25 Mayo 2021

El 25 de Mayo es un día de festejo. Es el día de la Revolución fundadora, del nacimiento de la Nación. Este sólo día resume un largo camino que, habiéndose originado en lejanas guerras europeas, terminó desbaratando la estructura colonial americana. Somos los hijos de ese proceso, por eso lo celebramos. Por la educación escolar sabemos que la Revolución de Mayo ocurrió en el Cabildo y en las calles de Buenos Aires, pero qué pasó en Tucumán en esos días, a mil doscientos kilómetros de distancia, es menos conocido. Repasemos los hechos públicos, con un pequeño condimento de vivencia personal.

La nuestra, era una pequeña ciudad del norte, por entonces dependiente de Salta, cabecera de la Intendencia. Disfrutaba de una vida colonial regularmente tranquila, que apenas se alteraba por nimiedades, y donde llegaban tarde las noticias de la capital del virreinato. Durante mayo de 1810, los cabildantes tucumanos se habían reunido los días 7, 14 y 21 para finalmente, el 28 de mayo, prohibir la venta de maíz a otras provincias. La gran preocupación era la escasez del grano por una mala cosecha. Nadie se imaginaba por aquí lo que estaba sucediendo en el puerto, ni, mucho menos, que estaba pronto a llegar.

Con fecha del día 27, la Junta porteña había despachado a todas las ciudades del interior una urgente comunicación de los sucesos, obligándolas a reconocer el nuevo gobierno y a enviar un diputado a la capital. Pasaron quince días hasta que llegó a nuestra ciudad y el 11 de junio fue tratada por los cabildantes locales. Puesto que la orden quemaba en sus manos, resolvieron consultar a la autoridad inmediata superior, al Gobernador Isasmendi, que residía en Salta. Las resistencias y cabildeos salteños pusieron más suspenso a los acontecimientos. Se terminó acatando el nuevo orden en la capital de la Intendencia, y el cabildo tucumano, pudo hacerlo el día 25 de junio. O sea, un mes le llevó a Tucumán entrar de lleno en el proceso revolucionario. La historia a partir de allí no fue menos ambigua ni llena de matices. Hubo durante años resistencias y conjuras. Se hizo necesario inculcar los nuevos valores por todos los medios, pues no todos aceptaban la emancipación. Un cura local, el padre José Domingo Salas diseminaba ideas de que “desde que gobiernan los criollos, no se habían visto mayores desgracias”. Todavía en 1812, se creaban unidades para “hacer entender a los jóvenes las obligaciones del verdadero patriota”. Pasó mucho tiempo y se tomaron muchas medidas para consolidar la Revolución. Dejamos para el final lo que vivió un tucumano sorprendido en las calles de Buenos Aires. Alguien que vio los hechos en primera fila y los narró como corresponsal. Don José Manuel Silva, uno de nuestros comerciantes más ricos, estaba por esos días en la capital, en viaje de negocios. El 26 de mayo, le escribió a su amigo José Gregorio Aráoz: “Mañana pienso cargar, esto si no hay alguna novedad; por estar este pueblo tan alborotado: el 23 hizo dimisión del mando el virrey en el Cabildo; el 24 hizo el Cabildo en nombre del pueblo una Junta (…) Se echó bando, se repicaron en todas las iglesias (…); al otro día 25, que fue ayer, otro alboroto, que no estaba conforme el pueblo con esta Junta, renunciaron todos estos señores de su empleo, y se ha formado una nueva Junta (…) Yo no pienso (…) sino mandarme mudar, por lo que veo esto no está nada bueno, pero no sé cómo sacar mi licencia, porque no sé hasta ahora quién nos gobierna. Tu afectísimo”. Los hechos y las sensaciones son claras. Más que sorprendido, don José, quien será después gobernador de Tucumán, parece inquieto o temeroso ¿qué era todo ese “alboroto” sino un peligro? Es maravilloso leer esa vivencia tan humana para un hecho tan trascendente, pero lo es más por la razón de que hoy festejamos la valentía que permitió superar esos miedos y formar una Nación. Una acción viva que aún está en marcha.

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