Esas estirpes condenadas a cien años de soledad

Esas estirpes condenadas a cien años de soledad

Hace 54 años, llegaba a las librerías la novela del escritor colombiano Gabriel García Márquez que se ha convertido en un clásico de la literatura. Los testimonios de docentes y de poetas.

“… y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra…” 1967, México. Ha tenido que empeñar su secadora de cabello y la licuadora por 50 pesos para poder pagar el envío del manuscrito de la novela a un editor en Buenos Aires. Lo pesan: “cuesta 48 pesos el envío, señora”. En un segundo, todos esos meses en que ha tenido que negociar con los acreedores, atraviesan sus pensamientos. La deuda ya trepa a 12 mil dólares. Lo mira a los ojos: “ahora lo único que falta es que esta novela sea mala”, le dice a su esposo, entre enfado y esperanza. “Sin Mercedes no habría llegado a escribir el libro. Ella se hizo cargo de la situación. Yo había comprado meses atrás un automóvil. Lo empeñé y le di a ella la plata calculando que nos alcanzaría para vivir unos seis meses. Pero yo duré año y medio escribiendo el libro. Cuando el dinero se acabó, ella no me dijo nada. Logró, no sé cómo, que el carnicero le fiara la carne, el panadero el pan y que el dueño del apartamento nos esperara nueve meses para pagarle el alquiler. Se ocupó de todo sin que yo lo supiera: inclusive de traerme cada cierto tiempo quinientas hojas de papel. Fue ella la que, una vez terminado el libro, puso el manuscrito en el correo para enviárselo a la Editorial Sudamericana”, cuenta Gabriel García Márquez.

El martes 30 de mayo, la editorial Sudamericana saca del horno la primera edición de Cien años de soledad, aunque llega a las librerías el lunes 5 de junio. Desde entonces, “ese intrincado frangollo de verdades y espejismos” no ha cesado de asombrar a la literatura de nuestro tiempo. “Lo he leído dos o tres veces. La primera fue de una complejidad enorme porque estaba en la superficie, habré tenido 18 años; la segunda vez, en los últimos años de la Facultad, y me gustó mucho porque ya tenía algunos aportes teóricos y conocía más de Latinoamérica. Y la tercera, ya grande -aparte de que la recomendé a mis alumnos en la secundaria durante muchos años- la leí como lectora y la verdad, fue de un disfrute enorme porque nunca vi tan bien pintada Latinoamérica”, cuenta Silvia Ojeda, profesora de Letras y ex secretaria provincial de Gestión Educativa.

Dos palabras

La docente afirma que la novela de Gabo le ha dejado dos palabras: placer y maravilla. “La forma en que describe, desde la manera más sencilla, es fascinante. Es un libro recomendable para leerlo varias veces con distintos intereses: si querés saber la trama, quedarte con una frase como la última, o maravillarte con algo que parece surrealista, maravilloso... Se leía en el profesorado de Lengua, por lo menos, acá en Monteros. En el secundario lo he recomendado, es un libro que hay que leer con cierto acompañamiento al comienzo; estaba dentro de los programas y debe seguir estando. Hay que hacer que la gente vuelva a leer ‘Cien años…’, es un libro de relectura, justo ahora, para encontrar destinos por dónde caminar”, sostiene Ojeda.

Aunque lo ha leído hace más de 35 años, el escritor jujeño Alejandro Carrizo conserva buenos recuerdos de la novela. “Me ha dejado el incentivo de una gran imaginación, el realismo mágico ha transgredido todo el límite de la realidad y eso genera un sentido un tanto poético de la realidad. De repente uno de los personajes que está hablando, se va al cielo, se cuestiona la existencia de ciertas cosas dadas por hechas, se plantea como otra realidad, eso para mí es lo más importante. Te deja marcas, a lo mejor no conscientes, también ciertas miradas de Latinoamérica, de un momento también. En algún punto me ha influido en mi poesía porque es una mirada más allá de la realidad, ese realismo mágico es la otra realidad”, afirma.

La máquina de contar

No solo la ha leído varias veces, también introduce a sus alumnos en su estudio. “Siempre estamos volviendo a Macondo, es una lectura absolutamente fundacional, emblemática, que tiene que ver con toda máquina de contar una historia: las mujeres, esa Úrsula maravillosa fabricando pescaditos de colores y los hombres yéndose a la guerra. Es una máquina que sirve a la vez para curar resfríos, hacer la guerra, escribir una historia, es un libro maravilloso, es como esos libros que nunca se terminan, a los que siempre volvés y encontrás ese rincón perdido en la ciénaga o en la arcadia, donde todos éramos felices, todos tenían 30 años y nadie se moría. Siempre hay una zona de Cien años en mi vida, más allá del oficio de enseñar, creo que es esa lectura luminosa que nos constituye como lectores despatarrados, que entran en ese mundo y cada uno se aloja en algún rincón de ese Macondo”, comenta la doctora Rossana Nofal, responsable de la cátedra Latinoamericana I, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNT.

La también directora de Edunt señala que la obra se estudia en esa casa de altos estudios. “La tenemos como relato inaugural, incluso hace ya bastantes años está en Introducción a los Estudios Literarios. Es una lectura fundacional, un relato maestro, inevitable en el trayecto de formación de literatura en la Facultad. Es importante por muchas razones: por todo lo que inaugura: la narrativa del Boom… es un gran taller de escritura, para mí”, añade.

Territorio de leyenda

Considera que Cien años de soledad junto a Pedro Páramo son dos libros fundamentales y fundadores en la novelística de habla española, con una relevancia mundial inobjetable. “Con esos libros se impuso esa categoría que, a veces no se distingue bien, entre el gran narrador, que además de serlo, es un gran creador, como es el caso de Juan Rulfo y de García Márquez. América Latina no solo está representada en su paisaje, en sus hombres, sino también en toda su metafísica y su imaginería, lo que hace de este gran territorio, un territorio de leyenda. García Márquez despertó eso que llamaron realismo mágico en toda una generación de creadores, el hechizado universo que existe detrás de las cosas”, afirma el poeta salteño Leopoldo “Teuco” Castilla.

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