“Al Salí se lo ve como un borde inútil y amenazante”

“Al Salí se lo ve como un borde inútil y amenazante”

Autor de la historia de Alderetes, Daniel Jiménez habla sobre la difícil relación que mantienen el municipio y los vecinos con el río. Afirma que no hay una concepción social sobre su importancia

PUENTE INGENIERO BARROS. Conecta Alderetes con la Capital. El paisaje ribereño lo dice todo sobre el maltrato que recibe el río Salí. PUENTE INGENIERO BARROS. Conecta Alderetes con la Capital. El paisaje ribereño lo dice todo sobre el maltrato que recibe el río Salí. LA GACETA / FOTO DE ANALIA JARAMILLO

Daniel Jiménez aceptó afrontar un particular desafío cuando el Ente Provincial del Bicentenario puso en marcha la edición de la Historia de los Municipios de Tucumán. Le tocó uno de los más nuevos y cercanos, pero no por eso investigado en profundidad: Alderetes. Al igual que Banda del Río Salí, suerte de hermano mayor, Alderetes mira a la Capital desde el otro lado del río, con todo lo que eso significa. “Para los sectores populares el Salí es un espacio sin dueño ni provecho”, advierte Jiménez, y para definir cómo tratamos los tucumanos al río no da demasiadas vueltas: “mal”. La del historiador es siempre una perspectiva interesante para abordar un tema clave del presente y del futuro de Tucumán.

- ¿Cuáles fueron los principales ejes históricos de la relación entre Alderetes y la Capital?

- Alderetes fue un puesto en la época de la Colonia, zona de sementeras. La familia de Celedonio Gutiérrez tenía chacras allí. Fue uno de los sitios de paso/acuartelamiento de tropas durante la Batalla de Tucumán. Como estación ferroviaria se convirtió en nodo de carga y descarga, especialmente de ganado vacuno. En el siglo XX aún era un pueblo pequeño donde se cultivaban, además de grandes extensiones de caña, verduras y hortalizas. Muchos pequeños agricultores que vendían en el Mercado de Abasto hasta la década de 1970 aproximadamente se trasladaban en carros a caballo o con bueyes. Con el retorno a la democracia en los 80 la vida política que renacía le dio el carácter de municipio, superando su instancia de comuna con delegados impuestos y entrando en el juego de las elecciones con fortaleza del peronismo.

- ¿Qué representa el Salí en el imaginario social de Alderetes?

- Para casi “todos” implicaba un límite respecto a San Miguel de Tucumán, que en el pasado brindaba tranquilidad y en las últimas décadas lejanía/aislamiento/carencias. Para los grupos dirigentes marca una diferencia de relaciones de poder respecto de la Capital, de prestigio. Para los sectores populares una distancia respecto a diferentes recursos, un espacio sin dueño ni provecho.

- ¿Cómo se conectó históricamente la zona este con la Capital? ¿De cuándo datan los puentes?

- La conexión fue siguiendo el viejo Camino del Perú, que ya en la Colonia se corrió hacia el norte, hacia la Toma. El primer puente fue el que unió la capital con Banda del Río Salí desde el último tercio del siglo XIX. Los vecinos de Alderetes debían circular por allí hasta que en la última dictadura, a comienzos de la década del 80, se termina el puente Ingeniero Barros, que comunica el Aeropuerto con San Miguel de Tucumán. Hasta entonces también solían usar como espacio de tránsito el puente del ferrocarril, pero sólo para peatones.

- ¿Cómo se fue conformando la sociedad de Alderetes, en función de los movimientos poblacionales en Tucumán?

- Desde sus comienzos hubo serias dificultades para concretar un trazado urbano coherente y armonioso. En el presente lo tortuoso de muchas calles, los callejones, los canales/acequias, las vías férreas, la ruta, la carencia de plazas y arbolado, son marcas de las dificultades urbanas, además de problemas en la provisión de servicios. La crisis del cierre de ingenios que afectó a toda la provincia y a sus sectores populares derivó en el éxodo hacia las ciudades. A comienzos de la década de 1970 la población era pequeña, 5.200 habitantes en el pueblo, más otro tanto en los alrededores. Tras la profunda crisis heredada de la última dictadura, en los 80 se inicia un crecimiento poblacional exponencial en Alderetes, producto de la migración de las personas expulsadas del campo que se acercaban a la Capital en búsqueda de oportunidades. La pobreza creció, junto con las calles de tierra, la falta de servicios y trabajo y el regreso de enfermedades superadas como el cólera. La máxima expresión de esta situación se ejemplificó en el 2001 cuando las manzaneras de Duhalde vinieron a censar en el municipio.

