En el país de la bancarrota

En el país de la bancarrota

El gobernador Juan Manzur tiene peor imagen que el autócrata litoraleño Gildo Insfrán, gobernador desde hace 25 años de la provincia más pobre de la Argentina: Formosa.

Insfrán sumó ayer una nueva denuncia por sus constantes violaciones a los derechos humanos, esta vez por parte de la reputada organización internacional Human Rights Watch, en conjunto con la Universidad Johns Hopkins.

Aún así, Manzur es menos popular que Insfrán.

El mandatario tucumano supera en percepción negativa a Alicia Kirchner, hermana del ex presidente y conductora de Santa Cruz desde 2015, territorio que atraviesa una profunda crisis económica y serios problemas para cumplir con su gasto corriente.

La provincia de los grandes glaciares es otro de los históricos feudos argentinos. Gobernada por el peronismo desde la vuelta de la democracia y régimen indiscutido del kirchnerismo desde 1991, es decir desde hace 30 años, donde Néstor cursó tres mandatos consecutivos.

El tucumano, ex ministro de Salud kirchnerista, luego ex kirchnerista y ahora de nuevo “cuasi kirchnerista”, también tiene peor imagen que “la gobernadora que gobierna muy poco”, como se conoce a Arabela Carreras, mandataria de Río Negro, otro de los distritos con las finanzas en llamas y reiterados hechos de violencia social.

El último suceso grave ocurrió este martes, cuando una patota sindical vinculada a la Organización de Desocupados en Lucha (ODEL) atacó las instalaciones del diario Río Negro, donde produjeron numerosos destrozos.

23 sobre 24

En resumen, porque de lo contrario deberíamos citar a 23 de los 24 gobernadores (23 provincias, más CABA), Manzur ostenta la segunda peor imagen negativa entre todos los mandatarios del país, según una medición de CB Consultora de Opinión Pública, a la que tuvo acceso el periodista Marcelo Aguaysol, dada a conocer este jueves por LA GACETA.

El ex alperovichista y ex cristinista (¿y ex jaldista nonato?) sólo es superado en cuanto a percepción desfavorable en toda la Argentina por el gobernador de Chubut, Mariano Arcioni, jefe de un territorio en ebullición, una bomba de tiempo con más frentes abiertos que la Alemania del 45.

Fue en esa provincia donde el 13 de marzo destrozaron a pedradas la combi que trasladaba al presidente Alberto Fernández y a su comitiva, durante una visita a la localidad de Lago Puelo, a propósito de los recientes incendios forestales en la Patagonia.

Foto, foto, foto

Arabela Carreras, “la gobernadora que gobierna muy poco”, se ganó ese mote porque salta de foto en foto, de promesa en promesa, sin haber concretado nada hasta ahora. Una especie de manzurismo patagónico.

Carreras, dicen, arrastra esta impronta de autopromoción mediática desde que comandó el Ministerio de Turismo provincial, carteras donde el marketing y la publicidad suelen ocupar un rol protagónico.

Podría desacreditarse el apodo negativo que cayó sobre Carreras de haber surgido desde la oposición. Sin embargo, las críticas más duras contra la mandataria rionegrina brotan desde sus propias filas, en medio de una sangrienta interna que disputa el peronismo de esa provincia, agravada luego de la fractura que provocó en ese espacio Miguel Ángel Pichetto, tras romper con el Frente para La Victoria y aliarse con Cambiemos, para luego compartir fórmula con Mauricio Macri.

Otra coincidencia con las luchas intestinas que disputa desde hace meses el peronismo tucumano.

Si bien la fractura entre Manzur y Osvaldo Jaldo explotó el 8 de marzo con la elección del Defensor del Pueblo, como cuando se derrumba ruidosamente el Perito Moreno, lo cierto es que la guerra de guerrillas venía disputándose desde hace meses, con algunos concejos deliberantes como principales campos de batalla.

¿Alberto no conoce Tucumán?

Muchos interrogantes surgieron tras conocerse quiénes serían las nuevas autoridades del Partido Justicialista a nivel nacional, cargos que finalmente asumieron esta semana.

La principal incógnita fue la designación de Manzur como vicepresidente.

¿Acaso no sabe Alberto el desastre que es Tucumán? ¿No conocen en Buenos Aires lo (nada) que hizo Manzur en seis años de gobierno? ¿La Casa Rosada no está enterada de que el peronismo tucumano es un descalabro de puñaladas por la espalda?

¿Desconoce el presidente que Manzur traicionó a varios de los que le depositaron su confianza, con Alperovich y Cristina a la cabeza?

