¿A quién le sirven las escuelas?

¿A quién le sirven las escuelas?

El juez de ejecución penal Ricardo Basílico revocó la prisión domiciliaria del ex vicepresidente Boudou y ordenó que regrese a la cárcel para cumplir la condena a cinco años y 10 meses de prisión por el caso Ciccone. Si la Cámara de Casación confirma el fallo, el ex titular del Senado, que ejerció interinamente la Presidencia del país cada vez que Cristina Fernández de Kirchner viajó al extranjero entre 2011 y 2015, irá otra vez tras las rejas.

La noticia revela acabadamente la hipocresía de la oposición: reclaman escuelas abiertas en la Ciudad de Buenos Aires al mismo tiempo que buscan encarcelar a un docente “Amado” desde el nombre. Que se reanude la persecución contra este asceta de la política (por todo domicilio tenía un montículo de arena en San Bernardo) no es coincidencia: ocurre cuando va a dar clases para abrir las mentes sobre el flagelo del “lawfare”. Son malas noticias para el hombre que nos devolvió el sistema jubilatorio de reparto (que el “reparto” no fuera para los jubilados es una minucia en la que sólo reparan los gorilas), pero son buenas noticias para que el pueblo conozca el oscuro plan de los adversarios del gobierno nacional y popular: la oligarquía ha disfrazado de establecimientos educativos lo que son verdaderos centros de lavado de cerebros de las nuevas generaciones. Y no los quieren cerrar ni aunque la pandemia venga degollando.

Ahí en las aulas, el coronavirus no es el peligro real. Lo terrible es que inoculan el germen de la sumisión a las normas con las cuales nos domina la burguesía. Se enseñan ideas de sometimiento como la de que “las leyes están para ser cumplidas”, cuando cualquiera sabe que en este país las leyes están para ser reformadas.

Justamente, la escuela está hecha para sosegar a la población, llenándola de pseudos conocimientos inútiles y privándola de saberes prácticos que la “empoderen”. Dicho de otra manera: ¿hace cuánto que estar educado dejó de ser un requisito para tener poder en este país? Sin embargo, el liberalismo hizo que también la secundaria sea obligatoria. Traidores…

Necesita mejorar

La escuela, pues, es un instrumento de dominación de las derechas. Por fortuna, hoy el país está en manos de estadistas que predican con el ejemplo sobre la futilidad de la educación.

Axel Kicillof, por ejemplo, hablando de contagios por coronavirus, aprovechó para desnudar que todo estudiante es un ser humano al que le están haciendo perder el tiempo. “Si el promedio (de edad de los internados) es 53 años quiere decir que la mitad está arriba de 53 y la otra mitad está abajo”, aseveró el economista, confundiendo dos variables: la que determina la “edad mediana” de un grupo y la que calcula el “promedio” etario. Por caso: en un aula de primer grado, la edad “media” es de seis años. Pero calcular la edad promedio en un aula de primero, con 10 alumnos y una maestra de 50 años, es otro asunto:

[10 estudiantes x 6 años] + docente de 50 años. Luego, 60 + 50 = 110 años. Entonces, 110 años dividido por 11 personas da un promedio de 10 años.

Así que para el ex ministro de Economía de los 44 millones de argentinos y argentinas, en esa aula de primer grado, la mitad tiene menos de 10 años. Y la otra mitad tiene más… Por momentos pareciera necesario revisar si en octubre 2012 (un año antes de que él asumiera en esa cartera) de verdad le habían trabado embargo a la Fragata Libertad en Ghana o si, en realidad, ese gobierno africano había encarado una acción de rescate…

Como fuere, emergen dos sinceridades del equívoco estadístico. En primer lugar, cuando Kicillof consideraba que su gestión era exitosa, no mentía. A lo sumo, estaba errando en alguna ecuación. En segundo lugar, ¿sirve de algo estudiar? Es decir: si hubiere entre los lectores de esta columna economistas, profesores de matemática, especialistas en cálculo, contadores o administradores de empresa: ¿alguno acaso es gobernador de Buenos Aires?

Con aplazo

El Presidente de la Nación, por supuesto, no podía ser menos a la hora de ejemplaridades (o, cuanto menos, de ejemplificaciones): ordenó el cierre de las escuelas porteñas mediante un decreto de necesidad y urgencia, pese a que el Congreso se encuentra en período de sesiones ordinarias. Y además (como decía Alberto Olmedo, “si lo vamos a hacer, lo hagamos bien”) sin reparar en que la Constitución Nacional, desde 1994, le reconoce autonomía a la Ciudad de Buenos Aires (fuentes destituyentes aseguran por estas horas que en las siglas “CABA”, la primera “A” es de “Autónoma”). Así que el profesor que siendo jefe de Estado iba a dar clases a la UBA sacó aplazo en Derecho Constitucional. Ahora bien: que levante la mano el constitucionalista que ha presidido los destinos de esta patria. ¿A ver?

Pareciera un acuerdo solidario para demostrar que Boudou tiene cada vez más autoridad académica para dar cátedra en la UBA. Pero es mucho más que eso.

