Nada se tira, todo puede ser reparado

Nada se tira, todo puede ser reparado

Restaurar libros, el  oficio que no se da por vencido

En la era de la producción industrial de libros, ¿quién iba imaginar que se revalorizara el trabajo artesanal de encuadernar y restaurar textos? Daniel Rojas cuenta que cada vez más personas lo buscan para encargarle esta tarea. A los clásicos coleccionistas (que siempre dicen presente para recuperar libros) se les sumaron muchos estudiantes y docentes universitarios. Hay obras muy importantes que son difíciles de conseguir, que no se editaron en los últimos años o que hoy tienen un costo altísimo. Por eso, cuando alguien las hereda o las consigue, no dudan en repararlas si se están en mal estado.

Tela, papel, cartón y pegamento son sus grandes aliados. La tarea de Rojas es artística sobre todo. Empieza por encolar un libro. Luego, trata de recuperar las tapas. Si están muy destruidas, las hace de nuevo. Para ello, trabaja con materiales reciclados y nunca copia tal cual era esa portada. Hace algún tipo de intervención para embellecer el libro. Claro que sí respeta la temática y el nombre de la obra, detalla Daniel, que también diseña agendas artesanales.

“La cuestión sentimental nunca falta y se vio más en estos meses de pandemia, tal vez porque muchos tuvieron tiempo de ordenar sus cosas y así encontraron libros de hace varios años que quieren atesorar porque están cargados de recuerdos”, explica. Los textos especializados, que no se volvieron a editar, también le dan bastante trabajo a Rojas.

El pendiente, aprender a tocar algún instrumento

Restaurar y darle nueva vida a los instrumentos musicales también figura entre los servicios más requeridos de la pandemia. Según cuenta Carlos Podazza - que tiene una escuela de música donde también hay luthiers encargados de recuperar guitarras, violines, violas o violonchelos, entre otros- esta demanda tuvo dos motivos: por un lado, los instrumentos subieron mucho de precio y, por otro lado, la gente tuvo más tiempo disponible para aprender música. “Eso sumado a la comodidad de poder  recibir un curso on line llevó a que las personas quisieran recuperar algún instrumento guardado en casa hace tiempo”, destacó.

El club de los reparadores, una tendencia en todo el mundo

La pandemia en realidad vino a impulsar una tendencia que poco estaba despertando en el mundo: es la lucha contra la obsolencia programada de los objetos, lo cual está demostrado que afecta seriamente al medio ambiente.

Con ese fin es que hace unos años, Marina Pla y Melina Scioli crearon el Club de Reparadores, una feria itinerante de reparación que busca resucitar objetos en desuso antes de que se conviertan en residuos. Es una manera también de combatir la cultura de lo descartable.

“Los productos que consumimos parecen durar cada vez menos tiempo, cada vez resulta más difícil repararlos. Muchos objetos están diseñados de tal manera que es imposible siquiera abrirlos, los fabricantes no ponen manuales ni repuestos a disposición de los consumidores, y la excesiva oferta de productos baratos realizados con mano de obra esclava hacen que muchas veces reparar un objeto sea más costoso que comprar uno nuevo. El Club de Reparadores busca contrarrestar esta realidad tan difícil como insostenible”, cuentan las creadoras.

“La producción de objetos tiene una huella. Usan recursos valiosos; entonces, es mucho más eficiente tratar de alargar la vida de los objetos en vez de tratar bien a los residuos”, plantean. El club funciona así: para facilitar el encuentro entre técnicos, repuestos y aparatos rotos, el Club de Reparadores lanzó la plataforma reparar.org, una guía que permite buscar y recomendar servicios de reparación según rubro y localización.

En Concepción

Especialista en poner a rodar pelotas

En el este auge de las refacciones se revalorizan viejos oficios. Hasta hace unos años quienes se dedicaban a arreglar pelotas eran indispensables. Luego, estos objetos bajaron mucho de precio y también de calidad. Era más fácil ir a comprar un balón nuevo que arreglarlo.

Ahora la cosa cambió, cuenta Eduardo Peralta. Tiene 53 años y desde hace 27 cose pelotas en un taller que montó en su casa de Concepción. En el sur todos lo conocen como  “El Tilingo”. Rodeado de agujas, hilos, cueros en forma exagonal y cámaras de goma, cuenta que en los últimos meses aumentó mucho su trabajo. “Una buena pelota de fútbol cuesta hoy entre $3.000 y $6.000.  No está la cosa para tirarlas ante el primer pinchazo”, detalla el especialista.

Para cada trabajo tiene que desarmar todo el balón, repararlo y volverlo a coser. Las refacciones salen entre $200 a $600, todo depende si la pelota tiene cámara o no. “Antes las pelotas que se vendían eran muy buenas. Eran de cuero y siempre tenían arreglo. Ahora hay muchas que no tienen costuras y tampoco cámaras”, detalla el hombre que  los 9 años contrajo poliomielitis. La enfermedad le afectó la movilidad de las piernas. Igualmente él nunca se quedó quieto. En su juventud hizo una capacitación para aprender a reparar pelotas y a hacer guantes de arquero. Así desarrolló una increíble destreza en sus dedos y logró mantenerse unido a su pasión, que es el fútbol. En eso años no sólo cosía pelotas sino también los números de las camisetas de equipos de fútbol barriales

También arregla pelotas de rugby, de handball, de básquet  y de vóley. “Hoy puedo vivir de mi oficio pese a que cada vez la industria de las pelotas se encarga de hacerlas más descartables. De todo el sur de la provincia vienen a buscarme para que repare balones. No hay nada más lindo que ver la sonrisa de un niño cuando le entrego su pelota arreglada”, apunta.

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