- Hay fotos de balnearios en la costa del Salí. ¿Cómo es la relación del municipio con el río?

- En lo que respecta a Alderetes no se desarrolló un acercamiento al Salí como espacio de ocio o diversión. Esto en gran medida por lo inestable del río (hasta que El Cadillal lo reguló), por la carencia de infraestructura, por no ser hábito y no estar de moda la zona. Sí se congregaban en torno al balneario La Aguadita, o los sectores populares usaban las acequias para entretenimiento. En general el grueso de las personas se dedicaba al trabajo y con poca relación con el río o el ocio estacional.

- ¿Y en el caso específico del municipio?

- Siempre se relacionó con el río con un criterio tradicional, es decir como recurso minero o de provisión de agua, y lo consideró como una amenaza por las crecientes, como espacio vacío para arrojar los desechos (en su ribera se tiraba la basura hasta los 70). Fue un borde “inútil, amenazante”, una zona improductiva, llena de malezas. La idea de lo natural como amenaza, espacio sin leyes o de delincuencia es un viejo prejuicio en el mundo entero. Recién en la década de los 90 se construyó una ruta “alternativa” hacia el norte que bordea el río y al municipio, pero no hubo un acercamiento diferente o novedoso. Al contrario, aún hoy sigue teniendo el mismo fin, a diferencia de las riberas y costaneras de muchos otros lugares donde río y paisaje unen ocio, belleza y recursos.

- De acuerdo con el análisis histórico, ¿como puede verse el Salí desde Alderetes? ¿Cómo un elemento integrador o como una barrera?

- El río Salí tuvo diferentes apreciaciones a lo largo de la historia. Las crecientes veraniegas lo volvían una amenaza hasta la construcción del Cadillal. La población no se unió o aprovechó el río cómo en otras regiones, en gran medida porque los modelos de integración económica no lo incluían, tema recurrente en el país que los considera más agua de riego que espacio ecológico-social. Un ejemplo de búsqueda de integración territorial fue en los años 80 el intento de concretar una unión del sistema de transporte colectivo en el Gran San Miguel que incluyera a Alderetes, propuesta que por disidencias sectoriales y desinteligencias políticas (además de innovadora para su momento) no pudo concretarse.

- Desde la mirada personal, ¿qué siente al contemplar el estado en el que se encuentra el Salí?

- No hay una concepción social de la importancia del río, ni para quienes producen con sus aguas ni para los Gobiernos. De hecho mientras en el presente se pone en primer orden el problema del agua en el planeta, en nuestra provincia -donde abunda- se piensa antes en el pavimento o en el oro. Respecto a las riberas, que se rescatan en muchos lugares, en nuestra provincia suelen ser espacios de marginalidad, de desechos, de contaminación y malos olores, muestra del tipo de desarrollo/acumulación que prima hoy en día. Indudablemente esto está ligado a un pasado de apropiación/concentración de recursos, de connivencia o falta de políticas públicas, de los límites culturales ante un tema que le suena ajeno al diario problema de la subsistencia o desconocimiento a muchas personas.

-¿Por qué será que los tucumanos lo tratamos de esa manera?

- Tratamos al Salí como tratamos al bosque, a los animales, a los sectores vulnerables, a la “otredad”: mal, con prejuicios, desconocimiento, cosificándolo, sin podernos identificar o empatizar colectivamente con un proyecto ecológico y saludable. Acostumbrarse a respuestas fáciles, a repetir frases hechas, a negar la razón o la ciencia, a imponer la arbitrariedad de lo tribal/sectorial antes que enfrentar lo complejo y esforzado del pensar y hacer, son prácticas antiquísimas aún vigentes. Y los costos son evidentes.

Docente e investigador

Daniel Jiménez enseña Historia Social de la Educación Argentina y Latinoamericana en la Facultad de Filosofía y Letras (UNT). También es docente del Gymnasium. Es investigador por la Secretaría de Ciencia y Técnica-Consejo de Investigaciones. Publicó artículos sobre educación y derechos humanos en Tucumán.

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