Estas fueron algunas de las preguntas que se hicieron por estos días dentro y fuera del peronismo.

En medio de la pandemia, el presidente nombró número dos del PJ al gobernador de la segunda provincia que menos vacunas colocó (6,8 por cada 100 habitantes), sólo superada por Santiago del Estero (3%), la más ineficiente de todas.

Sólo para dimensionar la distancia que separa a Tucumán en el alcance de la vacunación contra el coronavirus, según el Ministerio de Salud de la Nación: La Pampa (84,3); Neuquén (28,6); Córdoba (23,5); o Santa Fe (21,1).

Hasta Río Negro, con todos los conflictos que arrastra, ya vacunó al 23,7% de su población.

Números de la bancarrota

En materia de desempleo, el Indec informó ayer que Tucumán es, por lejos, la provincia con más desocupación del norte argentino, con un 9,5% de gente que no trabaja y un 13,1% que está subocupada. Casi se duplican las tasas de Santiago, Jujuy, Catamarca y La Rioja.

¿Sabe el Presidente que eligió de vicepresidente del partido que gobierna la Argentina al hombre que llevó a Tucumán a ser la segunda provincia con más homicidios por habitante?

Sólo Santa Fe, que enfrenta una sangrienta guerra narco en Rosario, supera a Tucumán, que casi duplica los homicidios de la provincia de Buenos Aires -con su violento y desigual conurbano- y triplica los asesinatos por cada 100.000 habitantes que ocurren en Córdoba o en CABA.

Y así podríamos seguir con siniestros viales, graves carencias en infraestructura, absoluto oscurantismo en la administración de los fondos públicos y un tedioso etcétera de estadísticas del deterioro y la decadencia, que consolidan a la administración de Manzur entre las más deficientes de la historia.

Dos teorías para una realidad

En el gobierno provincial y en la facción oficial del peronismo local (hablar de manzurismo es tan ingenuo como grotesco) quisieron mostrar que la elección de Manzur como segundo de Alberto fue un premio a su capacidad de conducción política, un gesto a su pronta alineación preelectoral y un reconocimiento a su ascendencia entre los gobernadores del PJ.

Operadores del peronismo porteño, la base política del presidente, tienen otra mirada. Manzur sólo forma parte de la construcción del “albertismo”, que no termina de consolidarse, frente a las tensiones de poder con Cristina, La Cámpora y el peronismo bonaerense.

Poco importa que Manzur ni siquiera pueda encolumnar al justicialismo tucumano o que su gestión sea desastrosa.

En la Casa Rosada tienen asuntos más apremiantes que hilar fino sobre una olvidada y empobrecida provincia del norte, que después de todo navega a la deriva desde mucho antes que Alberto, Macri, Cristina o Néstor.

El cristinismo le pisa los talones -o Alberto se los deja pisar, sólo él lo sabe-, mientras el gobierno nacional sabe que los números de la pobreza, la inflación, el déficit o la deuda indican con claridad que la situación social es bastante más grave que la pandemia.

El coronavirus cada día alcanza menos para justificar o encubrir la bancarrota argentina.

El reparto de las sobras

La arenga de Manzur la noche del 18 de marzo en el Hipódromo, frente a dirigentes y punteros de la capital, fue el mayor reconocimiento de debilidad política que exhibió desde 2015.

“Y les hablo mirándoles a la cara a todos y mirándoles a los ojos a todos. A partir de hoy hay un peronismo que responde al gobernador y al presidente del partido Justicialista en Tucumán. Ese es el peronismo que hay; se acabó la joda acá. Se acabó el doble comando, eso no existe. Por eso hoy, queridos compañeros, con el afecto, el cariño y el compromiso, estoy como cada uno de ustedes. Ustedes tienen que estar a la par del gobernador, simple”.

Sin mística, sin objetivos políticos, les habló como si fueran una lista de empleados, que es en definitiva lo que es hoy el peronismo, una planilla salarial, un amontonamiento de pymes.

“Mirándoles a los ojos”, advirtió, como tomando asistencia a sus empleados. El que esté conmigo sigue y el que no se queda sin trabajo, como ya les está ocurriendo a varios.

La amenaza es el último recurso de la impotencia, de un hombre débil y desorientado, que lo único que está pudiendo conducir es una provincia en ruinas, con dirigentes mezquinos de un lado y de otro que habitan otra galaxia, como hienas voraces que olfatean las sobras de las sobras de la carroña, esa que deja hasta un pueblo con hambre.

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