Después de la pandemia, ¿cuánto vamos a depender de internet y de la tecnología?

Después de la pandemia, ¿cuánto vamos a depender de internet y de la tecnología?

Las pantallas desvelaron durante los días de encierro, pero también evitaron un colapso aún mayor de la economía y de nuestra emociones.

FUERTE Y VULNERABLE. La tecnología digital nos hizo fuertes frente al virus, pero vulnerables a los virus digitales. FUERTE Y VULNERABLE. La tecnología digital nos hizo fuertes frente al virus, pero vulnerables a los virus digitales.

En un mundo moderno, hiperconectado, de inteligencia artificial y algoritmos, todavía ocurren los apagones digitales. En un abrir y cerrar de ojos, herramientas cotidianas como Whatsapp pueden quedar obsoletas y truncar, sin previo aviso, nuestras comunicaciones, trabajos, afectos. Son esos momentos en los que la dependencia de nuestra conectividad digital queda expuesta a la luz de las limitaciones. Una falla, en alguna parte remota del planeta, afecta a millones y la metáfora del aleteo de la mariposa vuelve a encarnarse aunque sea por algunas horas.

Más allá de las circunstancias, esa dependencia de dispositivos y plataformas ha quedado evidenciada en los últimos doce meses de pandemia. Si nuestra experiencia en el mundo ya estaba atravesada por la virtualidad, el confinamiento nos obligó a desarrollar estrategias de supervivencia en distintos ámbitos de nuestras vidas, desde lo laboral hasta lo afectivo, desde lo educativo hasta lo sexual. Las pantallas nos desvelaron durante los días de encierro pero también evitaron un colapso aún mayor de la economía y nuestras emociones.

Este fue por lo menos el escenario de los países más desarrollados, en los que, según Yuval Harari, la infraestructura digital permitió no solamente la continuidad de los trabajos de oficina, sino también facilitó el seguimiento y la localización de los vectores de la enfermedad. Como consecuencia, hubo una cuarentena “más selectiva y eficaz”. En un texto publicado hace pocos días en La Vanguardia, el filósofo israelí destaca que cuando el nuevo virus se expandió por todos los continentes, la vida física se trasladó a la virtual.

Quedó en evidencia entonces, que las tecnologías digitales nos hicieron más fuertes frente a los virus orgánicos, pero el autor también resalta que la virtualidad nos hizo más vulnerables a los ataques de virus digitales o a la ciberguerra. Y en ese punto se arriesga a predecir que la próxima pandemia podría ser un ataque a nuestra infraestructura digital, es decir, el desmoronamiento de un mundo abstracto pero tan efectivo -o más- como el mundo material.

En Argentina y Tucumán

Las estadísticas oficiales confirman que durante la pandemia en Argentina aumentó el número de conexiones a internet, ya sea desde computadoras de escritorio o desde dispositivos móviles. Según el último informe del Indec sobre acceso a internet, durante el último trimestre de 2020 se registraron, en promedio, más de siete millones de accesos a internet fijos. Esto significó un aumento de 1,8% respecto al cuarto trimestre de 2019. Las conexiones fijas venían bajando en los últimos años como contraparte del crecimiento de los dispositivos móviles, pero efectivamente la pandemia incrementó la conectividad desde los hogares. Los móviles, por su parte, también tuvieron un aumento con respecto a 2019, pero los mismos se concentraron en los celulares residenciales, es decir, de familias o personas que no integran organizaciones.

Es importante la distinción entre usos residenciales y los organizacionales en el acceso a Internet porque allí radica el punto más destacado del informe oficial. Mientras los accesos de internet fija crecieron un 3,1% en 2020, los accesos fijos de organizaciones tuvieron una caída del 15%, la peor en los últimos 5 años. Los celulares de organizaciones también registraron una baja de 5,7%, una caída inédita en la industria de las telecomunicaciones.

En síntesis, las conexiones desde empresas, el Estado y otro tipo de organizaciones se vieron reducidas como nunca. Probablemente haya sido la caída más fuerte desde que se masificó el servicio de internet en nuestro país, pero el Indec lleva registro de estos consumos solo desde 2015. Sea por el cierre de empresas o por la conversión hacia el teletrabajo, la conectividad se trasladó al hogar.

Tucumán se destaca en el mencionado reporte en dos aspectos llamativos. En primer lugar, registró un aumento del 3,8% en los accesos a internet, ocupando el segundo lugar entre todos los distritos del país, solo superado por Catamarca (4,4%) y muy por arriba del promedio nacional de 1,3%. Es decir, la pandemia impulsó mucho más las conexiones en nuestra provincia. El aislamiento de 2020, lejos de reducir el consumo, aumentó, principalmente el de conexión móvil, con un 4% de aumento en comparación con 2020.

Menos conexiones desde el trabajo y más desde casa. Ni la reducción de casos de coronavirus detuvo esa tendencia el año pasado y el teletrabajo dejó de ser una modalidad resguardada solo para el sector de la programación o el diseño. De pronto el living se convirtió en oficina y nuestros compañeros mutaron a una especie de holograma, presentes pero sin corporalidad.

Así como la pandemia nos hizo más dependientes de la tecnología, el teletrabajo también nos trajo nuevas experiencias. Pudimos pasar más tiempo en el hogar y evitar el tráfico, comer más saludable, compartir más con los afectos. Sin embargo, el panorama es mucho más desalentador según Byung-Chul Han, otro de los filósofos más importantes del momento que están pensando las consecuencias de la pandemia.

Diez años atrás, Han ya había anticipado en su ensayo “La sociedad del cansancio”, que las sociedades neoliberales terminaban produciendo sujetos agotados y deprimidos como consecuencia de la autoexigencia laboral. El supuesto rendimiento y la autorealización profesional terminaban por deprimir a personas que en principio buscaban su libertad, en una forma de la autoexplotación que ni siquiera Foucault hubiese imaginado.

“El teletrabajo cansa, incluso más que el trabajo en la oficina”, advierte ahora Han. La causa, según el pensador surcoreano, reside en que esta modalidad carece de rituales, estructuras fijas y principalmente de la presencia corporal de los compañeros. El coronavirus, como en otros tantos aspectos, no solo nos devuelve una imagen de sociedad y potencia sus crisis, sino que termina por erosionar la idea de comunidad. “El otro se ha convertido en un potencial portador del virus con el que tengo que mantener la distancia”, sentencia el autor.

¿Listos para el próximo?

El próximo covid podrá ser el “colapso de la infraestructura digital”, como advierte Harari, o bien “la pandemia global de la depresión”, como alerta Han. Mientras tanto, por estas latitudes sabemos que las desigualdades preexistentes -como siempre- matizarán el impacto del nuevo tsunami. Las estadísticas muestran que existen tucumanos que aún no se digitalizaron y que otros ni siquiera tienen celular. Dependientes o no de la tecnología, vivimos inmersos en burbujas mucho antes del coronavirus y todo parece indicar que por ahora no habrá vacuna contra la indiferencia.

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