Historia de un secuestro

Las personas de mi generación tenemos prohibido hablar mal de la política. No mal de los políticos, de la política, como supuesta herramienta de progreso y de organización social.

Nuestra niñez y adolescencia transcurrió durante la dictadura, la última. La historia no se pone de acuerdo si fue la más sangrienta, la más corrupta o la que más destruyó la economía y los contratos sociales. En cambio, estamos todos de acuerdo en que, futbolísticamente, fue la dictadura más exitosa del siglo.

Del siglo pasado, porque nuestra generación nació, creció, votó, laburó, tuvo hijos y estudió en el siglo pasado.

Algunos de nosotros seguimos haciendo todas esas cosas en este siglo, excepto nacer.

Seguimos creciendo, pese a que después de cierta edad se le llama envejecer. Seguimos votando, laburando, teniendo hijos, estudiando. También hay otros de mi generación que ya no hacen ninguna de estas cosas, excepto envejecer.

Permítaseme una digresión. Un amigo periodista me enseñó que es preferible decir laburar en vez de trabajar. Laburar, del vocablo italiano lavoro, viene del latín labor, el mismo que nos dio labor, en castellano, laborar, colaborar, colaboración, elaborar, laboratorio, laborioso, entre otros derivados positivos. Su significado actual es hacer algo a cambio de una retribución.

Diferente de trabajar, palabra aparecida en el siglo VI, que proviene del latín popular tripalliare, que significa atormentar, torturar con el tripallium (una especie de cepo). En el siglo XII, la palabra designa también a un tormento psicológico o a un sufrimiento físico.

Entonces, mejor laburar que trabajar.

Las islas

Somos la única generación en la historia de este país que cantó la marcha “Las Malvinas” cada mañana, cada tarde, cada noche, antes de entrar al colegio. Archivamos Aurora y “azulunala” varios años.

También cantábamos la marcha de las islas a la salida del colegio, en los actos, cuando se izaba o se arriaba una bandera, e incluso en algunos partidos de la selección de fútbol.

La televisión, con mucha demagogia y chovinismo -aprenderíamos años después- nos emocionaba en el medio de los partidos de Argentina con “la marcha de las Malvinas”, como le dice la gente.

“Tras su manto de neblinas, no las hemos de olvidar, ¡las Malvinas, argentinas!, clama el viento y ruge el mar…”

Música que pusieron muchos canales de TV y radios, en 1986, después que Argentina le ganara a Inglaterra y, de bonus track, con el mejor gol de la historia del fútbol. Maradona QEPD.

La guerra estaba muy cerquita, hay que proyectarse en ese contexto conmovedor.

“La vuelta de la democracia”, otro lugar común que entendemos todos -por eso es común- fue una de las emociones más fuertes que vivió mi generación.

Todavía no entendíamos muy bien por qué. La ebullición social era inmensa y masiva, parecida a lo que habíamos vivido con Malvinas, al comienzo…

El primer regalo que nos dio la democracia fueron fotos de chicas desnudas, en las tapas de las revistas de los quioscos. Con el pubis y las tetas cubiertas por una cinta de plástico negro.

Teníamos prohibido hablar mal de la política, de la democracia, de los derechos humanos, del voto sagrado, de la teoría de los dos demonios y de tantas otras cosas. La libertad nos llegaba con demasiadas censuras.

Nacían nuevos obispos para imponer otros mandamientos.

Nos enseñaban que en esa democracia, que aún no comprendíamos realmente para qué servía, en qué nos cambiaba, la política era una palabra sagrada. No teníamos los argentinos suficiente experiencia para saberlo.

“Con la democracia se come, se cura y se educa”, nos enseñaba uno de los presidentes más íntegros que tuvo esta República.

Nacía una nueva corrección política. O tal vez, otra correccional, pero con chicas desnudas en los quioscos.

“Ahora se puede pensar, no como antes, pero tenés que pensar bien”. Pensar bien, pensar bien, pensar bien… Debíamos ser políticamente correctos.

En perspectiva, analizamos, pobre gente la que se opuso al divorcio en los 80; fue lapidada por la democracia divorciadora.

Después de todo, ambas facciones estaban dentro de la misma institución, el matrimonio. Se peleaban entre primos.

Sólo lucha por el divorcio quien quiso casarse.

¿Por qué debería estar todo el país a favor o en contra de una institución que quizás no representa a la mayoría?

Hoy, 30 años después, de cada diez parejas consolidadas, con techo común, hijos, y varios años juntos, sólo cuatro están casadas “con papeles”.

La eterna grieta argentina, ahora en democracia. Si no estás de un lado, estás del otro. El reduccionismo de los inútiles, para colmo violentos.

“Ni de aquellos horizontes, nuestra enseña han de arrancar, pues su blanco está en los montes, y en su azul se tiñe el mar”.

Lo que vino después

Nos secuestró la política. Ojo, no vamos a explicar siempre que interpelarnos, discutirnos hacia adentro, adentro de nuestros corazones, no es apoyar al enemigo, al bando contrario, al adversario, a la disolución de la República, a los militares o a cualquier otra solución armada. ¡Por favor!

