del montón, es que mientras el político se ocupa de gestionar el presente, el estadista se obsesiona con su legado.

Winston Churchill, acaso uno de los estadistas más destacados del Siglo XX en el mundo, sintetizó con bastante claridad lo que es un hombre de Estado: “El político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones”.

La trascendencia internacional de Churchill se asienta sobre dos pilares fundamentales: su liderazgo para enfrentar al nazismo y a sus aliados en la Segunda Guerra Mundial, y el Premio Nobel de Literatura que obtuvo en 1953, “por su dominio de la historia y descripción biográfica, así como por la brillante y exaltada oratoria de los valores humanos”.

Si bien la obstinación del ex Primer Ministro inglés fue su política exterior, donde jugó un rol fundamental en el siglo pasado, no sólo en las guerras sino en una amplia y variada agenda de conflictos, su desempeño en el frente interno no fue menos significativo, aunque sí bastante menos conocido.

Inició una de las transformaciones energéticas más importantes en Gran Bretaña, con la sustitución paulatina del uso del carbón por el petróleo (con la siempre polémica injerencia inglesa en Medio Oriente); impulsó la tecnología nuclear inglesa (y construyó la primera arma atómica de ese país); e inició un ambicioso plan de viviendas, trunco luego por sus problemas de salud.

“Damos forma a nuestros edificios, luego ellos nos dan forma a nosotros”, sostenía Churchill.

Otra gran diferencia en la gestión del Estado, es que mientras un político corriente se especializa en prometer y en anunciar, un estadista concreta y, aunque resulte obvio decirlo, sin esta condición un político tampoco se transformaría en estadista.

Césped santiagueño

Los tucumanos somos expertos en escuchar grandes anuncios, en oír promesas altisonantes, que rara vez se consuman.

Somos una provincia huérfana de estadistas y plagada de políticos promesantes.

Hay quienes sostienen que el último que reunió esa condición fue Celestino Gelsi (1958-1962), aunque sus detractores -entre los que se encontraba el historiador Carlos Páez de la Torre (h)- afirman que para encontrar un estadista tucumano había que remontarse un par de décadas más atrás de Gelsi.

El barrio/ciudad Lomas de Tafí, la obra pública más importante que se hizo en la provincia desde la década del 70, y junto con la avenida Perón y la nueva ruta 38 son las únicas tres de envergadura desde esa fecha, tardó casi 20 años en concluirse, a lo largo de cinco administraciones y tres gobernadores.

Otro plan de viviendas ambicioso se lleva a cabo hace casi diez años en El Manantial y aún sigue inconcluso.

“En tiempo y forma” es otra gran deuda tucumana.

El jueves a la noche, el mundo futbolero -millones y millones de personas- vio como la selección Argentina se enfrentó a Chile en el estadio más moderno que tiene hoy el país, inaugurado el 4 de marzo en Santiago del Estero.

Algunos que pudieron conocerlo sostienen que es también el más hermoso, superior incluso al bello estadio único de la ciudad de La Plata.

En febrero de 2017, hace cuatro años y cuatro meses, el gobernador Juan Manzur anunciaba que iba a construir el “estadio más grande de todo el norte”.

Para esa fecha aún no existían ni los planos del coliseo “Madre de Ciudades”, que empezó a construirse en junio de 2018, en plena gestión de “ah, pero Macri...” y en la provincia más kirchnerista de toda la Argentina, según las encuestas (y los votos).

Tres años después, con bastante envidia, los tucumanos fuimos testigos de cómo el planeta fútbol veía gambetear a Lionel Messi en el césped santiagueño.

El estadio “Madre de Ciudades” costó 1.500 millones de pesos, lo mismo que gasta la Legislatura tucumana en dos meses.

Santiago cuenta además con el mejor autódromo del país, donde se realizan varias competencias internacionales por año, y es el único escenario de toda América que califica para recibir al exigente Moto GP.

Gracias a la nueva pista de aviones que construyó “ah, pero Macri…”, las enormes aeronaves que traen las motos de 20 países aterrizan en Tucumán, pero luego se van a correr a Las Termas, frente a las cámaras de todo el mundo.

La grieta tucumana

A la promesa del “estadio más grande de todo el norte” se le suma una extensa lista de obras públicas anunciadas por Manzur, ¡que ya se publicaron tantas veces! y que, según el gobernador, no se concretaron, primero por culpa del gobierno de “ah, pero Macri...”, y luego por culpa de la pandemia.