Vuelve a quedar claro que uno de los mayores males de la Argentina es el legado de ese forajido dado en llamar Juan Bautista Alberdi. La prédica de ese “ave negra” del siglo XIX sigue impidiendo que un gobernante del campo popular, en pleno siglo XXI, pueda clausurar esos antros de perdición infantil que son las escuelas. El pérfido tucumano ya proyectaba un país de esclavos alfabetizados y por eso, en el artículo 5 de la Carta Magna que él inspiró, dice que la Nación sólo garantizará que cada provincia se gobierne mediante sus propias instituciones si asegura la educación primaria. Canalla…

Por suerte, este Gobierno está desmontando ese oprobio. Ahora, de la mano de Alberto, no se respetará la autonomía de los distritos que garanticen la educación escolar, como la CABA. Por fin están poniendo las cosas en orden. Por fin nos encaminamos hacia ese norte avistado en 2003: “Argentina, un país en serio”.

Superó los objetivos

Por suerte, Alberto y Axel no están solos. También la Justicia está sacándose la venda de los ojos y está dándose cuenta de las inmoralidades de Alberdi. Por caso, una asociación de padres y de docentes promovió el amparo en la Justicia porteña que pedía garantizar el dictado de clases, invocando la Constitución de la Ciudad de Buenos Aires. Obtuvieron el domingo una cautelar favorable a sus intereses espurios. Afortunadamente, el juez en lo Contencioso Administrativo Federal, Esteban Furnari, decidió que está perfectamente habilitado para deshacer una cautelar ajena, anulando un fallo que es de otro fuero. ¿Por qué un juez de la Nación no se puede inmiscuir en una cuestión de derecho local resuelta por un juez de ese distrito, asunto que ya se encontraba en la Corte de la Nación? ¿Sólo porque un libro viejo titulado “Constitución” habla de “régimen federal”? El federalismo, ya lo dijo Alejandro Dumas en “Los tres mosqueteros” (esa ninguneada fuente del derecho), es una definición de dos partes: “todos para uno” y “uno para todos”. Estamos en la primera etapa y por eso el Área Metropolitana de Buenos Aires absorbe 84% de los subsidios nacionales al transporte público. Paremos con el exitismo de querer todos los resultados ya…

Un día quiso ir a la clase

Las escuelas abiertas no sólo son un problema porteño. Aquí mismo están generando conflictos. La semana pasada, cuando Alberto emitió el DNU del cierre de aulas, Santiago del Estero no se apresuró a rechazar la medida. Gerardo Zamora supeditó su decisión a una reunión con el Comité Operativo de Emergencias. El resultado era cantado. Cantado, al menos, por María Elena Walsh: Había una vez una vaca / En la quebrada de Humahuaca / (…) Y a pesar de que ya era abuela / Un día quiso ir a la escuela. Los santiagueños no daban garantías de clases presenciales y las vacas se fueron al primer establecimiento tucumano que hallaron, que de casualidad era de José Alperovich. Todo lo demás es un invento…

Ahora bien: ¿hay bicho más manso que las vacas? Entonces digamos todo, compañeros: las escuelas son máquinas de esa nueva domesticación llamada “ciudadanía”. Y Alberdi era un domesticador confeso. “Hay que educar al soberano”, dijo, con desparpajo. Era una doble maldición. En primer lugar, el soberano es el pueblo. O sea, los gobernados. Así que educarse es cosa de gobernados. En segundo lugar, ¿por qué el soberano no es el gobernante? Porque Alberdi nos mintió que lo mejor era una república de iguales en lugar de una monarquía con un líder entronizado y un pueblo de súbditos rindiendo pleitesía. Un verdadero infame.

Otra psicogénesis

Ahora, afortunadamente, esa fábrica de mansedumbres está siendo demolida. El Movimiento Monárquico Argentino fue noticia esta semana cuando dio a conocer (ya era hora) su propuesta de que alguna de las hijas menores de Máxima de Holanda (Alexia o Ariane) sea designada reina de la Argentina, así de una vez por todas se termina el atraso y la corrupción.

La propuesta, por demás lúcida, presenta un inconveniente: las monarquías de origen europeo ya han demostrado ser corruptas en la Argentina. En agosto de 1806, cuando se produce la primera de las Invasiones Inglesas, el virrey se dio a la fuga y se llevó la plata: 9.000 onzas de oro. “No sólo huye del peligro, sino que además se va con todo el dinero. Caudales que habían de ser invertidos en salvar a la población, pagar a soldados, bestias y armas necesarios para la defensa. Se quedan sin jefe y sin recursos”, sintetiza María del Carmen Sáenz Bercero, titular de Historia del Derecho de la Universidad de La Rioja, en su trabajo “Rafael de Sobremonte: un virrey polémico”. Lo que sucede es algo que los argentinos no podrán creer: en febrero de 1807 la Corte real suspende a Sobremonte del cargo. Ese año, relata Sáenz Bercero, “se le dio por prisión la quinta de los padres Betlemitas, ‘donde se le trató con toda deferencia’. Vivió en las cercanías de Buenos Aires, principalmente en San Isidro, hasta noviembre de 1809 en que salió para Montevideo, rumbo a España, donde llegó en 1810. Fue sometido a un proceso judicial en el que se le absolvió de todas las acusaciones, se le repuso en sus cargos y se estableció que se le abonasen todos los sueldos que no había devengado durante ese tiempo”. Por suerte, cosas así, en este país no pasan.

¿Entonces? La solución es una monarquía netamente argentina. Una reina nacional y popular. No será Máxima ni sus hijas, pero habrá príncipe Máximo. Con eso no sólo se termina el atraso y la corrupción: se acaba el conflicto con las escuelas, que pasan a ser optativas. Porque, en verdad, ¿para qué perder el tiempo yendo a clases si ya hay alguien que sabe, mejor incluso que los propios argentinos, qué es lo que el pueblo quiere y necesita?

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