Hay que cerrar la grieta de las clases presenciales

Hay que cerrar la grieta de las clases presenciales

La sociedad argentina ya no tiene lugar para una grieta más. El cuerpo social exige un poco de cohesión para no destruirse. Requiere respuestas gubernamentales que no sean un simple sí o no frente a sus múltiples y complejas necesidades. De soluciones construidas en base a consensos y miradas distintas. De respuestas diseñadas en base a un acuerdo social, como ocurre en los países con buen ejercicio democrático, donde los ciudadanos no necesitan que les prohíban salir de sus casas mientras duran los picos de la pandemia sino que ellos mismos acatan la recomendación como una responsabilidad cívica. Respuestas únicas, por decreto, en base a convenciones como las que se toman para determinar la alarma epidemiológica, no se sostienen en un país diverso, con un mosaico de realidades sociales. Cuando se lo intenta igualar, sin detener la mirada en las necesidades de cada grupo, ocurre lo que hemos visto: niños con sus padres y madres protestando en la casa particular del gobernador, sin distanciamiento social. Un desborde que alarmó al propio secretario ejecutivo del Siprosa que llegó a decir: “no lo entiendo, porque se trata de personas informadas que parecen no interpretar el riesgo sanitario que ellos mismo, sus familias y la comunidad entera corre”.

Quizás no se entienda desde una sola perspectiva, la médica. La realidad de que estamos transitando el peor pico de contagios, que el sistema sanitario está al borde del colapso y que muchos pelean por su vida y por un respirador. Pero mientras tanto, la vida alrededor no se detiene. Ni se puede mantener en suspenso mientras la economía y tantas otras cosas, como la salud mental, se caen a pedazos. Dentro de la tragedia hay que buscar un equilibrio. Y la respuesta está en los equipos multidisciplinarios que asesoran al gobierno, en este caso el COE.

Así como no se puede dar un mismo medicamento a todos los que tengan la misma enfermedad, porque hay que tener en cuenta las respuestas de los distintos organismos, tampoco es efectiva una disposición única para toda la sociedad. ¿Por qué, entonces, privilegiar una sola perspectiva? Tal vez haya que buscar distintas alternativas como respuestas.

El COE tiene ya todas las voces sobre la mesa. Los argumentos a favor y en contra de las clases presenciales ya han sido dichos. Lo que cabe es la construcción de una respuesta en base a la evidencia científica, con datos de la realidad epidemiológica y escuchando la demanda de una parte de la sociedad que pide volver a clases presenciales en forma cuidada. Habrá que estudiar muchas variables.

Una de ellas es la cantidad de contagios: según la plataforma Cuidar Escuelas del Ministerio de Educación de la Nación en abril 2021, solo el 1,03% de directivos, docentes y auxiliares se contagiaron de covid-19 en las escuelas desde que se retomó la actividad presencial. En el caso de los alumnos, el porcentaje es menor, 0,16%. ¿Por qué hay pocos casos? Justamente porque las escuelas son lugares seguros, como ya ha dicho la Sociedad Argentina de Pediatría.

Pero entonces, ¿dónde está el riesgo de contagio? En los alrededores, en el transporte público y en el traslado de los docentes - taxis que van de localidad en localidad, de escuela en escuela, y que cuando se enferman de coronavirus no saben dónde se han contagiado. A ellos no se los puede poner en burbujas como a los chicos, como lo denunciaron los gremios docentes. Allí hay un problema grave a resolver por parte del Estado. Los sindicatos ni siquiera están de acuerdo con las guardias escolares porque sostienen que es un esfuerzo inútil y el riesgo es grande. Aunque solamente se haga concurrir a los docentes ya vacunados, eso no implica que no se vayan a contagiar de nuevo. Además los que van a hacer gestiones en la escuela son solamente los que viven cerca; los demás no pueden por las restricciones a la circulación social.

Mientras algunos no sacan la mirada de los enfermos y los muertos, estudios de organismos internacionales advierten sobre las infancias encerradas y el daño cognoscitivo y social que se va produciendo a lo largo de los meses. Por ejemplo, “La educación en tiempos de la pandemia de covid-19” (Cepal/Unesco, 2020) alerta sobre las privaciones en el contexto habitacional y la vulneración de los derechos de la infancia. ¿Alguien tiene en cuenta la realidad del chico que vive en la villa, con hermanos a los que tiene que atender, que no tiene una mesa para estudiar y que el único lugar donde él podía apoyar una carpeta que no sea sobre la cama o sus piernas y se podía concentrar sin que lo interrumpan era la escuela?

La realidad es compleja. La respuesta no es sí o no a las clases presenciales, sino a partir de la consideración de la educación como un servicio esencial, resolver los distintos problemas puntuales (conectividad, transporte, organización de las instituciones). ¿Por qué privar de ir a la escuela a un chico que vive a seis cuadras del establecimiento, que puede ir en bicicleta, y que podría estar con sus compañeros en clase, en el patio, bajo el tibio sol del invierno, en vez de estar encerrado entre cuatro paredes viendo a la maestra desde la pantalla? Hay muchas realidades ¿por qué solamente una respuesta?

Córdoba y Ciudad de Buenos Aires, con muchísimos más de 500 contagios por cada 100.000 habitantes, como marca la alarma epidemiológica argentina, han vuelto a clases presenciales. Pero Tucumán es la provincia más densamente poblada. El COE tiene la palabra y lo debe resolver entre hoy y mañana. No es una decisión fácil de tomar, sobre todo porque requiere de un acuerdo social de responsabilidad entre las partes.

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