17 Abril 2021
En la década del 70, varias plantas industriales se instalaron en Tucumán, sobre la ruta 301. Soy testigo de la trayectoria de una de ellas, radicada en la ciudad en que vivo. En aquella época, en el espacio para estacionamiento se observaban no más de cuatro automóviles, al lado de una interminable hilera de ganchos para colgar las bicicletas. Cinco décadas después, los ganchos han desaparecido, junto con las bicicletas. Una miríada de automóviles. Pienso que en este caso, el empresario ha cumplido con su misión -que alguna vez se llamó responsabilidad social empresaria- logrando con su empuje y visión productiva, que el personal ocupado se elevase de una situación de pobreza, al menos al primer escalón de la clase media. Más allá de la valoración, siempre subjetiva, que podamos hacer de las personas, la figura del empresario será siempre vital y necesaria para el crecimiento social. La voluntad emprendedora, la capacidad de industria, el ahínco personal para alcanzar objetivos de excelencia y por, sobre todo, su afición al riesgo, son atributos que, en muy gruesos rasgos, determinan el éxito o el fracaso de las naciones donde actúan. La generación de empleo genuino califica a las sociedades (de verdad) progresistas, a los pueblos decididos a eliminar (de verdad) la lacra de la pobreza y a los Estados que se asumen no como salvadores de la patria, sino como colaboradores indispensables de aquellos capaces de crear la riqueza que después todos, todos, gozamos. Expropiar una empresa no es una gesta patriótica, solo una demostración de mala praxis política. Observar pasivamente cómo una empresa cierra sus puertas y se retira del país no es un éxito ideológico, es desnudar nuestra incapacidad para leer la realidad. Execrar a un empresario solo para ver que progresa en forma exponencial fuera de nuestras fronteras, es el ejercicio de escupir para arriba. Ojalá reflexionemos a tiempo, después no valdrá quejarse.
José Félix Risso
Belgrano 108
San Isidro de Lules
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