La tinta moja y roza las yemas de los dedos, mientras cada párrafo es devorado por instinto. Son rastros vívidos de noches ajenas, bocas robadas y gemidos extraños. Una necesidad de llegar al límite junto a un libro aferrado entre las sábanas... Esa es la promesa de la literatura erótica.
En Tucumán, pensar en narrativas de este tipo implica hablar de nichos y apuestas que avivan el fuego con creatividad e historias personales. La primera incursión de Lorenzo Verdasco en el género arrancó con la pornografía. El autor solía confeccionar relatos lascivos por encargo para que otra gente los devorara en fiestas (a las que no era invitado). Aunque también algunos fueron a parar a revistas que se escondían bajo la cama.
Con el tiempo, el contenido explícito se fue atenuando y pasó de ser puros bifes a incluir metáforas. “En los 70 -con el auge de lo revolucionario- cualquiera se prendía en una conversación sobre política. En cambio, en 1983 o 1984 esto no llamaba la atención o deba miedo. En esta década hubo un destape erótico: el sexo vino a reemplazar los temas políticos y la gente se la pasaba hablando al respecto. En ese ambiente, vi que aquello que escribía tenía lectores y decidí darle para adelante”, rememora el profesor y traductor de ruso.
A largo plazo, sus historias de fricciones gestaron el libro “Informe sobre señores” (relatos homosexuales en los cuales hombres de doble moral explotan su hambre lasciva), “Los sueños de Lorenzo” y la obra poética “De la fosforescencia que hay”.
Lejos del estereotipo de millonarios o secretarias que anhelan el BDSM, las musas de Verdasco son las vivencias ajenas o autobiográficas. “Mi técnica consiste en obsesionarme con una frase que me persigue en la cabeza. Como no puedo largarla así nomás, le doy contexto e invento un cuento para que aparezca en una ocasión culminante”, describe.
Para el tallerista, la clave de un buen relato yace en la escritura. “Las palabras leídas pueden excitar mejor que un filme sin un guión decente. El reino de lo erótico es el reino del doble sentido. Por ejemplo, hay dos tangos viejos que se llaman 'Tomame el pulso' y 'Qué polvo con tanto viento'. Acá ya sabemos lo que se sugiere. En la literatura hay diversos quid pro quo que disparan momentos de mucha intensidad”, argumenta.
Los límites
Con tantos fetiches en la mente, ¿el deseo sabe mejor en la fantasía o realidad? Para responder al planteo, Verdasco hace uso de su repertorio de confidencias.
“Tenía una conocida que vivía con su pareja y a la cual cada tanto pasaba a visitarla una amiga. En una oportunidad, el novio sugirió encamarse los tres. Al principio hubo risas, pero la idea fue madurando en sus cabezas. Cierto día, ambas se pusieron de acuerdo y mientras él lavaba el auto, se desnudaron y lo llamaron. Entonces, empezaron los besos y las caricias”, cuenta.
Este encuentro terminó sin final feliz. “El novio se deserotizó y le costó recuperar su confianza. ¿Qué pasó? El deseo es subjetivo y toma distintas formas. Cada quien se imaginó a su manera el encuentro. Ellas hicieron una oferta, pero no era lo que él había pensado”, explica. La escena remite a un problema sobre al escribir sobre sexualidad: lo que para algunos es éxtasis, para otros apenas prende una brasa.
Sexo gauchesco
Pasando un paraje de la ruta 38, Fabricio Jiménez Osorio creó un pueblo lleno de gauchos que aman y gozan (en espíritu y cuerpo) sin pensar en las ataduras de la heteronorma. El recóndito lugar se llama “Querida ilusión” y es donde transcurren los encuentros entre Lucas y Simón, embebidos por un folclore inclusivo y el paganismo.
Ajá, ¿y lo sexual? Digamos que figura en cualquier parte, desde lluvias doradas o felaciones milagrosas a danzas que desnudan con los ojos (y manos). En síntesis, una historia homoerótica que rompe estructuras y deja temblando a quien se anime.
Al hablar de inspiración, Jiménez Osorio asegura que “nace -un poco- del placer postorgasmo de decirle a alguien, exhausto, entre jadeos, ‘hicimos un bebé, me parece’”.
El escritor le adjudica a la literatura del deseo distintivos propios. “Al tono erótico lo pienso muy arraigado a la oralidad dentro de las conversaciones entre íntimos amigos gays, sobre todo en fiestas y pasados por tragos. Y cuando no, lo asocio a cierta TV o radio de 2000, subidita de tono, buscadora de la complicidad y el escándalo. En cualquier caso, se da en un escenario que tiene espectacularidad. Y yo, más que pensarlo como género o tendencia, siento que atraviesa toda mi oralidad y escritura. Mi apuesta estética viene siendo que vayan de la mano esas dos cosas”, detalla el director de Gato Gordo Ediciones.