Dos impedimentos que no existieron en otras provincias peronistas donde se hicieron importantes obras, como en la ultrakirchnerista Santiago del Estero.

Y pese a que Manzur, aunque hoy lo niega, tenía bastante mejor relación con Macri que la que el ex presidente mantuvo con el matrimonio Zamora-Abdala. De hecho, Macri visitó 11 veces Tucumán y sólo en tres ocasiones fue a Santiago.

El “ah, pero Macri…” que denuncia Manzur, parece que existió sólo para los tucumanos.

No siempre se necesitan de grandes obras para transformarse en un estadista. A veces sólo son necesarias obras pequeñas o medianas con tres características esenciales: que le mejoren la vida a la gente, que perduren en el tiempo y que generen conciencia cívica (eduquen).

Dos ejemplos de obras que reúnen estos requisitos, de ambos lados de la grieta, ya que no suscribimos a la teoría conspirativa del gobernador, son la planta de reciclaje modelo en Tafí Viejo (Javier Noguera) y la semipeatonalización del microcentro de la capital (Germán Alfaro).

“Cada edificio debe contribuir a hacer nueva la ciudad”, aconsejaba el arquitecto César Pelli, otro ilustre tucumano que engrosa la lista de promesas de Manzur.

Churchill también tenía definiciones sobre la polarización política y cómo ésta muchas veces no es lo que parece, pero se usa como un pretexto. En aquel tiempo, la grieta más profunda se daba entre el fascismo y el comunismo.

“El Polo Sur y el Polo Norte se encuentran en los extremos opuestos de la Tierra, pero si mañana uno se despertara de pronto, sin previo aviso, en cualquiera de ellos, le sería imposible determinar en cuál de los dos se halla”, escribió el Premio Nobel de Literatura.

Una oportunidad

De vuelta a las obras que le cambian la vida a la gente, la remodelación que se realiza en la plaza Independencia se presenta como una gran oportunidad, tanto para el municipio como para la provincia, no sólo de mejorar el principal paseo de la ciudad, como se está haciendo, sino también su entorno.

Suponemos, a partir de los planos, que los cambios en la histórica plaza serán importantes, pero ese paseo seguirá teniendo un déficit que nos avergüenza y perjudica a todos, ya que es el corazón de la provincia: los edificios que la rodean.

Algunos son hermosos, históricos e imponentes, pero existen otros inmuebles (por 24 de Septiembre, por Laprida y por San Martín) que no están a la altura del lugar que ocupan, afean el entorno y le bajan el precio a la principal carta de presentación de los tucumanos.

Hay casas feas, deterioradas y abandonadas (literalmente, algunas exhiben carteles de “se alquila” o “se vende”) que deberían ser intervenidas por el Estado, al menos en sus fachadas.

Como en la mayoría de las ciudades del mundo, en los lugares estratégicos no cualquiera hace lo que se le da la gana.

Se impone una línea estética, previamente acordada y diseñada, y el Estado avanza con las obras, como se hizo, por ejemplo, en Avenida de Mayo, en Buenos Aires, donde se restauraron viejos edificios y a otros se los jerarquizó para que estén a la altura de esa importante arteria.

No puede haber una casita de una planta, fea y deteriorada, frente a la Plaza Independencia.

Sería como poner una cancha de fútbol 5 frente a la Casa Histórica.

Al entorno de un espacio estratégico, histórico y neurálgico no le caben las leyes de la propiedad privada, está dentro del patrimonio público.

¿Qué es una oportunidad? Cuentan que un fabricante de zapatos envió a dos de sus representantes a una región africana para investigar el mercado con miras a ampliar el negocio. Uno de ellos manda un telegrama con el mensaje: “Inútil. Stop. Aquí todo el mundo anda descalzo”. Mientras que el otro representante, exultante, escribe lo siguiente: “Oportunidad fantástica. Stop. Nadie tiene zapatos”.

Manzur y Alfaro tienen justo ahora la gran oportunidad, aprovechando las obras que se ejecutan, de mejorar el entorno de la plaza para siempre, de hacer historia.

Algún lector pensará, estás soñando, ¿municipio y provincia trabajando juntos, pensando en las próximas generaciones en vez de en las próximas elecciones, como describía Churchill? Y quizás un poco sí, porque como decía Leopoldo Marechal: “Cuando sueñas, la construcción de un mundo es una risa de albañiles”.

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