No es el aislamiento, estúpido

No es el aislamiento, estúpido

Los tucumanos protagonizaron al menos cinco protestas; muchos comerciantes abrieron las puertas de sus negocios; cientos de personas realizaron eventos, y miles salieron a las calles como si nada pasara. También cientos de miles cumplieron a rajatabla con el aislamiento dispuesto por los Gobiernos nacional y provincial.

El informe oficial respecto de los operativos que se hicieron para que se acate la medida para contener la pandemia da cuenta de la transgresión y también del cumplimiento. Se detuvo a 150 personas, se retuvieron 374 vehículos, se rubricaron 57 actas de infracción sin detención, se desarticularon 427 eventos (fiestas, partidos de fútbol), se clausuraron 10 locales comerciales y las fuerzas de seguridad  intervinieron en 1.463 oportunidades para hacer cumplir el aislamiento.

¿Los tucumanos somos transgresores? Sí, lo somos por naturaleza. ¿Hay un agite de algún sector opositor para motorizar protestas? Sí, lo hay. ¿La situación sanitaria es realmente crítica? Sí, lo es, y los expertos coinciden en que bajar la circulación de personas es lo que hay que hacer para que disminuyan los oscuros índices actuales.

Sin embargo, también hay otras preguntas con respuestas afirmativas respecto de por qué una porción de la sociedad reacciona molesta, enojada y crispada ante los nueve días de encierro.

De arriba hacia abajo y no al revés

En primer lugar está latente el recuerdo de lo que sucedió el año pasado, cuando -por ejemplo- Tucumán estuvo aislado casi tres meses sin necesidad de haber estado en esa Fase 1 “porteña”. El virus llegó más tarde a nuestra provincia y las medidas extremas se extendieron durante un tiempo exageradamente largo o, más bien, durante un período que podría haber estado todo abierto. De hecho, el Gobierno local había hecho bien los deberes y la Covid no circulaba comunitariamente. Sobre esto se podrá decir que se estaba aprendiendo a lidiar con el virus, pero quedó en el inconsciente social un tufillo a encolumnamiento político con la Nación más que a una decisión estrictamente sanitaria.

La mala gestión sobre cómo y dónde aplicar cierres estrictos (es decir, la no sectorización de las fases de cuarentena según el grado de complicación sanitaria de cada distrito), los apresurados anuncios rimbombantes sobre fabricación y llegada de vacunas (Alberto Fernández mofándose de sus críticos decía que Argentina iba a fabricar vacunas para todos y todas. No pasó hasta varios meses después, como con AstraZeneca, acuerdo que ahora se anuncia como logro del Gobierno, cuando lo que se cuestiona es que se anunció hace meses, se creó una expectativa y se cumple un tiempo bastante largo después), la debacle económica (más allá de la pandemia, dura y letal para la economía, el país ya venía con indicadores en rojo) y la prepotencia de funcionarios diversos reuniéndose en manada en actos políticos (cuando piden al “resto” de la sociedad que haga lo contrario) son factores que colocan a los gobiernos en la situación actual.

No todos se miden con la misma vara

A los ciudadanos, sin dudas, les caben responsabilidades en la persistencia de la pandemia, su descalabro y la violación a las reglas que dicta el Estado. Pero la clase dirigente se lleva una porción importante: la falta de legitimación y de credibilidad hizo añicos la autoridad del Gobierno. Las imágenes de los gobernantes socializando con dirigentes son una cachetada para los que cumplen con el aislamiento y un justificativo para quienes lo rompen. La improvisación en la toma de decisiones son el caldo de cultivo para que la ansiedad pinche a los que ya vienen con los nervios destruidos por la imposibilidad de salir a la calle, de trabajar, de abrir sus comercios y de ver a sus familiares o amigos.

El Gobierno comunica tarde y mal. ¿Desconocía Alberto Fernández que la situación venía crítica? ¿No podría haber elaborado con tiempo, con claridad y con una difusión adecuada las medidas de aislamiento? ¿Por qué se implementaron de golpe, de un día para el otro, las restricciones? ¿El Gobierno provincial no podría haber sido más claro y rápido en decir qué se podía hacer y qué no?

La incertidumbre reinó durante alrededor de 48 horas con algo preciado, sensible e innegociable para todos: la libertad. La de circular, trabajar o socializar. La situación sanitaria amerita resignar libertades individuales ante el bien común, pero con reglas claras y el compromiso principal de quienes tienen el poder -delegado por los ciudadanos- para “reglamentar” nuestras vidas.

Como aquel mil veces reciclado eslogan de campaña de Bill Clinton, lo que crispa a la sociedad no es el aislamiento, ya sea estúpido el confinamiento o quien interpreta que solamente la tozudez o la oposición provocan el desasosiego comunitario.

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