Además, el autor es padre (¿por qué no seguir jugando con las palabras?) de una colección de seis cuentos: “Mi caja vacía”, “Medio americano”, “Un bóxer como el mío”, “El anotador”, “Música porque sí” y “Los amigos del futuro”. Los textos están prontos a ser publicados en un solo volumen por la editorial La Cascotiada.
Solo fluir
¿Cuál es el secreto? “La literatura es la que más te delira y lleva lejos, como un viaje o un shock. Para mí lo más importante es olvidarse de la aplicación de fórmulas para conseguir algo. Eso es difícil porque es una tentación que puja. Si me aferro a la convicción de que para hacerlo bien tengo que apelar a una descripción pulida, voy hacia ahí y quizás descuide otros aspectos, como el clima o la voz”, asegura.
Eso lleva a que su libre albedrío prime. “Creo que hay que olvidarse de querer construir un efecto y hacer, en su lugar, una experiencia de entrega con la escritura, porque si no esta no se dispara. Y uno no aprende nada de lo que tiene para dar en cuanto a formas y contenidos”, reflexiona Jiménez Osorio.
El mismo esquema cuenta para las palabras sucias. “Lo que pasa con ‘Querida ilusión’ es que tiene una apuesta casi desbocada por exagerar de manera explícita las prácticas sexuales no hetero. Me cebé, quería vivir eso. La había escrito especialmente para una editorial porno gay, entonces me disparé fuerte en esa dirección, aunque después me arrepentí y decidí no mandarla ahí. Cada libro que hago tiene su mundo y su historia detrás de la historia”, aclara.
Corriente de deseo
Aunque muchos autores encaran la carrera de Letras como el inicio de su camino, en otros casos el oficio de la escritura llega tras ciertos desvíos.
Baltazar Bugeau es técnico en Ictiología (rama de la Biológica que estudia los peces) y trabaja en la Fundación Miguel Lillo. En 2018 publicó su primera novela “Oídos en llamas”: una obra que mezcla la epilepsia, con virales en internet y la hipersensibilidad de una protagonista que ve desfallecer su matrimonio.
Él afirma que su interés por la escritura parte desde la infancia, con tardes marcadas por las visitas al estudio de su papá y el tecleo en una máquina de escribir sin papel.
Luego -en secundaria- llegó la oportunidad de presentarse en el concurso literario Leopoldo Lugones. La meta: aprobar Lengua. “Mi cuento se llamó ‘Prófuga y aventurera’ y con él terminé en modo cebollita, ganando el segundo lugar. Quedé muy sorprendido porque no tenía expectativas, pero le agarré el gustito. El cuento que vino después fue ‘Despertares que matan’. Creo que a esa edad (en plena adolescencia) la tinta era el equivalente a mis ganas de iniciarme sexualmente, ya que la trama de esa ficción va escalando en materia de piel y temperatura”, comenta.
En su libro, los capítulos se valen tanto de puras fantasías y enamoramientos pasados como de recuerdos un poco condimentados y viajes. “El hecho de poder crear personajes te hace sentir inimputable y te anima a volcar cosas atrevidas. En otras ocasiones, me nutro de anécdotas de amigos y les doy vuelo sin censura”, explica.
Sin embargo, al pasar al modo lector no todo es encajes y rosas. “La mayoría de la literatura erótica que leí no me gustó. En cambio, hay novelas románticas que con solo leer la previa si lograron ponerme quenchi (como dicen en Brasil). Cuando el autor te deja esa pizca sutil y picante, tu cabeza ya vuela antes de cambiar a la siguiente página. En esa especialidad admiro a Florencia Bonelli e Isabel Allende”, agrega.
Para calentar nuestras noches con textos XXX, Bugeau insiste en que -en la provincia- aún nos quedan cuentas pendientes en la materia.
“Hay mucha gente confundida que no se nutre ni habla de sexo, y mucho menos escribe sobre el tema. El motivo alude a una cuestión cultural, porque existen instituciones que desalientan lo carnal a través de la culpa. Y quizás esto pudo ser el gran responsable de que la industria porno crezca tanto”, reflexiona.
Para revertir la situación, el autor considera que hablar (y leer) sobre sexo debería considerarse un buen hábito. “Soy de la filosofía que tu cuerpo es tu templo. Creo que no hay nada más lindo que tener sexo estando enamorado. Para poder disfrutarlo a pleno, primero debemos habitarnos, amarnos a nosotros mismos y, desde esa sintonía, uno puede explorar cuando la naturaleza nos llama”, concluye.