La cultura de simplificar halla su mundo ideal en las redes sociales

La cultura de simplificar halla su mundo ideal en las redes sociales

Por Gabriel Pereira. Doctor en Ciencias Políticas.

30 Mayo 2021

Al hablar de la grieta en la política, me interesa detenerme en un aspecto que no se relaciona con la saludable diferencia de opiniones que distingue a las diferentes comunidades políticas. Sino más bien propongo acercar nuestra mirada al aspecto tóxico de la grieta, que se refiere a la forma que procesamos esas diferencias, más cercana a la polarización de opiniones que a la conversación política. Justamente, las campañas políticas, en tiempos electorales, pero también como estrategias de legitimación entre momentos electorales, se aprovechan de esta forma de relacionarnos y comunicarnos. Por lo que, en un horizonte cercano, es poco probable pensar la discusión política, y las campañas electorales futuras, en un formato que no sea el de la “grieta”.

La grieta, en este aspecto, es una forma de relacionarnos, basada en una cultura del “titular”, donde las opiniones quedan reducidas a un enunciado rápido, a un título, sin importar el argumento o las razones que las sustentan. Así, la discusión política no se produce, porque no hay lugar para el intercambio de opiniones que implica conocer las posturas de la otra persona para, recién, poder discutir.

Por eso nos gustan los programas televisivos con paneles, que en el ámbito político abundan. El formato de estos programas permite enunciar la opinión, a los gritos en la medida de lo posible, pero nunca elaborar el argumento. En ese formato, la regla de oro es la interrupción y el cambio repentido de un tema a otro.

Es que, en este formato de relacionamiento social, la información que decidimos incorporar y trasmitir debe estar simplificada al máximo, sin matices, sin complejidades. Y en esa tarea de simplificación, la receta más efectiva es definirse en oposición al otro. Sobre todo si al “otro” le atribuimos la responsabilidad de los males que nos aquejan o le endilgamos cualidades que moralmente detestamos.  

Pensemos en aquel meme que circula masivamente atribuyendo a los “70 años de peronismo” la responsabilidad por las calamidades socioeconómicas que sufrimos en Argentina. A pesar de no resistir si quiera al conteo de años en que gobiernos de este signo político estuvieron en el poder, el mensaje cala y circula ampliamente en diferentes ámbitos virtuales, televisivos y sociales.

Esa cultura del “titular” que simplifica opiniones encuentran su mundo ideal en las redes sociales.

Allí, por un lado, podemos encontrar un microcosmos de información simplificada que refuerza nuestras convicciones políticas. En las redes sociales, los algoritmos funcionan, en las palabras del politólogo Ernesto Calvo, como secretarios privados que filtran la información que deseamos consumir y que nos permiten ver en la pantalla aquello que nos gusta y lo que queremos. La información política, por supuesto, también es administrada por algoritmos que eliminan las fuentes de displacer político y nos dan una sobredosis de mensajes que se ajustan a nuestros gustos previos. Calvo advierte que estos secretarios virtuales no están programados para dar diversidad sino placer informativo y están creados para minimizar la disonancia ideológica. Por otro lado, en las redes sociales podemos “discutir” como en la televisión, como panelistas, que solo se expresan en unos cuantos caracteres o con un simple meme. Aquí interactuamos a través del primer estimulo que recibimos del emisor, y solo enviamos el mensaje opuesto, que nos distinga lo máximo posible de aquella persona con la cual rivalizamos.

En este contexto, donde decidimos relacionarnos en formato “grieta”, es esperable que la oferta política de quien se postula a un cargo político, o quien quiera legitimarse en uno ya obtenido, se encuentre principalmente destinada a convertir las diferencias políticas en polarización política.

Su mensaje masivo, es posible, se limitará a un enunciado, a un “titular”, que no exprese razones o argumentos, sino que se limite a oponerse al “otro”. Buscara participar de debates públicos, virtuales y televisivos, donde no se le exija mas que eso, el titulo, la diferencia respecto del “otro” y su consecuente culpabilización por algún mal argentino.  Nosotras, recibiremos ese mensaje; nos acomodaremos en nuestros círculos donde nos relacionamos con quienes pensamos de forma parecida; eventualmente saldremos a batallar con nuestro dedo acusador, pero sin argumentos y, en su debido momento, votaremos. La política como discusión entre pensamientos diferentes habrá perdido una vez más.

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