
Julián Gorodischer, autor de Claudia Vuelve.

Claudia Vuelve, el nuevo libro de Julián Gorodischer, aborda en un formato original de novela-collage la relación entre medios de comunicación y poder político. El tema no podría ser más actual, aunque el libro se sitúa en los meses previos al golpe de Estado de 1976. Isabel Perón gobierna el país y hay una particular relación de la revista Claudia (algo similar a Para Ti).Las redacciones pasan así a ser lugares de microheroismos; pero también de miserias.
La publicación ha sido la excusa perfecta para realizar esta entrevista con LA GACETA.
¿Cómo surgió la idea de este libro?
Mi acercamiento a los 70, a través de Claudia, La Opinión, Panorama y otros medios, empezó como una atracción estética y táctil: durante el año de la cuarentena estricta, vedado de tocar, hojear, guardar medios en papel –que consumí con fruición durante toda mi vida anterior- me descubrí sublimando esa pasión en una nueva rutina: recortaba la Claudia que acopiaba en ferias y redes; las desarmaba para reconstruirlas en función de la trama de una novela coral, abierta, frisada: Claudia Vuelve. Cortaba y pegaba, y mandaba a escanear, semana tras semana y me fui confundiendo entre las noticias del presente y las de un pasado en el que veía numerosos puntos de contacto con el hoy. Los recortes de revistas, las publicidades, los fragmentos de discurso político, los partes de la violencia de los años 70 empezaron a aglutinarse en mi escritorio y en mi mente. Entonces, Claudia Vuelve devino en una estructura de fragmentos: la multitud de textos escritos e imágenes recopiladas me condujo a la técnica del collage, usado en las vanguardias históricas de principios del siglo XX (el Cubismo, el Dadaísmo, el Surrealismo) para poder ampliar un repertorio nuevo -y diversificar el ya existente- de sentidos sobre los 70, e incitar a una interpretación no lineal, re-creada de lo real.
¿Por qué revisitar esta etapa de los 70?
Como dijo la escritora Ariana Harwicz, una de las primeras lectoras del libro: “Habíamos visto y leído muchas películas, novelas, ensayos –nunca los suficientes- sobre el período de la dictadura militar que va del 76 al 83. Y sobre el período del regreso de la democracia. Pero no hemos leído ni visto tanto –o en todo caso es importante revisitar- ese momento previo; siempre antes de una guerra, un estallido, una confrontación, el comienzo de una dictadura militar o un genocidio, es importante ir a ver qué piensan el arte y la literatura para saber cómo se gestaba el monstruo; cómo se empezaban a instrumentalizar las mentes para llegar a eso; esa deconstrucción y ese desarmado es lo que logra hacer Claudia Vuelve. Se lee, se mira, como si fuera una revista, con las fotos y los gráficos de la época; es una novela atravesada de ensayo, con la estética de una revista. Abrir esta Claudia Vuelve es volver”. Pero, ante la pregunta, diría que mirar de otro modo, desacralizado, a los años 70 significa sustraerlos de la cajita de los recuerdos formateados y rehumanizarlos; introducir el humor, volverlos vívidos y tangibles pero, sobre todo, establecer puentes con el hoy (hacer devenir a la ficción histórica como una vía para contextualizar el presente), mirándolos como el germen y posterior eclosión de una agenda de temas y problemas que se mantienen vigentes, como las noticias falsas, el declive de la prensa gráfica masiva y el creciente acercamiento de los medios al poder político.
¿Qué tan importante es el “basado en hechos reales”? Pregunto porque podrías haber cambiado el nombre de personajes históricos y, sin embargo, los conservaste. Y, desde luego, los recortes de la revista juegan otro rol, no meramente decorativo.
Claudia Vuelve es una novela-collage, tanto por su técnica de composición del texto como, a la vez, por devenir en instrumento para una re-lectura de la Historia reciente; al suprimirse la linealidad de un discurso cristalizado, surge la posibilidad de revisar y resignificar un conjunto de representaciones de lo nacional, lo popular y lo masivo. ¿Por qué y para qué reescribir y reinterpretar la Historia reciente? Sin duda, para proponer una reconfiguración. Pero, también, porque al poner en función a ese pasado de nuestras vidas presentes lo incorporamos a nuestra agenda, e inscribimos al presente en una agenda del futuro. Sucedió, entonces, la exuberancia del contacto de los dedos con los recortes de papel original de medios de los 70, los avisos rescatados de la Claudia de entonces, las cartas que contestaba Olga Orozco en el Correo Íntimo, los titulares de La Opinión a días de la clausura que le ordenó Isabelita; todos esos objetos encontrados compusieron un relato estallado –como todo collage- que me permitió desarmar la dependencia ornamental de la imagen con respecto al texto escrito, e impregnar al libro del placer infantil que implicó trozar y pegar papelitos, hacerlos formar parte de un sentido que –aun desde la ficción- expresa un aire de época pasada como si se tratase de un presente atemporal y absolutamente vigente, en tanto conjunto de saberes y creencias.
Hay un tema que no ha cambiado y es la relación entre los gobiernos y los medios de comunicación, incluso con una revista como “Claudia”. Qué te interesa de esta tensión.
