¿Fue Albrecht el mejor futbolista tucumano de todos los tiempos?

¿Fue Albrecht el mejor futbolista tucumano de todos los tiempos?

Jugó dos Mundiales, fue multicampeón con Atlético, integró Los Matadores de San Lorenzo y marcó 95 goles en la Primera de AFA. ¿Qué más se puede pedir?

¿Fue Albrecht el mejor futbolista tucumano de todos los tiempos?

Momento 1: tiene 16 años y a su vida la determinan dos pasiones. La primera es el fútbol, la segunda se llama Atlético. Fue mascota del primer equipo y campeón en cuanta categoría juvenil recorrió; por las venas le corre sangre albiceleste, desde que fatigaba las calles de Villa 9 de Julio detrás de aquellas pelotas de trapo que le inventaba su abuela, doña Juana Gramajo. Tiene 16 años y se lo ve tan maduro como un veterano. Por eso sale a la cancha para debutar en Primera. Es difícil saber si José Rafael Albrecht, el adolescente al que la sabiduría futbolera de don Roberto Santillán corrió de la delantera al centro de la defensa, es consciente, esa tarde de 1957, de la historia que está comenzando a escribir.

Momento 2: Argentina-Alemania chocan en Birmingham. Es uno de los partidos de altísimo voltaje en el Mundial más violento y controvertido que se recuerde. Tanto, que Inglaterra fue campeón en su casa gracias a un gol que no existió. Tanto que a Pelé lo sacaron a patadas de la Copa. Volvamos a Birmingham. Van 0 a 0 -así terminará el partido- y los chispazos que se habían producido entre Albrecht y el poderoso Helmut Haller se convierten en una hoguera. “Creo que le pegué con el botín y hasta con la cadera... Casi lo mato”, confesó Albrecht. “Fuera”, le espetó el árbitro. Era el 16 de julio de 1966.

Momento 3: 28 de octubre de 1970. La del 60 fue una década especial para San Lorenzo, marcada por dos equipos de leyenda: Los Carasucias del 64 y, por sobre todo, Los Matadores del 68, campeones invictos del antiguo Metropolitano. En ambas formaciones Albrecht ha sido un puntal. Ya lleva varios años en el club y está disputando el último torneo antes de emigrar a México. El adversario, por el Nacional, es Gimnasia de La Plata. Ese día, en el Viejo Gasómetro, teatro de sus mejores galas, Albrecht logra lo que ningún defensor conseguía desde 1937: marcar cuatro goles en un partido. El “Ciclón” gana 6 a 3.

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La extraordinaria trayectoria de Albrecht está determinada por una sucesión de episodios que merecen, en sí mismos, un cuento de Fontanarrosa o de Sacheri. Ráfagas de literatura futbolera que, a partir del dato histórico, van adornándose y con el correr del tiempo se ficcionalizan. Albrecht se convierte entonces en un personaje con la potencia propia del protagonista. Está en el podio de los mejores jugadores tucumanos de todos los tiempos y a partir de allí la discusión, apasionante, se subjetiviza. Tal vez fue el mejor de todos. A fin de cuentas, ¿quién y por qué le haría sombra?

Veamos, por ejemplo, tres equipos en los que Albrecht sobresale con letra de molde:

El Atlético multicampeón: García; Acosta y Ginel; Amaya, Graneros y Albrecht; Canseco, Tejerina, Muñoz, Ortega y Ayunta.

La Selección del Mundial 66: Roma; Ferreiro, Perfumo, Albrecht y Marzolini; Rattín, Solari, González y Ermindo Onega; Artime y Mas.

Los Matadores: Buttice; Villar, Calics, Albrecht y Rosl; Rendo, Telch y Cocco; Pedro González, Fischer y Veglio.

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¿Cómo jugaba Albrecht? De área a área. Por más que fue retrasándose en el armado de los equipos y que el delantero-niño devino en zaguero-adulto jamás perdió de vista el arco del frente. Y mucho menos la dulzura del grito de gol. La de Albrecht era una amalgama de físico potente, muy buena técnica y gran dinámica, todo un compendio replicado pocos años más tarde por el Daniel Passarella campeón del mundo. Albrecht, que sabía ser vehemente para defender y enjundioso para atacar, fue un futbolista moderno en una época de transición -los 60-, cuando el fútbol argentino sufría la crisis de identidad generada por la catástrofe del Mundial 58.

