Cartas de lectores I: azúcar, ayer, hoy y siempre

Cartas de lectores I: azúcar, ayer, hoy y siempre

Cartas de lectores I: azúcar, ayer, hoy y siempre
22 Mayo 2021

Es común que mucha gente se refiera a la industria azucarera como a un quehacer económico industrial subsidiado por el Estado; sin embargo, más allá de la verdad o no de tal aseveración, cuando a través de las muchísimas canas de mis 83 años de edad se me ocurre mirar hacia atrás en el tiempo, como un tucumano más, que ha visto y vivido muy de cerca todas las contingencias propias con que esa actividad, en mi provincia al menos, se desarrolló y se viene desarrollando, con sus históricas diferencias entre industriales, obreros, empleados, transportistas, precios, las huelgas, los ingenios tomados, etc., necesariamente se deben realizar otras consideraciones mucho más concretas e importantes que trascienden vigorosamente, en los hechos producidos a través de los años. En efecto, esta industria tan vilipendiada ha sido también, más allá de sus negatividades, si acaso las tuviere, la creadora de innumerables poblaciones, muchas de ellas hoy ciudades, con sus habitantes que, gracias a la actividad azucarera y más allá de los conflictos, pudieron subsistir, formar familias, comer, vestirse, curarse, mandar sus hijos a instruirse, muchos de los cuales se convirtieron en útiles profesionales para beneficio de la sociedad; esa industria que pagaba y paga importantes impuestos y gabelas comunales, municipales, provinciales y nacionales, creó y/o fomentó escuelas, hospitales, comisarías, correos, dispensarios, etc. y fue, además, la hacedora de la coqueta ciudad de San Miguel de Tucumán de los primeros 50 años del siglo XX. Esa misma industria que ayudó para construir caminos vecinales y que abrió canales de riego para la prosperidad de las plantaciones propias y de cañeros y agricultores en general, particulares. Años atrás recibía con sus manos abiertas a los enormes y folclóricos carretones santiagueños que, con su paso lento y cansino, tirados por mulas o por bueyes uncidos al yugo, venían a la cosecha con toda la familia arriba, viajando sobre las bolsas de carbón con que arribaban a nuestra provincia y a las que anunciaban para la venta en las calles tranquilas de la ciudad con un “¡hhooo ooo!”; lo mismo que los enormes grupos humanos procedentes de Bolivia, que se nutrían a la vez de su trabajo de peladores para sobrevivir hasta la próxima cosecha. Personas inescrupulosas e ignorantes de la auténtica realidad de esta industria, que por casualidad poseían circunstancialmente la autoridad del país en la década de 1960, dispusieron el cierre de 11 ingenios, el cierre de 11 fábricas de vida, ante la total indiferencia del sufrimiento de miles de tucumanos que, desesperados y equivocados, en busca de nuevos horizontes, viajaron, muchos de ellos “a pata” hacia Buenos Aires, terminando a las orillas del Río de la Plata, en casuchas o covachas de cartón y de lata. De tal manera, y vistas las cosas a través del tiempo, privilegio que me permite mi avanzada edad, al día de hoy me atrevería asegurar que el Estado no subsidió jamás a la industria azucarera; más bien diría: el país hacía una importante inversión patriótica cuando facilitaba dinero a los ingenios.

Abel Novillo

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