El Unabomber y Piglia

El Unabomber y Piglia

El caso de Ted Kacynski -terrorista graduado en Harvard que mantuvo en vilo a la sociedad norteamericana durante dos décadas y que fue atrapado por el análisis del lenguaje en sus textos- tiene como antecedente un cuento de Ricardo Piglia.

30 Mayo 2021

“Usar lenguaje para resolver crímenes. Lo que hace todavía no tiene nombre”, le plantea la lingüística (Lynn Collins) al detective James Fitzgerald (Sam Worthington) en uno de los capítulos de Manhunt: Unabomber, serie que puede verse por Netflix.

Con el pasar de los capítulos, descubriremos que aquello a lo que se refieren ambos personajes se llamará lingüística forense, disciplina que tiene su origen en 1968, a partir de un libro de un tal Jan Svartvik, pero que profundiza su metodología y justifica su denominación recién en los años 90, y ante la cual los jerarcas del FBI, según la ficción televisiva, desconfían insistentemente.

Ambientada a mediados de esa década, la serie narra el proceso de búsqueda y detención de Ted Kaczynski, más conocido como Unabomber (acrónimo de “University and Airline Bomber”: bombardero de Universidades y Aerolíneas), matemático, filósofo y terrorista estadounidense que, entre 1978 y 1995, envió una serie de cartas-bombas, muchas de ellas mortales, a objetivos prefijados, utilizando el correo postal norteamericano.

Graduado en la Universidad de Harvard, doctorado en matemáticas por la Universidad de Michigan y profesor adjunto en la Universidad de California, a los 29 años se mudó a una cabaña sin luz ni agua corriente en medio de un bosque del estado de Montana, donde, a la manera del Walden de Thoreau, aprendió a sobrevivir en contacto con la naturaleza.

Pistas en la prosa

Crítico del rumbo que han tomado las sociedades contemporáneas y de las consecuencias perjudiciales que acarrea el desarrollo posterior a la Revolución industrial, Kaczynski es autor del ya famoso manifiesto “La sociedad industrial y su futuro” (https://sindominio.net/ecotopia/textos/unabomber.html). La exposición de ese texto en el Washington Post, el puntilloso análisis lingüístico de sus textos (una de las claves fue la frase “no puedes comer tu pastel y aún tenerlo”) y el reconocimiento que hiciera su hermano tanto de las ideas expuestas como del estilo de su escritura, es lo que llevó a su detención.

“La Revolución Industrial y sus consecuencias han sido un desastre para la raza humana. Ha aumentado enormemente la expectativa de vida de aquellos de nosotros que vivimos en países «avanzados», pero ha desestabilizado la sociedad, ha hecho la vida imposible, ha sometido a los seres humanos a indignidades, ha conducido a extender el sufrimiento psicológico (en el tercer mundo también el sufrimiento físico) y ha infligido un daño severo en el mundo natural. El continuo desarrollo de la tecnología empeorará la situación”: así comienza el Manifiesto.

Los operadores lógicos

Un dato que quizás hubiese aclarado el panorama a la lingüista y el detective (¿no estaría bien que lo hubiese leído Kaczynski?) es lo que plantea “La loca y el relato del crimen”, ficción de 1975 con la cual Ricardo Piglia obtuvo el primer premio en un concurso de cuentos policiales organizado por la revista Siete Días.

Allí, Renzi -alter ego pigliano por excelencia- opera como periodista y como detective. Le interesa la lingüística, pero -como Roberto Arlt- se gana la vida haciendo bibliográficas en el diario El Mundo, tras haber pasado cinco años en la facultad especializándose en la fonología de Trubetzkoi (Nikolái Serguéievich Trubetskói: 1890-1938, lingüista ruso, fundador de la morfología lingüística).

En el relato, alguien asesina a una prostituta, y la única testigo es una pordiosera “medio loca” que dice llamarse Echevarne Angélica Inés, a quien Renzi entrevista, y es de su “lenguaje psicótico”, de la repetición de “ciertas estructuras verbales que son fijas”, y a través de “operadores lógicos”, de donde Renzi descubre al verdadero asesino: “Lo que no entra en ese orden, lo que no se puede clasificar, lo que sobra, el desperdicio, es lo nuevo”, dice Renzi: “es lo que el loco trata de decir a pesar de la compulsión repetitiva. Yo analicé con ese método el delirio de esa mujer. Si usted mira va a ver que ella repite una cantidad de fórmulas, pero hay una serie de frases, de palabras que no se pueden clasificar, que quedan fuera de esa estructura”.

Poco dista el método utilizado por la lingüista y el detective al analizar “La sociedad industrial y su futuro” de Kaczynski, del empleado por Renzi en el cuento de Piglia. Pero las asociaciones no se detienen allí.

Ida y vuelta

Si el cuento “La loca y el relato del crimen” antecede por unos pocos años a los sucesos del Unabomber y por más de 40 a la serie, en El camino de Ida, publicada en 2013, Piglia retoma el caso casi dos décadas después: en la novela, Ted Kaczynski aparece bajo el nombre de Thomas Munk.

“Se llamaba Thomas Munk, tenía 50 años y era un matemático formado en Harvard, hijo de una acomodada familia de inmigrantes polacos. No tenía antecedentes, no se le conocían conexiones políticas. Lo habían detenido en una remota región boscosa en las sierras de Montana. Vivía aislado, en una rudimentaria cabaña de seis metros cuadrados que el mismo se había construido, sin luz, sin agua corriente y sin teléfono”.

La novela es protagonizada, una vez más, por Emilio Renzi, y tiene su centro de operaciones en el campus de una prestigiosa universidad norteamericana, a la cual Renzi llega para impartir un seminario sobre William Henry Hudson. Es donde conoce a la profesora Ida Brown, quien sufre una trágica muerte a partir de un misterioso accidente, que, se sospecha, forme parte de un atentado más de Kaczynski, “un hombre de la elite que durante años se dedicó sistemáticamente a realiza actos violentos y eludió la máquina de persecución nacional del FBI por motivos que no eran personales sino políticos e ideológicos”.

Piglia reconstruye, en el capítulo doce, una apócrifa entrevista en la cárcel a Munk/Kaczynski; porque, como el mismo narrador de El camino de Ida sostiene, “ya que la experiencia no era suficiente, hacía falta construir ficciones teóricas”, sistema propio de gran parte de la narrativa piglana, constante cruce entre realidad y ficción.

“Thomas Munk fue ejecutado el 2 de agosto de 2005, diez años después de su captura”, comienza el epílogo de la novela. Sólo que allí Piglia juega con una ucronía. Kaczynski no fue ejecutado (en su declaración o no de culpabilidad, para evitar una condena a muerte, se basó su juicio, y en esa instancia la serie hace un fuerte hincapié en sus últimos capítulos): está detenido en la prisión federal ADX Florence, Colorado, con sus 79 años recién cumplidos. Aún deben vivir en sus retinas los bosques, cielos y montañas del estado de Montana. Porque, se sabe, “no puedes comer tu pastel y aún tenerlo”.

© LA GACETA

Hernán Carbonel - Periodista y escritor.

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