Lamentablemente, el problema más grave que tiene hoy este país es la política, esa institución otrora intocable, que demasiada sangre costó. Y cuando se está en problemas, desde hace tantos años, como en esta querida Argentina, la mirada de afuera ayuda mucho, como la de un terapeuta.

“La Argentina tiene una enfermedad muy grave: el odio en la perspectiva política y social”, resumió y confirmó este jueves uno de los pocos estadistas del continente que ejercieron en este siglo.

José “Pepe” Mujica, un zurdo arrepentido, pero no tanto, fue considerado el mejor presidente del Siglo XXI, hasta ahora, por más de cien organizaciones civiles de todo el mundo. Y más de la mitad de ellas europeas.

“Hoy la Argentina duele. Cuando uno la ve de lejos, duele porque hay un odio muy fuerte, lo que hace que no se garantice ninguna salida”, agregó.

Y prosiguió: “A los actores políticos parecería a veces que ese medio ambiente (de odio) que se ha creado también los arrastra a ellos. La pandemia en lugar de aminorarlo, lo ha multiplicado. El odio y el amor son ciegos, pero tienen una sustancial diferencia: el amor es creador, el odio destruye hacia afuera y hacia adentro. Es un arma de doble filo”.

Y concluyó Mujica con una enseñanza: “La naturaleza nos colocó los ojos hacia adelante. Hacia atrás puede haber recuerdos buenos y malos, pero hay cuentas que no se van a cobrar nunca. El problema es la esperanza hacia el mañana, porque lo más importante es lo que vendrá, no lo que fue”.

Los ojos hacia adelante, dice este hombre sabio. Y nosotros le contestamos: pero Macri, pero Kirchner, pero Menem, pero los militares, ¡pero Perón!

“¿Quién nos habla aquí de olvido, de renuncia, de perdón? ¡Ningún suelo más querido, de la Patria en la extensión!”

Con los ojos en la nuca

A los argentinos nos secuestró la política. Una especie de banda que sobrevive alimentando sus egos y sus odios, y sus bolsillos, de seudo derechas o de seudo izquierdas, con argumentos anclados en sucesos de hace medio siglo, un siglo, dos siglos...

Hoy es insostenible acusar de golpista a quien exige repensar el sistema que nos rige, reinventar esta mugre que está fundiendo al país desde hace décadas.

Don Raúl estaría de acuerdo, no tenemos duda, con que con esta democracia no se come, no se cura y no se educa. Y aunque Alfonsín no coincidiera, las estadísticas son contundentes: la sacrosanta democracia no ha sido más que una continuidad de la nefasta dictadura, en cuanto a deteriorar la calidad de vida de los argentinos.

¿Qué nos han dado hasta ahora 38 años de democracia sin interrupciones? Inflación, pobreza, inseguridad, desempleo, éxodos masivos, corrupción, violencia, hartazgo. Son datos, no opiniones.

Encima, a quien se atreve a cuestionar este sistema se lo señala inmediatamente como destituyente. Son los anticuerpos de la banda que asaltó al país, agitando fantasmas de hace medio siglo.

Ni siquiera nos garantiza, esta famélica democracia, libertad de expresión.

Debemos ser políticamente correctos para opinar. ¿Y quién legisla esa correctitud? Los mismos que arrastraron a la pobreza a 20 millones de argentinos y sumando...

“¡Rompa el manto de neblinas, como un sol, nuestro ideal: Las Malvinas argentinas, en dominio ya inmortal!”.

La dictadura hizo desaparecer a entre 7.000 y 30.000 personas, según el archivo que leamos.

Pero es incorrecto, para esta política secuestradora, hablar de los millones de hombres, mujeres y niños que van desapareciendo en democracia. Asesinados, muertos de hambre, despedidos, arrojados a vivir en la calle, en una tapera, sin acceso a la educación, a la salud, a un porvenir. Cientos de personas que mueren por día en extrema pobreza, de hambre, por las drogas o el alcohol, o simplemente por desesperanza, por tristeza, por ver cómo se derrumba todo a su alrededor.

“Ah, pero qué golpista”, te refuta un legislador con cien empleados, cinco autos y una casa en Punta del Este.

Nos secuestró la política y los argentinos sufrimos el síndrome de Estocolmo.

Estamos ante un régimen organizado para ganar elecciones y para odiar y culpar al oponente, siempre mirando al pasado, mientras esta Nación es cada vez más inhabitable.

Cuando recuperamos la democracia se pareció mucho a la recuperación de Las Malvinas, puro entusiasmo, algarabía, unidad nacional, fortaleza ilimitada.

Cuando volvimos a perder las islas vino la decepción, el abatimiento, el dolor infinito, el odio y la desunión. Nos mintieron, nos robaron, mientras nos hacían cantar la marchita con mucha emoción.

Así seguimos hace cuatro décadas, en una rendición perpetua, ya no ante los ingleses invasores, sino ante la política que secuestró a todo un país.

“¡Para honor de nuestro emblema, para orgullo nacional, brille, ¡oh Patria!, en tu diadema, la perdida perla austral”.

Quizás es hora de permitirnos la libertad de repensar lo que estamos haciendo, tan mal, sin dictaduras, sin odios, sin cepos ideológicos, sin mentiras, y sacarnos los ojos de la nuca y ponerlos en la cara.

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