En Claudia Vuelve, se plasma una atmósfera de las redacciones de los 70, dando la posibilidad de entender cómo cada época construye su gate keeping (la puerta de entrada para las noticias) en relación con una idea de pasado y una posibilidad de futuro. Aquí, fluye la empatía con cada redactora y cada editora de aquel momento bisagra en el que decae la posibilidad de una emancipación desde adentro del género “revista femenina”; el sentido se enrarece; la lógica editorial se llena de ruido, y se prefigura una catástrofe. El que pasa a primer plano, entonces, es un sistema de técnicas y de símbolos que se presenta, dentro de la historia de los medios argentinos, como plenamente insular en su concepción de medio masivo en diálogo con un concepto idiosincrático de “moda”, y que llevó el nombre de Claudia. Claudia fue –dentro de la Editorial Abril- una continua renovación periodística, un espacio en el que se reformularon concepciones sobre la condición femenina y las propias experiencias de las mujeres a las que se dirige. Recreando en discurso y acción a las grandes figuras de aquella fase final de la revista –con escenas situadas hasta un mes antes del 24/03/1976- Claudia Vuelve imagina el devenir cotidiano de –por ejemplo- Olga Orozco, la redactora de Claudia y poeta que un día toma la palabra y enfrenta a Civita: “Señor, la Cámara de Diputados aprobó el dictamen del ascenso de Massera. Yo le pregunto: ¿Claudia no va a señalar la complicidad de Diputados con el personaje siniestro –por López Rega- que está detrás de los asesinatos de los últimos meses?”. Entonces, empieza el declive de la publicación de género que hizo historia en el periodismo de masas, un extraño ámbito de libertad de formas y estilos forjado entre la violencia parapolicial y un poder presidencial absurdo, rumbo a la dictadura de la junta militar. Me interesó explorar esa tensión entre medios y poder político en el espacio menos pensado, en una revista “para la mujer moderna”, y la novela comienza durante un día más en los últimos diecisiete años en los que Claudia entró en los registros de las revistas argentinas más vendidas de todos los tiempos. Este es –en la novela- el principal momento de la primavera gelbardista, cuando el ministro logra convencer a Isabelita de que Claudia está de su lado, y así logra ir imponiendo temas, los que antes publica la revista, en la agenda de prioridades de la mandataria, y que tienen que ver con su imaginación en torno a un país sostenido por la alianza de los sectores de la industria textil con los sindicatos, permeables a las directivas de algunos intelectuales comprometidos. En esta redacción, hay un entramado de historias de amor y desamor, celos, ascensos, complicidades y supervivencias marcados por el lenguaje de un medio algo irreverente, de tono coloquial, intimista, con páginas abiertas colmadas de fotos con valor artístico, dibujos naif y caricaturas.
Sobre los años más oscuros del país hemos tenido autocríticas hasta de la iglesia, pero jamás de un medio de comunicación. ¿Por qué creés que un medio está exento de rendir cuentas?
Pero, además, es la posibilidad de encontrar una publicación de género que por primera vez se proponía como tribuna formadora de ciudadanía. Como señaló la escritora Luisa Valenzuela, una de las primeras lectoras del libro, “lo que me parece fascinante de este libro es que el libre juego de intercambios e intereses entre medios de comunicación y poder político haga base en una revista femenina, y en ese punto hay algo que vale la pena señalar: en qué alta medida se pensaba que influir sobre las mujeres podría hacer que el país cambiase”. La que se narra en Claudia Vuelve es una Claudia mitificada: esta redacción toma algunos elementos de la revista de Editorial Abril pero los fusiona con los de otras revistas e incluso con la fantasía: Claudia, en la ficción, toma una relevancia impensada con respecto al poder político –a través de las figuras de Gelbard, López Rega e Isabelita-, que tiene que ver con la ficción de una revista femenina incidiendo en la esfera pública, constituyendo un universo autónomo. En la vida real, Claudia estuvo mucho más desligada de la esfera política. Era nuestra Marie Claire; su novedad fue un modelo de mujer no solamente ocupada del cuidado de la casa, de su belleza y de adherir a los cánones de la moda, sino también del consultorio sexológico, la introducción de psicoanálisis las biografías de escritoras y las notas de interés general que la conforman de una manera más amplia y abarcadora. El horizonte era Europa y los Estados Unidos: en sus páginas, se podía conocer las formas de vivir el amor de las mujeres en Alemania, Italia o Japón, viajar a las grandes capitales, a través de secciones como Larga distancia, Hello New York o Aquí Buenos Aires. Otorgaba la ilusión de estar al día con lo que estaba sucediendo en el mundo, siguiendo la escuela de la otra gran revista modernizadora del periodismo de la época, su vecina de la misma editorial: Panorama, heredera como Claudia, de Primera Plana. Su renovación editorial se produjo en momentos de autoritarismo, en medio de cruzadas morales (como el gobierno de Onganía o la posterior prohibición de venta de preservativos en farmacias, decretada por Isabelita), de censura y golpes de Estado, siempre operando en reacción, incluso en el período narrado por la novela (1974-1976) de un mayor acercamiento al poder, que efectivamente se produjo. En todos los casos estuvo marcada por una tensión, y esas contradicciones son las que la hicieron viable.