Hablando de la reciedumbre de aquellos zagueros legendarios, hay una anécdota jugosa relatada en el libro “100 ídolos tucumanos”, de Víctor Lupo. Contaba el árbitro Luis Pestarino -otro personaje impagable- que antes de los partidos Albrecht se le acercaba para pedirle: “una patadita, déjeme una antes de los cinco minutos”.

Como Passarella, Albrecht fue el modelo de zaguero goleador. Marcó 95 en 506 partidos, una cifra asombrosa -sólo superada por Passarella y por Edgardo Bauza-. Y está además la cuestión de los penales: sólo falló dos de los 37 que ejecutó en la Primera de AFA. Apenas uno le atajaron (Ediberto Righi, en un San Lorenzo-Banfield); el otro lo desvió, contra Desamparados de San Juan. Junto al extraordinario Oreste Omar Corbatta fueron los ases del tiro penal, indescifrables para los arqueros porque casi no tomaban carrera y podían cambiar el perfil en pleno movimiento. Como si fuera sencillo.

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Al Mundial de Chile 62 acudió sabiendo que sería suplente de Federico Sacchi, un artista de la pelota por muchos olvidado. Era lógico que no le dieran minutos. Cuatro años más tarde tuvo revancha con el mismo entrenador, Juan Carlos Lorenzo. En las canchas inglesas formó una dupla monolítica con otro mariscal, Roberto Perfumo, hasta que la derrota con el anfitrión en cuartos de final (0-1 en Wembley, el día de la expulsión de Rattín) sacó de carrera a un equipo que estaba para más. Pudo haber acudido a un tercer Mundial, el de México 70, pero la Selección era un caos y lo pagó con la eliminacion a manos de Perú en cancha de Boca. Y eso que Albrecht había colaborado con su infalible pericia en los penales. No alcanzó.

El recuento subraya la presencia de Albrecht como figura dominante de la década, titular indiscutido de una Argentina que castigaba a sus buenos jugadores con horrores organizativos. A esas torpezas las vivió todas, desde que a los 19 años lo llevaron por primera vez a una gira del seleccionado por Europa.

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En una época en la que los futbolistas tucumanos eran materia prima que los clubes de AFA buscaban como agua en el desierto, a Albrecht le tocó partir rumbo a Estudiantes de La Plata. Corría 1960. Antes de la despedida, el 30 de enero, integró el equipo de Atlético que derrotó a El Quequén y conquistó el Campeonato de Campeones de la República Argentina. No podía ser de otro modo: marcó el gol para el 1-1 con el que terminó el tiempo reglamentario. Después de la definición por penales y de la vuelta olímpica se abrazó con Roberto Santillán, su maestro.

Jugó tres años en Estudiantes (1960-1962), ocho en San Lorenzo (1973-1970) y siete en México, distribuidos entre León y Atlas. Decidió el retiro en 1977, al cabo de dos décadas intensas de carrera que se explican desde el cuidado que le dedicó a su cuerpo, a la disciplina y a ese profesionalismo que lo distinguió y que muchos de sus jóvenes compañeros solían tomar de modelo.

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Con la vida Albrecht jugó un partido aparte, signado por manos de lo más repartidas y por lo general poco generosas para él. En México sobrevivió con lo justo a un accidente automovilístico y, ya de vuelta en el país, en 1989, el que lo arrolló fue un tren, en la estación Caballito. Albrecht negó una y otra vez que ese episodio se hubiera conectado con un intento de suicidio. Mucho antes había perdido a su esposa.

El 23 de agosto hubiera cumplido 80 años, pero la pandemia les puso fin a los ocasionales y emocionantes encuentros que disfrutaba con hinchas de Atlético o de San Lorenzo. Esos respetuosos saludos a la distancia o apretones de manos colmados de calidez que a Albrecht le devolvían la sonrisa y valían tanto como cien homenajes.

¿Fue Albrecht el mejor futbolista tucumano de todos los tiempos? Es un lindo tema para debatir, en primer lugar porque se permite interpelar el registro histórico, tan ninguneado por las urgencias del presente. Mirar las cosas en perspectiva propone una calma, una reflexión, inusuales en tiempos de sentencias tan definitivas como escasamente fundamentadas.

La biología hace de las suyas y figuras como la de Albrecht van quedando atrás, desconocidas para generaciones que no tuvieron la oportunidad de descubrirlas. Pero siempre hay tiempo para que el interés renazca y a los grandes se los coloque en el lugar que merecen.

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