Las videollamadas nos agotan y la ciencia lo confirma

Las videollamadas nos agotan y la ciencia lo confirma

 REUTERS

En el mundo que aún no sabía del coronavirus existían empresas en las que sus empleados podían ir a trabajar los días viernes de manera “casual”. Remeras y jeans reemplazaban la formalidad, en un intento de reducir el estrés en un clima más distendido. Sin embargo, hoy millones de empleados usan remeras y jeans todos los días y están más agotados que antes.

Así lo demostró un investigador de la Universidad de Stanford, en Estados Unidos, quien reconoció una serie de consecuencias de las videoconferencias laborales que terminan por producir lo que se reconoce como “fatiga del zoom”. Motivado por las prolongadas horas que pasamos frente a las pantallas desde el inicio de la pandemia, Jeremy Bailenson, director del Laboratorio Virtual de Interacción Humana, analizó las consecuencias psicológicas de esta modalidad de comunicación, hoy tan naturalizada.

Si bien esta herramienta se hizo fundamental para la productividad, el aprendizaje y la interacción social, Bailenson advierte que el uso de Zoom o cualquier otra tecnología de videoconferencia lleva implícita una “sobrecarga no verbal”. Según la evidencia científica que presentó ante la evaluación de pares, dicha sobrecarga cognitiva produce altos niveles de agotamiento y para reconocer su impacto, dividió en cuatro sus consecuencias.

En primer lugar sostiene que en los encuentros virtuales se produce una “cantidad excesiva de contacto visual de cerca”. En una reunión cara a cara, dicho contacto no es permanente, la gente se distrae, toma nota, bebe café, conversa con la persona que tiene al lado. Pero en las videoconferencias la mirada es permanente por lo que no existe un entorno social de distensión. El contacto entonces es más intenso y estresante.

En segundo término, Bailenson advierte que existe un efecto de espejo permanente y fatigoso. En estas reuniones uno se está mirando por largas horas, en una práctica “antinatural” que nadie adoptaría en el mundo no-virtual. “Los usuarios de Zoom están viendo reflejos de sí mismos con una frecuencia y duración que no se han visto antes en la historia de los medios”, comenta el investigador norteamericano.

En tercer lugar, su artículo apunta que estas conversaciones mediadas por la tecnología reducen “drásticamente” nuestra movilidad habitual. El campo visual de la cámara y la pantalla definen los límites espaciales de los participantes, los atrapa y no los deja desplazarse como sí ocurriría en una reunión cara a cara. Esto ni siquiera sucede en las llamadas telefónicas, donde es imposible saber qué está haciendo cada interlocutor.

Finalmente Bailenson señala que la carga cognitiva es mucho mayor en una teleconferencia. En este punto es central reconocer todas las acciones no verbales que desarrollamos en un encuentro físico, las cuales consumen energía, pero al mismo tiempo ayudan a interpretar lo que verbalizamos. Este tipo de comunicación no fluye de la misma manera en un encuentro virtual y sus protagonistas “deben esforzarse para enviar y recibir señales”, precisa el investigador.

Recomendaciones para no desvanecerse frente a los colegas

Aún cuando pase la pandemia, el teletrabajo y las reuniones virtuales pasarán a ser una práctica habitual en el mundo productivo. Por eso, más vale tomar una serie de recomendaciones que el propio Bailenson publicó en su texto para no agotarnos en este tipo de encuentros.

Uno de los consejos más importantes es apagar la cámara. Se puede mantener el profesionalismo en una reunión sin la necesidad de mirarnos permanentemente y ahorrar nuestra energía cognitiva para el contenido y no para la formalidad de las conversaciones. Otra buena práctica es crear cierto espacio en el lugar de trabajo para ganar distancia o flexibilidad. Para ello son mejores las cámaras externas que las que vienen incorporadas en las computadoras, porque crean una espacialidad más parecida a la de una reunión cara a cara. Y finalmente es recomendable achicar la pantalla de la videoconferencia, es decir, reducir ese contacto “intenso” con nuestros colegas y con nosotros mismos en la imagen reflejada.

Como en todo momento fundante, estamos a tiempo de redefinir las reglas de juego de las videollamadas. Vale entonces que en esta oportunidad seamos astutos para conservar cierta comunicación más humana.

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